El giro al centro es la mejor canción del verano del sistema político español
Todo era muy fácil antes con el bipartidismo. Ante la duda, giro al centro. Las elecciones se ganan en el centro. El electorado huye de los extremismos. Los análisis políticos se hacían con una plantilla en la que sólo había que rellenar las casillas con los nuevos nombres que iban apareciendo. Años después, se acabó la dualidad, todo se volvió del revés porque el sistema político imperante no daba más de sí, aparecieron nuevos partidos y la canción del verano seguía sonando en los medios. Los dos partidos que habían dominado el Parlamento desde 1977 caían a mínimos históricos, pero daba igual. El giro al centro, amigo, ahí está la fuente de la felicidad electoral.
Con el cese de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria del PP, el centro mitológico regresa a los titulares. Pablo Casado intenta –o se ve forzado a– un nuevo giro al centro. La presión de los barones, incluidos algunos que pactaron con la extrema derecha para hacerse con el poder en gobiernos autonómicos, hace que Génova acepte iniciar otro viaje al centro, uno que se prolonga desde la noche de los tiempos y que en la comparación convierte a Ulises en el tipo que más rápido volvió a casa después de acabar el trabajo. A fin de cuentas, lo que importa no es el destino, sino el viaje. Lo que vale es estar siempre en movimiento.
En el comienzo de todo, sí que hubo un giro al centro en el PP con una parte cosmética y otra muy real, cuando Manuel Fraga decidió poner en marcha lo que se llamó entonces una “refundación” del PP. Alianza Popular pasó a quedar inscrita en una lápida y se celebró en 1989 el bautizo del Partido Popular. No era sólo un asunto de marketing político. Fraga se rindió a la evidencia de que el principal partido de la derecha española debía abandonar el nombre con el que siete exministros del franquismo se habían presentado a las elecciones de 1977. Ese legado pesaba demasiado y convenía elegir la denominación estándar en Europa de los partidos democratacristianos. No es que esa fuera estrictamente su ideología. Se trataba de unir a todas las fuerzas conservadoras en lo que Fraga llamaba con frecuencia la “mayoría natural”, que sólo existía en su mente. El nuevo tótem era el centro, donde se suponía que estaban la mayoría de los españoles, excepto los peligrosos, los que no iban a misa ni a los toros.
'Fast forward' hasta 2019. Un año antes, la moción de censura ha expulsado a Mariano Rajoy de La Moncloa. Con la victoria de Casado en las primarias del PP, el aznarismo vuelve a marcar el paso en la derecha. El nuevo líder, que echó los dientes como jefe de Gabinete de José María Aznar, dobla la apuesta por la FAES y elige a Álvarez de Toledo como portavoz en el Congreso. Para abrir boca, sufre en abril la mayor derrota de la historia del partido y no puede impedir la entrada de Vox en el Parlamento con el apoyo de millones de antiguos votantes del PP. Baja un poco las pulsaciones ideológicas en noviembre –evidentemente los medios lo denominan un giro al centro– y recupera un puñado de diputados que le permiten afrontar con algo más de seguridad la larga legislatura que se prevé.
La pandemia rompe todos los esquemas. El PP huele sangre y de repente cree que sólo tiene que endurecer el gesto para que el Gobierno se hunda solo. Radicales, moderados y mediopensionistas se lanzan a acusar a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias de traicionar a los muertos del coronavirus, al igual que otro presunto moderado del PP, Mariano Rajoy, había acusado a Zapatero de traicionar a las víctimas del terrorismo. Casado compra el discurso de Álvarez de Toledo –porque a fin de cuentas piensa como ella– de que no sólo hay que vencer en las encuestas y en las urnas, sino que hay que decretar la expulsión del PSOE del llamado “bloque constitucional” y llenar las trincheras de una “guerra cultural” contra la izquierda, un concepto trasladado de Estados Unidos que Aznar ha elogiado en sus libros.
Acostumbrado a tocar todos los palos en cada discurso, Casado propugna la radicalización de la crítica del PP al Gobierno y al mismo tiempo propone un pacto tras otro al PSOE, sabiendo que hay pocas posibilidades de que se los acepten. Mientras tanto, García Egea y Álvarez de Toledo están inmersos en una guerra constante y poco disimulada por limitar el poder del otro. El número dos del partido consigue en agosto meter un gol a la portavoz parlamentaria con la destitución de Gabriel Elorriaga como jefe de la asesoría jurídica del grupo del Congreso. Hace poco más de una semana, el portavoz del partido, Pablo Montesinos, aún decía que Álvarez de Toledo era “una magnífica portavoz”. Todo va a cambiar muy pronto, no por un debate ideológico en el partido sobre el rumbo a tomar, sino por la pelea más descarnada por las cuotas internas de poder.
Ella tiene sus propios planes y hace pública su ofensiva contra el secretario general, acusando en una entrevista en El País al partido, es decir, a Egea, de invadir las competencias del grupo parlamentario. Además, critica a la Casa Real por ceder ante el Gobierno y permitir la salida de Juan Carlos de Borbón del país, una posición que se contradice con el apoyo constante de Casado a los dos reyes, el hijo y el padre.
El líder del PP se queda sin argumentos para defender a su portavoz, que nunca ha ocultado su desdén hacia los compañeros del partido que no están a la altura de sus credenciales ideológicas, y decreta su cese. La áspera respuesta pública de la diputada deja claro que ahora Casado ha pasado a unirse a las filas de esos paniaguados que no han estudiado en Oxford y que no tienen lo que hay que tener para enfrentarse a la izquierda y el “marxismo cultural”. “El señor Casado considera que mi concepción de la libertad es incompatible con su autoridad”, dice Cayetana que le dijo el pequeño Casado. Y ella nunca ha respetado a aquellos que no suscriben su interpretación, muy personal, de la palabra libertad. Debió de sonarle a insulto personal que le ofreciera como premio de consolación la secretaría general de la Fundación Concordia y Libertad. Como pasar de ser el general Patton a convertirse en el coronel que se ocupa del transporte de la comida para las tropas en el frente.
El fin político de la marquesa de la mirada heladora ofrece sin duda una nueva alternativa –¿la segunda desde 2019?, ¿la tercera?, la cuarta?– para que se hable del giro al centro, la melodía que acompaña a la derecha desde hace tanto tiempo. Ahora con Cuca Gamarra como portavoz parlamentaria, alguien que se aprende el argumentario del partido y lo recita sin saltarse una coma, la crónica de sucesos será menos excitante en el PP. Lo que no ha cambiado es el hecho de que el aznariano más destacado que hay en la dirección del partido continúa siendo su presidente, Pablo Casado, el hombre al que Aznar enseñó en qué consiste la política.
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