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Macrogranjas marinas, una amenaza creciente para la salud de los mares

La empresa gallega Nueva Pescanova, promotora de la cría de los cefalópodos en cautividad, tiene previsto invertir unos 45 millones de euros en construir la que sería la primera granja de cría de pulpos.

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Decíamos ayer, la semana pasada, que el pomposo “paraíso entre dos mares”, La Manga, lindaba al oeste con la cloaca del Mar Menor y al oeste, con el allí llamado Mar Mayor, el Mediterráneo, contaminado e hiperexplotado. No soy el único en decirlo: Joan Manuel Serrat, el genial autor de la genial Mediterráneo, tiene otra canción sobre los mares mucho menos exultante y melancólica: Plany al mar (Llanto por el mar), donde dice: “Mireu-lo fet una claveguera, ferit de mort” (“Miradlo, hecho una cloaca, herido de muerte”).

Y ya no son sólo los mares de plástico, el bunkering de los barcos-gasolinera y sus continuos derrames –el más reciente, en la bahía de Algeciras, en aguas gibraltareñas–, los vertidos incontrolados de sustancias y desechos tóxicos –la empresa minera francesa Société Minière et Métallurgique de Peñarroya vertió, de 1957 a 1990, nada menos que 60 millones de toneladas de residuos tóxicos a las aguas mediterráneas de la bahía de Portman (o Portmán, el Portus magnus de los romanos): doce kilómetros de desechos minerales químicos de 14 metros de altura ‘ganados’ al mar; eso sí, tuvieron la paradójica virtud de preservar esta preciosa bahía del sur murciano de la brutal especulación urbanística que desde los años 60 destrozaron el resto del litoral–... En fin, el sinnúmero de agresiones que convierten los mares en vertederos. 

Pero con ser mortales todas estas amenazas, hay otra, hoy de actualidad, que amenaza la diversidad de la fauna piscícola: las macrogranjas marinas, trasunto acuático de las contaminantes e insostenibles macrogranjas terrestres. De actualidad, porque la antigua Pescanova, –ahora Nueva Pescanova Group, rescatada de la quiebra fraudulenta por el banco Abanca, y vendida en un 80% al gigante canadiense Cooke Seafood, dedicado a la acuicultura del salmón desde 1985 y ya propietario de la empresa murciana Culmarex, con piscifactorías de lubina y dorada– pretende establecer, con la aquiescencia de las AAA (abnegadas autoridades autonómicas) y el laissez faire de las gubernamentales, la primera granja de pulpos del mundo en Las Palmas de Gran Canaria, que pretende servir un millón anual del apreciado cefalópodo, 3.000 toneladas, a la voracidad –sobre todo, la española y la del sudeste asiático– de los que lo apreciamos y, por ello, hemos llevado la especie al umbral del desequilibrio previo al peligro de extinción: se calcula que cada año se capturan en todo el mundo más de 400.000 toneladas de pulpos, diez veces más que en 1950.

Según mis noticias, a Murcia le cabe el indigno, por descarado, honor de haber inventado una nueva industria pesquera depredadora de la fauna mediterránea: actividad que se disfraza de acuicultura, que, aunque suene mejor, como más científico, no deja de ser la aplicación marina de las macrogranjas de animales terrestres y augura, no por sujetos alarmistas sino por científicos expertos y desinteresados, la definitiva ruina piscícola del Mediterráneo.

Todo empezó con las llamadas llanamente, antes de la necesidad propagandística de términos más presentables, “granjas de engorde de atún rojo”. Es una historia muy interesante: en los años 80 del pasado siglo, las reservas pesqueras sobreexplotadas de la plataforma continental del sureste peninsular amenazaban con agotarse. Y a los esfuerzos propios por poner en serio peligro su capacidad de regeneración, se unían entonces los abusos de la flota congeladora japonesa que, con interminables artes de palangre, de hasta 300 kilómetros, competían deslealmente con las flotas de bajura de la cornisa mediterránea por la captura del atún rojo para el muy demandado sashimi del no menos voraz apetito japonés de pescado. Para evitar los crecientes conflictos que se sucedían con las Cofradías de Pescadores, los japoneses dejaban que los pescadores murcianos, en concreto los de la flota de Águilas, se llevaran (¿o es: les robaran?) hasta un 10% de las capturas de sus interminables líneas de anzuelos. Aunque, al multiplicarse las tensiones, las pesqueras japonesas decidieron una nueva estrategia comercial: que les mandaran a Japón los atunes, limpios y congelados, dado que se había puesto a punto una nueva tecnología industrial que lo permitía.

De las “granjas de engorde” a las macrogranjas marinas

De aquí surgió la idea de las “granjas de engorde”. La atonía inversora de la burguesía murciana, desinteresada en la pesca, como en casi cualquier otra actividad productiva que no disfrutara de momios que garantizaran los beneficios, históricamente mantuvo la flota pesquera en lo artesanal. Pero entonces se volcó en inversiones millonarias en estas “granjas de engorde”, así como en la construcción de grandes barcos cerqueros, provistos de alta tecnología para la detección de bancos de peces, y en la importación de atunes para engorde capturados por otras flotas esquilmadoras aún más potentes que las españolas, como son las francesas.

La realidad que se impone es la de los beneficios y nunca la de las actividades industriales sostenibles con la conservación de la naturaleza. Y la acuicultura superó el 3% del PIB de la Comunidad de Murcia. Por eso no dudaron en ignorar prácticas ilegales para establecer granjas –las elementales declaraciones de impacto ambiental, por ejemplo–, pues, a pesar de las protestas del Defensor del Pueblo y de las organizaciones de protección medioambiental de Murcia, los industriales contaban con la complicidad del gobierno popular de la Comunidad. Algunos tampoco vacilaron en implicarse en actividades delictivas como transgredir la normativa de la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico, que establece una hipócrita veda de sólo un mes al año para el uso de avionetas con tecnologías informáticas para la detección de bancos de presas. Los digamos emprendedores delincuentes contaban con la sociedad en el crimen de colegas argelinos que, por un tanto, habilitaban aeropuertos de Orán como base de las avionetas que se utilizaban durante la supuesta veda. Los conservacionistas sueñan con que son los industriales desalmados quienes ocupan el lugar del atún rojo en las “granjas”, que en realidad son jaulas, y sirven de sashimi para caníbales con posibles.

Por cierto que la gran tensión que se llegó a producir con la depredadora flota japonesa se trasladó a las “granjas de engorde” y a su competencia desleal con cerqueros y palangreros de superficie; hasta tal punto que, para no provocar una explosión de la crisis, la patronal, Asetun (Asociación de Empresarios de Túnidos), creada ad hoc para el gran negocio, no tuvo más remedio que hacerse japonés y firmar acuerdos en 1999 con las Cofradías de Pescadores por los que se obligaba a comprar “a un precio tasado toda la pesca de la flota murciana”, concretamente “toda la pesca de alacha, sardina y caballa capturada por las flotas pesqueras de Cartagena, San Pedro, Águilas y Mazarrón, sin límites de tonelaje”. 

Lo más triste de todo –¿o es lo más lógico?– es que, en la estela de Murcia, no hay comunidad española ni país ribereño de la cuenca mediterránea que no haya imitado el pingüe negocio. A pesar de que, todos están avisados, la nueva práctica pesquera es, si cabe, peor que la anterior: la voracidad del atún exige la ingestión para sólo un kilo de engorde de hasta treinta kilos de peces pelágicos: no sólo las tradicionales y ya muy escasas especies del boquerón y la sardina sino que también se come otras como la alacha, una alternativa de sardina de la que se alimentan lubinas, doradas e incluso delfines, especies que ven así amenazada su existencia en el Mediterráneo.

Además, las granjas suponen una contaminación de la ya muy lacerada plataforma continental de las aguas mediterráneas. Pero, ¿a quién le importa? Aparte de los pescadores tradicionales, organizaciones ecologistas y ciudadanos conscientes, quizá debiera alarmarse otra gran industria de la cornisa, la del turismo, que tendría que ver con inquietud tal actividad contaminante de aguas y playas, cada día más acentuada, por mucho que la patronal del engorde atunero lo niegue para evitarse las inversiones necesarias para paliarla.

En todo caso, el resultado a 2023 es que el sector pesquero murciano ha perdido el 60% de los puestos de trabajo y la mitad de la flota desde los años 90. Si no fuera suficiente, los informes de World Wild Found/Adena y de la ONG norteamericana Oceana sobre los inminentes peligros para la fauna les entran por un oído a gobiernos nacionales, autonómicos y provinciales y les sale por el otro en chorros de 50 monedas...

Las disyuntivas de la vida moderna

Sé muy bien que detrás de las macrogranjas hay una cruda realidad social: sin ellas, gentes como usted y como yo, público espeso y municipal con los recursos justos para ir por la vida, veríamos nuestra dieta muy mermada en proteínas de origen animal. Sin ellas, en muy pocos años, los sabrosos pulpo a feira gallego, cocido con pimentón y aceite de oliva, o pulpo roquero a la cartagenera, al horno, sólo estarían al alcance de bolsillos que no son los de ustedes y los míos. Lo mismo ocurriría con la lubina, la dorada, el  rodaballo, el lenguado, las gambas, la trucha desde luego..., una numerosa lista actualmente más o menos asequible para nuestra cesta de la compra. También habría que pensar que, sin granjas, continuaría la brutal depredación actual, aunque la existencia de aquéllas no asegure la desaparición de ésta...

Son disyuntivas para las que no tengo respuesta (a pesar de ser columnista y, en tiempos, tertuliano; es decir, sabelotodo).

Tampoco las tengo para el caso del pulpo, que se trata de una de las especies más inteligentes y sintientes del reino animal. Sin duda van contra natura los planes de Nueva Pescanova de encerrarlos en tanque cerrados sucesivamente durante tres o cuatro meses, desde larvas hasta el peso de sacrificio, unos 3 kilos, para lo que se habrán empleado nueve kilos de alimento, sin contar la energía necesaria para el funcionamiento del complejo y el destino de las emisiones, seguramente tóxicas, seguramente al Atlántico.

Si es usted madrileño, o está de paso, el domingo 3 de septiembre, a mediodía, Anima Naturalis, Eurogroup for Animals, Acción Océanos, Raíces&Brotes (Instituto Jane Godall), Ecologistas en Acción y Greenpeace han convocado una “gran protesta contra la granja de pulpos” canaria frente al Congreso de los Diputados. El pasado mayo, el diputado Juan López de Uralde, de Alianza Verde-Unidas Podemos, tras recibir información de los planes de Pescanova, registró una pregunta escrita al gobierno ante la opacidad de los planes de la empresa y de los gobiernos autonómico y nacional; iba a seguir una Proposición No de Ley contra la macerogranja, que fue frustrada por el adelanto electoral. La convocatoria es una buena ocasión para informarse, reclamar el derecho ciudadano a la información y reflexionar sobre esas contradicciones entre la cabeza, el corazón y el estómago que nos plantea la agricultura, la ganadería y la acuicultura intensivas.

Termino con otra estrofa del plany citado del gran Serrat: “On son els savis/ i els poderosos/ que s'anomenen,/ ai, qui ho diría,/ conservadors?” (“¿Dónde están los sabios/ y los poderosos,/ que se llaman, / ay, quién lo diría,/ conservadores?).

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