Un elefante, un lobo y un carnero
La España radial de la política crispada ha dedicado los últimos días a observar a Andalucía y Catalunya, la comunidad más poblada y la que siempre se asoció con el impulso económico. Ocurrió que, de tanto hablar del procés, el Gobierno catalán orilló la gestión de los asuntos diarios, así que los problemas del común se volvieron tan evidentes y se percibían tanto que el Parlament apenas pudo detenerse en ellos. ¿Quién veía al elefante si estaban hinchando otro, amarillo y en teoría transversal? Todo era procés y república y las legislaturas se sucedían sin iniciativas ni apenas proyectos de ley, con partidos unidos por conveniencia como Junts per Catalunya y ERC, que admiten que aguantarán hasta que se pronuncie el Supremo.
No hay un proyecto conjunto, sino la espera conjunta de una sentencia en una sociedad que lleva años aguardando. Pero qué importa eso, si eso son las migajas. Estaba todo en la frase del portavoz de Junts per Catalunya, Eduard Pujol: “A veces nos distraemos con cuestiones que no son las esenciales, que si 85 días de listas de espera, que si tendrían que ser 82... Nos peleamos por las migajas”. Más lazos amarillos y menos hablar de las matrículas de universidad.
Fue que el elefante, miga a miga, se plantó en la misma puerta del Parlament y se paseó por las calles de Barcelona. Els carrers seran sempre nostres. El president Quim Torra, que pensó que su cargo consistía en quejarse de los demás, se sorprendió de este imprevisto giro del guion por el que los ciudadanos exigían al gobierno que gobernara. Y hay cosas que no. Reaccionó como a menudo reacciona un político profesional: escribió un tuit y se recogió en silencio, que él no había llegado a la presidencia. A él lo habían puesto.
Con alusiones constantes a la situación catalana, las elecciones andaluzas han ocupado el otro foco de atención. Mañana sabremos lo que se ha movido en estas dos semanas pero, hasta que se cierren las urnas, sabemos ya que han construido otro elefante, el de Vox, al que han hecho la campaña desde fuera. Pasarán los eslóganes y los mítines y, sin embargo, algo quedará: la radicalización del discurso de Pablo Casado, que incluye referencias a la ablación del clítoris y al sacrificio de los carneros. Que llama ilegítimo al presidente del Gobierno.
Es difícil meter la pasta de dientes en el tubo una vez que ha salido. Será difícil presentarse como líder centrista si uno se adueña del discurso de la ultraderecha. Algunas derivas no tienen vuelta atrás.
El carnero y el lobo. La campaña andaluza envía esa primera señal. Por miedo a que viniera el lobo, el PP predica un discurso muy parecido en muchas cosas. Ni rastro, pues, de aquella ruta hacia el centro con la que Javier Arenas llegó a imponerse al PSOE y por donde los expertos solían decir que se ganaban las elecciones. Ahora nadie sabe pero, por de pronto, no hará falta que Vox obtenga un escaño para entrar en el Parlamento si otros llegan pronunciando sus mismas frases.
El PP, al que el Centre d'Estudis d'Opinió llegó a pronosticar sólo dos escaños en Catalunya, se juega la segunda posición en el gran bastión socialista. Andalucía es una plaza fundamental y es ahí donde Casado ha tenido la primera ocasión real de desplegar su discurso a la derecha: recentralización educativa y mano dura con la inmigración. Dos preocupaciones que no aparecen en el CIS entre las primeras de los españoles, ni entre las segundas ni las terceras. Es lo que la semana enseña, que algunos partidos encienden sus expectativas de voto ajenas a los elefantes. Van por otra parte. Construyen los suyos y luego se sorprenden de que estén en mitad de la calle.
Casado hace, al cabo, como hizo en su anterior campaña, de la que salió triunfante al mando del PP. Si prueba un discurso polarizado es porque ya le funcionó antes. ¿Estrategia? Puede. Aunque no parece que diga lo que hacen decir, sino lo que en realidad quiere. Eso no se llama estrategia, sino ideología.