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Los arqueólogos entrarán en el Valle de los Caídos para estudiar las chabolas de los familiares de los presos

Vista de las obras de construcción del Valle de los Caídos en 1952

Peio H. Riaño

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A finales del mes de abril, y si el Ministerio de Cultura concede el último permiso necesario, un equipo de nueve arqueólogos y arqueólogas y un historiador, dirigidos por el arqueólogo del CSIC Alfredo González-Ruibal, iniciarán una campaña que supondrá el primer paso de la resignificación del Valle de los Caídos. Durante un mes excavarán los restos de las chabolas donde vivían las familias que acompañaron a los presos que construyeron el monumento al franquismo, entre 1940 y 1958.

“Hay que desublimar el espacio. Ahora mismo el monumento reproduce el mismo orden simbólico y el itinerario que diseñaron los arquitectos Pedro Muguruza y Diego Méndez. Es esencial poner en primer plano a los trabajadores, a sus mujeres y sus hijos que vivieron y trabajaron en la obra y desplazar el protagonismo de la monumentalidad del conjunto. Es un espacio de trauma, no de celebración y así hay que contarlo”, adelanta a este periódico Alfredo González-Ruibal. 

Los arqueólogos quieren rescatar del olvido los espacios marginales relacionados con la represión, el control social y el trabajo, poniendo especial énfasis en los espacios domésticos de la población presa y dependientes. Es la historia oculta del Valle. A pesar de la amplia bibliografía sobre su construcción (Esclavos por la patria, de Isaías Lafuente; La verdadera historia del Valle de los Caídos, de Daniel Sueiro; Los últimos españoles de Mauthausen, de Carlos Hernández), apenas ha llegado documentación relativa a estas construcciones que se derribaron antes de la inauguración del lugar. “Fueron doblemente negadas por ser mujeres y republicanas. Eran el apoyo psicológico de los maridos presos y las sostenedoras de la familia. Situar en primer plano a las mujeres y los hombres que construyeron el Valle es fundamental para deconstruir la narrativa épica de la dictadura”, añade el científico.  

Estas estructuras improvisadas se situaban en las inmediaciones de los barracones de los obreros. Ahora sólo hay descampados. Pero en la visita que los arqueólogos realizaron el pasado julio a los cuatro poblados (conocidos también por el nombre de las empresas constructoras, Molán, Banús, San Román, etc) ya encontraron y sin excavar algunos restos de la intimidad de los pobladores. Suelas, zapatos de mujer, peines, tinteros empleados por los niños en sus tareas escolares, botellas o latas de conservas. Historias vitales que están reclamando salir a la superficie. La arqueología tiene esa potencia simbólica de desenterrar una historia distinta a la publicada y difundida. 

González Ruibal es especialista en deshacer el relato histórico más conflictivo, el de la guerra civil española. Habían pasado tres años desde la última vez que fue a Cuelgamuros, antes de regresar el pasado julio. En 2017, los vigilantes de seguridad que custodian el monumento de Patrimonio Nacional lo expulsaron de la abadía benedictina por tratar de hacer cumplir la ley y evitar un homenaje al dictador. Era un sábado y retiró un ramo de flores que minutos antes había depositado un hombre sobre la tumba De Francisco Franco, acompañado con el saludo fascista. Muchos años antes, en 2006, devolvió a la vida los barracones del destacamento penal de Bustarviejo (Madrid), el campo de trabajo forzado con el que el franquismo finalizó, entre 1944 y 1952, las vías del ferrocarril directo Madrid-Burgos. 

“Ahí está enterrada una historia de la que no sabemos nada. Por esos barracones y chabolas pasaron personas de todo tipo, desde generales del Ejército republicano a intelectuales y obreros. Queremos recuperar las historias de sus mujeres y familiares, de sus hijos. Necesitamos estudiar la violencia franquista, no sólo de los fusilamientos, sino los castigos y la represión. Es un fenómeno poco contado. La excavación tratará de volver a repoblar ese valle sin héroes ni mártires, con obreros, madres, mujeres y niños. Es importante extraer El Valle de los Caídos de la Ruta Imperial en la que todavía se mantiene, con lugares vinculados a la monarquía, para colocarlo donde debe, en la memoria traumática de este país”, dice el arqueólogo del CSIC. Recuerda que en una de sus novelas, Carmen Martín Gaite observa los barracones y las chabolas de los prisioneros que trabajan en la construcción de una presa.

El equipo de científicos peinará con detector de metales, primero, los poblados de la Entrada, Central y Monasterio (Molán, Banús, San Román) y de forma extensiva otros puntos de interés relacionados con la historia del Valle durante la Guerra Civil y el período de construcción de la obra (infraestructuras civiles y militares). Luego, una vez se hayan localizado las áreas de actividad y basureros relacionados con los barracones y talleres, revisarán las letrinas y vertederos. “Suelen proporcionar información muy relevante en centros de internamiento, incluidos objetos personales de los presos”, indica el arqueólogo.

Días antes de dimitir, la semana pasada, como Consejero Gerente de Patrimonio Nacional, José Luis Masegosa firmó la autorización de la intervención arqueológica. El proyecto ha recibido una ayuda de 12.000 euros en subvenciones de la secretaria de Estado de Memoria, destinadas a la recuperación de la memoria democrática y las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura. Y los objetos que encuentren en la excavación arqueológica podrán exponerse en un centro de interpretación o en cualquier espacio museográfico que se diseñe dentro del Valle, apuntan los arqueólogos en su propuesta, a la que ha tenido acceso este periódico. Alfredo González-Ruibal se adelanta al futuro que tiene planificado la Secretaría de Estado de Memoria Democrática: lo importante no es cambiarle el nombre al Valle de los Caídos, lo que importa es cambiarle el significado.

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