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El otro virus del que nadie habla

La pandemia golpea en la salud mental

Zaira Sauras

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El pasado mes de marzo, tan sólo unas semanas desde que comenzaran las nuevas medidas de la cuarentena, ingresaron a una de mis mejores amigas en un psiquiátrico. Ella, chica joven de treinta años no diagnosticada previamente, se vio desbordada por el cambio tan drástico en su rutina y por cosas como haber perdido muchas de sus libertades de la noche a la mañana. Este shock se tradujo en un impacto psicológico tan fuerte que perdió la cordura y tuvo que ser ingresada durante varias semanas, por supuesto sin poder recibir ninguna visita y permaneciendo completamente aislada y muy medicada.

Actualmente estamos lidiando con la segunda ola de COVID-19 y los medios de comunicación nos siguen bombardeando con multitud de cifras sobre los nuevos casos de contagio. También nos bombardean con declaraciones de políticos exponiendo si las medidas que se están tomando son las adecuadas o no. Se nos anestesia con datos que muchas veces sólo contribuyen a tejer nuestra incertidumbre sobre las consecuencias devastadoras que la pandemia tendrá para nuestra economía y nuestro futuro.

Todas estas noticias pueden ser relevantes pero mientras sólo se mantienen estos debates existen muchas otras realidades de las que no se está hablando y cuyas consecuencias ya pueden observarse. Existe otro virus que sigue instalado en la vida de muchas personas y este es el virus tabú de los trastornos mentales y su empeoramiento en tiempos de pandemia.

Aunque haya quienes se adaptaron al confinamiento y a “la nueva normalidad” con resignación pero con cierto optimismo y aceptación, es evidente que para otras personas las medidas de aislamiento y contención de la pandemia están teniendo un impacto devastador en su salud mental y emocional, especialmente en la de quienes ya sufrían algún diagnóstico antes de que estas medidas se implantaran.

Yo tengo veintinueve años, soy profesora de instituto y llevo diez años diagnosticada con trastorno bipolar. Cuando estalló la pandemia vivía en otro país y me había recuperado de una crisis nerviosa en los meses previos. Parecía que las cosas iban bien, llevaba una rutina muy activa y tenía una pareja. Sin embargo, todo se desmoronó de un día para otro.

A finales de marzo había dejado de trabajar, lo dejé con mi pareja, dejé de participar en los espacios que antes frecuentaba fuera de casa y me vi abocada a limitar mis ocupaciones al hogar y a la co-crianza del niño de mi compañera de piso. Con ello tenía un día a día muy distinto al de algunas amigas que vivían con más gente de su edad y contaban con el apoyo de una pequeña comunidad de personas afines.

Yo, por el contrario, sentía un aislamiento dentro de un aislamiento. Es decir, el mío personal en la casa, y el general que estábamos sufriendo la mayoría de las personas con las nuevas medidas de distanciamiento social y de confinamiento. En poco tiempo mi salud mental deterioró drásticamente.

Probé a tomar antidepresivos pero me dieron una reacción alérgica y tuve que dejarlos. Mantenía mis consultas con mi psiquiatra y mi terapeuta por teléfono pero no parecían ayudarme en nada, si les informaba sobre mi ideación suicida esto quedaba anotado en sus informes y me recordaban que siempre podía llamarlas en caso de emergencia. Realmente no me sugerían ninguna idea o estrategia para intentar lidiar con esta situación.

Finalmente llegué a un límite en el que ya no pude más con la situación y la sensación de aislamiento se volvió intolerable. Yo vivía en otro país y decidí hacer las maletas y volver a casa de mis padres. Aquí, después de tantos años fuera de España, me tocó lidiar con el shock cultural inverso y con una crisis de identidad pero al menos mi salud mental ha mejorado notablemente.

Soy muy afortunada de poder tener el apoyo incondicional de mi familia y de algunos amigos desde la distancia pero no quiero imaginarme lo dura que esta “nueva normalidad” puede estar siendo para quienes tienen menos privilegios o menos apoyo emocional. Por mencionar algunos, quienes pertenecen a colectivos que ya se encontraban en una posición vulnerable, por ejemplo, familias refugiadas, exiliadas, sin papeles, sin trabajo y además con discapacidades físicas y mentales.

Lo que quiero dejar claro con este artículo es que en esta pandemia no todas podemos elegir ser resilientes. Podemos intentarlo pero muchas nos veremos muy limitadas debido a nuestro historial clínico o a cuestiones de clase y de género.

Por otro lado, esta pandemia mundial ha dejado en evidencia cómo el modelo de vida individualista de nuestras sociedades capitalistas sólo acentúa la desigualdad de privilegios y el desamparo de las personas más vulnerables, incluyendo a quienes han de lidiar con su trastorno mental. Por eso, una de las formas más inmediatas en la que todas podemos actuar es en abrir el diálogo y romper con el tabú de esta realidad.

La mayoría de personas neuro-divergentes estamos sufriendo más durante esta pandemia, y simplemente el hecho de poder hablar de ello abiertamente podría ser una gran ayuda.

Me gustaría animar, eso sí, a usar correctamente los términos como “depresión” y “ansiedad”. Hay quienes trivializan estos temas y hablan de tener depresión cuando simplemente lidian con un día de bajón, o dicen que tener ansiedad cuando sólo se refieren a lidiar con una situación estresante.

El mal uso de estos términos no rompe necesariamente con el tabú que existe en torno a ellos, simplemente normaliza su uso pero lamentablemente puede lavar o vaciar su contenido. A la larga esto juega en la contra de quienes debemos expresar un sufrimiento severo pues acabamos viéndonos forzadas a buscar más argumentos para justificar que no estamos usando estos términos de manera superficial y que nuestra salud mental de verdad peligra.

Sin duda necesitamos más testimonios reales y menos artículos escritos por profesionales que hablan desde una postura privilegiada y muchas veces paternalista. Los temas sobre salud mental o emocional deberían ser más accesibles y no quedarse relegados únicamente a foros en la red o a revistas de psicología.

En plena segunda ola de COVID-19 y con un aumento diario de los casos sólo espero que los medios atiendan un poco más al tema de la salud mental y que nosotras, a nivel colectivo, incidamos en el diálogo y el apoyo mutuo para generar espacios más seguros y solidarios con nuestras amigas, vecinas o personas allegadas.

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