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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

El miembro fantasma: ¿fin de las mascarillas en los colegios?

Mascarillas.

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El 8 de febrero el Gobierno decretó el fin de las mascarillas en los espacios abiertos de los colegios, es decir, en las salidas, entradas y en el patio. Llevamos cerca de dos años con la obligatoriedad de mascarillas, a excepción de los meses de julio hasta diciembre de 2021 en espacios abiertos. Sin embargo, en los colegios no se ha producido ninguna excepción durante todo este tiempo.      

En muchas comunidades autónomas, cuando se instauró la obligatoriedad en los colegios, fue para mayores de seis años en interior y exterior, y en los tres cursos de infantil solo para exterior y espacios comunes. Sin embargo, cuando se permitió no llevarla puesta al aire libre, las personas adultas podíamos dar un paseo en hora punta por el centro de cualquier ciudad, mientras niños y niñas a partir de tres años debían usar mascarilla en el patio del colegio. Esto se produjo sin apenas cuestionamiento y nos debe hacer reflexionar acerca de tres aspectos fundamentales: en primer lugar, cuál es el grado de contagio, transmisión y peligrosidad del virus en la infancia. En segundo lugar, los riesgos de las mascarillas y el uso prolongado en su salud física y emocional. Y en tercer lugar, la falta de voces críticas en la escuela y entre las familias.

Al inicio de la pandemia se pensaba que los centros educativos iban a ser las principales vías de contagio, situando a la infancia como posible “supercontagiadora”. Pronto se descubrió que mientras el virus se extendía a una gran velocidad, muy pocas clases tuvieron que hacer cuarentena. En la actualidad, la variante ómicron deja más contagios en las aulas, pero muchos provienen de niños y niñas que han sido contagiados en sus hogares. Además, se ha comprobado la leve sintomatología que presentan una vez contraído el virus. Teniendo esto en cuenta, no se puede comprender cómo se han establecido en todo este tiempo medidas más estrictas para la infancia. Medidas que además no han estado basadas en el bienestar de niñas y niños, obviando su interés superior, sino en la protección del resto de la población.

Otra cuestión que se plantea son los problemas físicos y psicológicos de la mascarilla. Desde hacer ejercicio con ella, incluso en el verano, cuando sin embargo ha estado exenta en algunos deportes al aire libre, hasta niños y niñas respirando dentro de mascarillas sucias por el juego, la saliva o los mocos durante demasiadas horas. También la dificultad emocional. Parece que no somos conscientes de que nuestras hijas e hijos no han visto la cara de sus amistades en casi dos años. No sé si habrán aprendido a advertir las emociones en la mirada, pero que gran parte del rostro esté cubierto supone un verdadero problema para la comunicación. A lo que se une el no poder tocarse o tener que mantener la distancia.

El pasado viernes, primer día sin mascarilla en los recreos de Andalucía, pregunté a mi hijo, mi hija y a otros niños y niñas cómo se habían sentido. La primera respuesta fue: “Ha sido raro”. Ha sido raro el viento chocando en su cara, de tal forma que se tocaban como si les faltase algo, una sensación extraña de desnudo que podía provocar incluso un sentimiento de vergüenza, de no saber cómo actuar o cómo relacionarse con el resto sin la seguridad del muro facial. Fui entonces consciente de que hemos generado una peligrosa normalización de la mascarilla en la infancia y ahora su ausencia puede actuar como un miembro fantasma, esa parte del cuerpo que ha sido amputada pero sigues sintiendo. También hay quién me comentó que no reconocía a sus compañeros y compañeras o que sus caras le parecían extrañas.

Pero lo más curioso es que las mascarillas, al igual que las vacunas, ya forman parte de esta cultura pandémica totalmente instaurada. Por ese motivo, muchísimos niños y niñas han seguido llevando mascarilla a pesar de la no obligatoriedad. Las familias han insistido durante todo este tiempo en la importancia de que la lleven siempre puesta, incluso aunque acaben de pasar la covid-19, transmitiendo una extraña sensación de seguridad ante el pánico del contagio. De hecho, que la obligatoriedad fuese a partir de los seis años no impidió que hayamos visto a niños y niñas desde los dos años con mascarillas por la calle a petición expresa de sus progenitores. Por supuesto, esto no es un capricho de las familias, que prácticamente se han dejado llevar por el terror emitido en los medios de comunicación, de forma que salir sin mascarilla era prácticamente sinónimo de salir con una bomba lapa pegada a tu cuerpo. El segundo día sin mascarilla obligatoria, mi hija de cinco años me pidió por favor que se la pusiera en la entrada del colegio. Era la única que no la llevaba y se sentía fuera de lugar. Me pregunto si, al igual que hemos tenido una campaña escolar para el cumplimiento de normas covid, habrá también una campaña de deshabituación, para que niños y niñas puedan dejar de usar las mascarillas con total normalidad.

Me preocupa la aceptación de la infancia. Que su rebeldía natural no haya salido en este tiempo. Que protesten por llevar un pantalón que no les gusta o un gorro que les molesta pero no por llevar un trozo de tela en la cara, y que muchas veces ni siquiera se la bajen un poco cuando nadie les ve. Aunque no todo está perdido y hay muchos niños y niñas que empiezan a quitársela en el recreo y solo se la ponen en la entrada y salida, cuando su familia puede verles. Sin embargo, la campaña mediática de seguridad nacional les ha llegado directamente: deben protegerse y proteger al resto. Y lo tienen bien integrado, así se ha difundido en los canales infantiles de televisión: si siguen las reglas serán “héroes”. Igual que ha sucedido con la vacunación infantil pues, a pesar de ser supuestamente voluntaria, desde el pasado 24 de enero se ha estado emitiendo una campaña en Clan TV animando a la infancia a vacunarse (y llamando irresponsable a quien no lo haga) con dibujos de Pocoyó o Crocodoc.

Con estas directrices tan instauradas, donde los centros educativos también han tenido un papel fundamental, cuando el año pasado dejamos de llevar mascarilla en la calle por primera vez, tuve que recordar a mi hijo en varias ocasiones que se la podía quitar, y se quedaba parado en la puerta de un establecimiento si no la llevaba puesta. ¿Por qué la infancia no es capaz de transgredir esa norma? ¿Por qué hay niños y niñas que apenas han aprendido a hablar y son capaces de recordarle a su madre que se ponga la mascarilla? Porque su normalización como objeto cotidiano ha requerido un estricto entrenamiento mental y esa continua repetición ha estado muy presente en la socialización de la infancia en estos años.  

Para las y los mayores de seis años la obligatoriedad de la mascarilla en todos los espacios ha supuesto llevarla una gran cantidad de horas al día: colegio, calle, parque, extraescolares, deportes varios, juego con sus amigos/as, etc. En ocasiones han estado más horas con mascarilla que sin ella, durante casi dos años de su vida, tiempo que no se corresponde a dos años de la vida adulta. Si la cultura pandémica se ha adentrado en la sociedad, a la infancia la ha absorbido de una forma vertiginosa. Sin embargo, hacer alusión a su capacidad de resiliencia para justificar nuestra falta de protección me parece una auténtica aberración. He llegado incluso a escuchar que “lo llevan mejor”, argumento que me recuerda a las barbaridades que se cometían en un pasado con los y las bebés, incluso operando sin anestesia, porque “no sentían”. Y por mucho que creamos haber avanzado, seguimos pensando que la infancia puede con todo, básicamente porque nuestra mentalidad adultocéntrica no es capaz de entender sus emociones y, mucho menos, de acompañarlas. Así pues, solo nos daremos cuenta de cómo hemos gestionado esta pandemia con respecto a las niñas y los niños cuando crezcan y, entonces sí, empecemos a reconocer esos problemas adultos que no nos son tan ajenos. Y haremos terapias y regresiones a nuestra infancia, para solucionar como personas adultas lo que las personas adultas no supieron solucionar en el pasado con la infancia.

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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

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