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Ceuta y Melilla piden paso

Un policía cierra la valla en el paso transfronterizo de Ceuta, en una imagen de archivo.

Gonzalo Testa

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El anuncio del restablecimiento de “la plena normalidad en la circulación de personas y bienes en beneficio de nuestros pueblos” realizado por el Gobierno de España el pasado 18 de marzo ha vuelto a poner la fecha de reapertura de los pasos fronterizos de Ceuta y Melilla con Marruecos en el centro de todas las conversaciones en las ciudades autónomas.

Nunca ha dejado de estarlo. Desde la madrugada del 14 de marzo de 2020, cuando el país vecino los cerró en vísperas de la declaración del estado de alarma en España, no han dejado de hacerse quinielas, todas erradas, sobre cuándo se podría restablecer el tránsito. Ahora arrecian de nuevo las apuestas: ¿será durante el mes sagrado de ayuno islámico de Ramadán, que comienza el próximo fin de semana? ¿Antes de su finalización, prevista para la tarde del 1 de mayo? ¿A principios de verano con motivo de la Pascua musulmana del Sacrificio de julio acompañando la recuperación de la Operación Paso del Estrecho que no se organiza desde el comienzo de la pandemia?

Las dos ciudades bullen de incertidumbre ante la expectativa de que el próximo miércoles empiecen a concretarse detalles tras la visita a Rabat del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, que en una conversación telefónica la tarde en que se conoció el viraje de España sobre el Sáhara Occidental convenció al presidente de Ceuta, Juan Vivas, de las bondades de la “nueva etapa” que supuestamente se abre en las relaciones con Marruecos.

Confianza ciega en que el país vecino vaya a olvidar su ambición soberanista para siempre no hay, pero que la aparque una década ya implica un alivio. En las calles de las dos ciudades autónomas impera el pragmatismo y si se pregunta a los vecinos es fácil que respondan que “Ceuta y Melilla bien valen el Sáhara”. Tras casi un lustro de horizonte plomizo, en el centro de una batalla de “zona gris”, de patadas a España en su espinilla norteafricana como el cierre de la aduana comercial melillense en 2018, el colapso progresivo de las fronteras terrestres, la llegada masiva de hace 10 meses a Ceuta o el salto de 2.000 personas de origen subsahariano en la ciudad hermana a principios de este marzo, cualquier atisbo de retorno a aquella vieja vieja normalidad es bien recibido.

“Lo que esperamos y deseamos”, resume el presidente de la Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (FAMPA) de Ceuta, Mustafa Mohamed, “es recuperar una relación civilizada con Marruecos que beneficie a ambos lados, una frontera ordenada y una convivencia pacífica para ir a comer, que vengan a comprar, trabajo y oportunidades para prosperar para todos”.

Temerosas siempre del Reino que las tacha de “presidios ocupados”, la mayoría de ceutíes y melillenses, no sólo los miles de españoles de origen árabo-musulmán con antepasados y familiares al otro lado de las vallas, añoran los tiempos en que, hasta hace aproximadamente una década, era costumbre semanal cambiar de país sobre uno de los saltos económicos más grandes del mundo sin tener que afrontar los costes del carísimo aunque cada vez más subvencionado (ahora, un 75%) transporte marítimo o aéreo para llegar a la península.

Con una superficie de solo 19 y 12 kilómetros cuadrados, respectivamente, los vecinos de Ceuta y Melilla, casi todos salvo la élite que se exilia cada fin de semana en la Costal del Sol, encontraban en las montañas del Rif, las playas de Assilah, Alhucemas o Saidia, las ciudades de Tetuán y Nador o las urbanizaciones mediterráneas y sus segundas residencias a precios más que asequibles para alquilar o comprar y mercados bulliciosos en los que nutrirse de fruta, verdura y pescado a precios irrisorios…

Restaurantes como ‘Hala’, ‘Dos mares’ o ‘Vitamine du mar’ se llenaban sábados y domingos de ceutíes que encontraban en algunas de sus paredes, además de las de Mohamed VI, fotografías del presidente de la Ciudad, Juan Vivas. En sentido inverso, a Ceuta y Melilla arribaban por cientos marroquíes de clase media y alta deseosos de pasar una tarde o un par de días en un ambiente occidental sin subirse a un barco o un avión. A las casas de ambas ciudades, miles de empleadas de hogar, un lujo asequible que más allá de lo laboral ha tejido multitud de lazos afectivos que se ansían restablecer.

El aeropuerto de Tánger fue durante años para los vecinos de Ceuta, gracias a las aerolíneas baratas que lo conectaban con Madrid, la forma más cómoda y económica de llegar a la capital de España y para las regiones marroquíes más próximas las dos ciudades autónomas se erigieron en polos de creación de empleo y actividad económica, aunque en su mayor parte irregular.

El empresario Abdelmalik Mohamed, presidente de la asociación Residentes Ceuta, que siempre ha abogado por tejer lazos económicos y sociales más allá del conflicto soberanista, tiene claro que las cosas no volverán nunca ser lo que eran en lo que a aquellos tumultos de porteadoras aplastadas por los bultos que llevaban a su país se refiere. No lo quiere Marruecos, que calcula que perdía miles de millones en aranceles con aquel “contrabando”, denominado ‘comercio atípico’ en el lado español, y tampoco las autoridades de las dos ciudades, que han apostado por las nuevas tecnologías y el turismo como sectores con más potencial de desarrollo para sostener un futuro “más estable, próspero y seguro”, algo incompatible con las muertes por aplastamiento en la verja, seis en los años previos a la COVID-19.

Para Mohamed “es el momento de tender puentes, de establecer vínculos sociales, culturales y económicos de modo que el futuro de Ceuta pueda reactivarse en beneficio de todos: estos dos años nos han mostrado un declive económico cuya expresión más dolorosa ha sido el cierre de muchos comercios, así como historias y dramas humanos de grandes proporciones en los dos países”.

En mayo de 2021, durante las llegadas masivas de niños y adolescentes instigadas o consentidas por Marruecos que permitió a 12.000 de sus ciudadanos entrar irregularmente en Ceuta en apenas 48 horas, sobre la mesa de la delegada del Gobierno, Salvadora Mateos, llegó a estar, según fuentes policiales, la evacuación de la ciudad. Fuentes del Ejecutivo local reconocen que pensaron que la ciudad “se iba al garete tal y como la conocemos”. En el epítome de la tensión con Rabat, el Ministerio de Asuntos Exteriores planteó abiertamente acabar con la excepcionalidad que en el Tratado de Schengen permite a los marroquíes de las regiones anexas a Ceuta y Melilla entrar en ellas sin visado y pedir su entrada en la Unión Aduanera europea, debates “estratégicos” que el Gobierno central había instado a abandonar para no soliviantar a Marruecos en 2013.

Las dos ciudades se asomaron entonces a un porvenir como meros muros, los fuertes por los que apuesta Vox, el único partido que ahora exige mantener las fronteras cerradas hasta que Marruecos no proclame “pública” e “internacionalmente” la españolidad de Ceuta y Melilla. El enrocamiento duró, en realidad, poco. Coincidiendo con el cese de González-Laya como ministra de Asuntos Exteriores, desde La Moncloa empezó a apostarse por configurar “zonas de prosperidad compartida”, como alrededor de Gibraltar con el Peñón, al otro lado del Estrecho.

Rabat también se ha movido: en agosto sus autoridades aceptaron sentarse por primera vez en una mesa con representantes del Gobierno de Ceuta y la visita de Pedro Sánchez a las dos ciudades de esta semana no ha ido acompañada de la pataleta con la que se recibió las anteriores de presidentes de la nación o la única de un jefe del Estado, la de Juan Carlos I en 2007. Claro que antes, el Gobierno español había dado un volantazo a su posición histórica sobre el Sáhara, que a corto plazo lo cambia todo en las relaciones de los dos países.

Para consolidar su nueva entente en Ceuta y Melilla, España y Marruecos deben concretar, en primer lugar, cómo se restablecerá el tránsito entre ambos países por sus fronteras terrestres que el reino vecino empezó a estrangular explícitamente hace cuatro años, convirtiendo lo que en su momento era un trámite de minutos en atascos kilométricos de horas a un lado y otro de los pasos. La delegada del Gobierno en Ceuta ha anunciado que primero podrán volver a circular los trabajadores transfronterizos oficialmente reconocidos como tales, miles de empleadas de hogar y trabajadores en otros sectores como la construcción que, sin embargo, sólo suponen alrededor de la mitad de los marroquíes que cada día cruzaban a las ciudades españolas para ganarse la vida en la economía sumergida.

A Hassan Arahou, el único relojero acreditado para tocar los rólex en Ceuta, se le saltan las lágrimas sólo de pensar en una próxima apertura de la frontera tras dos años encerrado en la ciudad, donde optó por quedarse para no perder su empleo a costa de no saber cuándo volvería a ver a su esposa e hijos. Ahora espera un reagrupamiento inminente: “[La nueva relación bilateral] ha sido una noticia maravillosa porque eso es lo que queremos: llevarnos bien entre países y entre personas, como seres humanos... Los beneficios para los dos pueblos son los que deben reinar sin ese odio que no lleva a ningún lado”.

Caóticas en esencia, el Ministerio del Interior no ha aprovechado los dos años que han permanecido cerradas para instalar todas herramientas “inteligentes” que prometió para poder controlar “quién pasa y a qué” a Ceuta y Melilla, donde el Gobierno central también tiene pendiente de perfilar las modificaciones legales que impulsa para convertir todo su territorio en frontera a efectos de tramitar solicitudes de protección internacional con el fin de resolverlas por la vía más expeditiva. Tras la avalancha de mayo miles de marroquíes pidieron asilo en España y más de 2.500 lograron vía libre para llegar a Algeciras con su mera admisión a trámite, la mayoría por silencio administrativo, algo que alivió la presión en la ciudad, pero destapó un factor de riesgo para cuando se reabran los pasos.

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