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Año I en el Valle de los Caídos tras la exhumación de Franco: “Con lo que fue esto, ahora parece una película de Berlanga”

Una señora coloca algo en el altar montado en el panteón de los Franco en Mingorrubio.

Víctor Honorato

20 de noviembre de 2020 19:52 h

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El Movimiento Católico Español (MCE) es un remanente de la ultraderecha franquista de primera hornada, esqueje de la Fuerza Nueva de Blas Piñar y nostálgico de la dictadura. A las 9 y media de la mañana del 20-N, 45 años después de la muerte de Franco, el MCE son exactamente nueve personas esperando en un bar de Usera a subirse a un autobús con dirección al Valle de los Caídos y parada final en el cementerio de Mingorrubio, donde hace poco más de un año se trasladaron los restos de Franco.

“Nos molestó porque fue una profanación de un cuerpo en contra de la opinión de la familia y un sacrilegio de la basílica, que se tomó por la fuerza militar”, dice José Luis Corral, veterano de estas lides quien se presenta como jefe nacional del MEC y de Acción Juvenil Española y explica que el bus se ha organizado para mantener la distancia de seguridad en estos tiempos de coronavirus y no tener que apretujarse en los coches. Tras parada intermedia en Moncloa, la comitiva crece a 16 integrantes.

Se sienta Roberto, de 47 años. Lleva la cabeza pelada, chaqueta entallada, vaqueros azules ajustados con tirantes rojos y amarillos, y botas. Por debajo, una camiseta negra con letras doradas: “España is coming” y el escudo franquista debajo. El eslogan está, en efecto, inspirado en la serie de televisión fantástica Juego de Tronos. Roberto trabaja en la imprenta de un gran medio de comunicación y tiene sentido del humor. “Ya ves que somos cuatro gatos, jaja”, se ríe, antes de pasar a explicar su pensamiento político. Tuvo familiares en los dos bandos de la guerra civil, en su casa no se hablaba mucho de política, y con 14 años tenía un amigo comunista y otro muy de derechas. Acabó arrimándose más al segundo.

Roberto está recordando las grandes manifestaciones de antaño y cómo los 20-N se cortaban calles por la de gente que acudía cuando, en los asientos delanteros, surge una melodía de un teléfono móvil y dos mujeres mayores y rubias empiezan a cantar: “¡Cara el sol con la camisa nueva!”, etcétera. Son Carlota y Francine, que han venido de Barcelona. Proclaman: España, una, grande y libre; viva Cristo rey; Franco, presente. Están muy ­animadas.

También va en el autobús Alejandro, hijo de Francine, joyero de profesión. Habla un poco con Roberto, los dos están preocupados por el auge de “los comunistas”, protagonistas de un “cambio de régimen encubierto” y de “diluir el concepto de nación con mentiras”. Alejandro viene de una “familia conservadora” y estudió en un colegio del Opus Dei, pero se fue decantando ideológicamente después. “Tienes que informarte, leer, buscar por ti mismo”, explica, y pasa a criticar a la Pasionaria (él la llama Solitaria, pero Roberto le corrige) o el “fraude electoral en el referéndum de Alfonso XIII”.

En Moncloa se sube Marián, guía turística desde hace mucho, quien asegura manejar buenas redes de información gracias a Internet. Sacar al dictador del Valle de los caídos le parece “como lo de los talibán”. Suya es la primera mención del día al financiero George Soros, “que quiere que todo se hunda para comprarlo por dos duros”. Las críticas se van haciendo más esotéricas, con menciones a campañas de vacunación para acabar con la gente mayor, cuando Corral se levanta para indicar que el auto está pasando por donde cayó el padre Huidobro, víctima de un obús ruso, según la historiografía franquista. Beatificado en 2016 por Francisco I, los pasajeros no tienen, sin embargo, buena imagen del Papa actual, que además “va a durar años”, prevé Roberto.

Pasado el hito del Palacio del Canto del Pico, residencia de verano de los Franco que hoy amenaza ruina, el convoy aparece en el Valle de los Caídos. Hay una decena de agentes de Guardia Civil en la entrada inferior, pero la llegada está anunciada, con lo que el autobús avanza al aparcamiento, junto a la entrada del funicular, clausurado desde 2009. La cafetería también está cerrada. Los 16 se bajan y suben hasta la basílica. Francine y Carlota posan ante dos coches de la Guardia Civil, y en la puerta de la iglesia, otro agente le dice a la primera que por favor se cambie la mascarilla, que es verde y tiene un dibujo del escudo franquista en un lateral y un retrato de Franco en el otro. “¿Te lo puedes creer?”, protesta después. Alejandro cuenta un chiste: “los agentes de la Guardia Civil son como las sandías, verdes por fuera y rojos por dentro”.

Se acaba el tiempo de las bromas, toca misa. Solo la mitad de los bancos están ocupados, alguna gente ha venido en coche y puede que llegue a haber unas 100 personas. No hay menciones en la misa a Franco ni a José Antonio, sí al “fomento de la paz entre todos los españoles”.

Acabado el rezo, los fieles van volviendo. Una pareja viene hablando del Atlético de Madrid, un grupo de cuatro esperan a que el conductor de un Mercedes antiguo saque el coche de la plaza de aparcamiento. Cuando baja la ventanilla, suena a todo volumen el himno de la legión. El autobús va ahora a Mingorrubio. Los pasajeros mantienen el tono festivo. ¡Viva nuestro presidente!, claman Carlota y Francine. Corral responde que es el “jefe”, que lo de “presidente” es de “demócratas”.

Llegando a El Pardo, el ambiente se enrarece un poco. Se espera que haya medios de comunicación en la puerta del cementerio. En efecto, hay varias cámaras de televisión y fotógrafos junto al panteón de la familia Franco, casi tantos como simpatizantes del dictador, que no son más de unas decenas. Allí también está Pilar Gutiérrez, hija del ministro del tardofranquismo Joaquín Gutiérrez Cano y figura televisiva recurrente en los debates sobre ultraderecha. Es el momento de Corral, que parece que no esperaba tanta atención. Anuncia: “Vamos a poner unas flores y a cantar ‘Yo tenía un camarada”, en referencia al himno fúnebre falangista. La comitiva obedece. Arrancan y los primeros versos se los saben todos, pero al cambiar de estrofa muchos empiezan a vacilar. Un hombre, en cambio, sigue cantando con vozarrón. Corral le reprende: “Está empezando a desentonar, cante más bajito”. El otro se enfada mucho: “¡Mire, yo canto lo que me da la gana, gilipollas!”. Casi llegan a las manos, pero los acaban separando.

Corral responde a continuación a los periodistas, rodeado de gente que critica en voz alta la manipulación de los periodistas. “Tu televisión es prostituta”, insiste mucho una señora. Cuenta que se siente perseguido desde los tiempos de UCD y que ahora le dejan hablar, pero que luego le querrán meter en la cárcel. Si en la basílica no mentaron a Franco “es seguramente por la amenaza política”, aduce. Otro hombre se aproxima y repite ante los micrófonos que con Franco se vivía muy bien y que lo peor de ahora es que maten a los niños. Se refiere al aborto. También salen a colación los menores extranjeros no acompañados y el oro de Moscú.

Roberto espera, un poco apartado. “Con lo que fue esto… Ahora parece una película de Berlanga”. El Movimiento Católico Español pasa brevemente por la tumba de Carrero Blanco, vuelve al autobús y se va.

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