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El 5A dispara en el PP las ganas de revancha contra el liderazgo y la estrategia de Casado

Pablo Casdo y Alberto Núñez Feijóo en Lalín, Pontevedra, en una imagen de archivo.

Esther Palomera

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Desde que en España gobierna el PSOE en coalición con Unidas Podemos ha caído uno de los grandes tópicos de la política: la izquierda se mata entre ella mientras la derecha se entiende. Repasen el espectáculo de la última semana. Los dirigentes de Ciudadanos andan a la gresca por hacerse con las migajas de un proyecto en deconstrucción y los del PP libran una guerra fratricida por el control de la calle Génova mientras Vox se frota las manos y mantiene intacta su fortaleza en las encuestas.

Uno repasa los sondeos y comprueba que al PSOE y a Podemos les sienta bien La Moncloa y, sin embargo, el PP y Ciudadanos no obtienen el menor rédito de su estrategia de oposición o de los errores cometidos por Sánchez e Iglesias en el arranque de su entente cordial. José Pablo Ferrándiz, doctor en Sociología e investigador principal de Metroscopia, sostiene que si a alguien ha favorecido “el realineamiento que vive la derecha no es al partido de Pablo Casado, sino al de Santiago Abascal”. Está convencido, a la vista de los datos que maneja, de que el electorado “no parece entender los movimientos tácticos del líder del PP”.

Hay quien añade desde las filas populares que todo esto es porque Casado, lejos de asentar el discurso de moderación que hilvanó entre las elecciones de abril y noviembre y que le permitió salir del batacazo de los 66 escaños, se ha propuesto desandar el camino con el que recuperó 23 diputados y casi 700.000 votos. Ahora, el santo y seña es volver al extremismo y la radicalidad con los que el PP no tendrá fácil erigirse en verdadera alternativa de Gobierno.

Lo que está en juego, por tanto, el 5A –fecha de las elecciones gallegas y vascas– es mucho más que una cuarta mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijóo o un primer paso para la absorción de Ciudadanos como el que se ha dado con el acuerdo suscrito en Euskadi entre populares y naranjas. Lo que subyace tras la sustitución esta semana de Alfonso Alonso por Carlos Iturgáiz como candidato a la Lehendakaritza es la colisión entre dos maneras de entender España y la pugna entre dos modelos de partido dentro del PP.

El partido se divide hoy entre “halcones” y “palomas”, entre “moderados” y “exaltados”, entre “oficialistas” y “críticos”, “aznaristas” y “marianistas”... No han pasado página. El primer presidente del Gobierno de la derecha en democracia ha vuelto a reivindicar su legado en la figura de Pablo Casado. Y a Rajoy, convertido hoy en máximo exponente del “centrismo”, se le escucha tras cada cita de los presidentes gallego y andaluz, además de en los restos del “marianismo” que anda desperdigado y apartado de todos los puestos de mando.

La batalla abierta en el PP tras la dimisión de Mariano Rajoy en julio de 2018 sigue más viva que nunca, por lo que los críticos entienden que la expulsión de Alonso no ha sido más que “un daño colateral de la guerra por el liderazgo aún no consolidado de Casado”. El ex dirigente vasco era el eslabón más débil de la cadena de críticos con la actual estrategia de la dirección porque ni tenía el poder institucional –como Alberto Núñez Feijóo o Juan Manuel Moreno en Galicia y Andalucía– ni controlaba del todo el PP vasco, históricamente dividido entre moderados y radicales.

Y más allá de su salida o de los resultados electorales en Euskadi, lo que realmente buscaba Casado era blindarse frente a quienes desconfían de su estrategia de recuperar las esencias y los referentes del aznarismo de hace 20 años, imponer un discurso duro y cerrarse a cualquier acuerdo con un Gobierno que, aunque no lo haya explicitado en los mismos términos que Iturgáiz, también considera exponente del “fasciocomunismo”.

El espectáculo promete. “La refundación de la derecha no pasa por un pacto con Arrimadas, que está más muerta que viva, sino por la consolidación de un liderazgo y un proyecto aglutinador, que es de lo que hoy carece el PP”, lamenta un dirigente popular que desconfía del rumbo impuesto por Casado y augura turbulencias a partir de la noche del 5A, una cita que más que para medir el pulmón electoral del partido se ha convertido en una segunda vuelta de las primarias que sucedieron a la dimisión de Rajoy en 2018.

La clave estará en Galicia porque en Euskadi se da por descontado que el resultado será entre malo y malísimo y que, en todo caso, se le imputará a Casado tras la desastrosa operación Iturgáiz. Si Feijóo revalida su cuarta mayoría absoluta habrá demostrado que otro PP, alejado del extremismo y la confrontación, es posible. Y esa misma noche, vaticina un diputado, pedirá en Génova que rueden cabezas. No la del presidente del partido, claro, sino la de un secretario general, Teodoro García Egea, a quien ya se le hizo responsable de la hecatombe electoral y el desgobierno del partido en abril de 2019, cuando los populares anotaron su mínimo histórico al quedarse con 66 escaños.

Quienes conocen al actual presidente de la Xunta saben que no hará un solo movimiento claro con el que se interprete que está dispuesto a dar la batalla por el liderazgo nacional. Al menos en el corto plazo se dedicará a Galicia, desde donde, como él mismo ha dicho estos días, “también se pueden hacer políticas de Estado” y demostrar que otro PP es posible más allá de la radicalidad y la posición del “aznarismo” que hoy representa Casado. Otra cosa es que esa misma noche de las elecciones no exija cambios organizativos y estratégicos, como ya hizo tras la catástrofe de abril. “Entonces nos equivocamos. No debimos conceder tregua ni perdón y, además de la de García Egea, habría que haber exigido la retirada de toda la dirección. Ahora habrá que esperar a la segunda vuelta”, asegura una voz alineada con el presidente gallego.

Empresas demoscópicas como GAD 3 consideran no imposible pero sí altamente improbable que Feijóo pierda la mayoría absoluta porque tanto el “elector del partido naranja como el de Vox valora muy positivamente al presidente de la Xunta” y porque uno de cada cinco votantes de Sánchez en las últimas generales votará al PP en Galicia. Y esto a pesar de que el PSdeG mejora notablemente su resultado respecto a hace cuatro años igual que el BNG, que ha reocupado el espacio que le había cedido a las mareas.

Si Feijóo lograse una nueva mayoría absoluta, esperará al momento en que Sánchez tenga que disolver las Cortes Generales y el PP deba designar candidato a las generales para asomarse de nuevo a la escena nacional y optar a ser el cartel de un partido que, sin apenas poder institucional y con un pírrico resultado en Euskadi y Cataluña, hoy no pasa el corte como alternativa de Gobierno nacional.

La España de Casado –cuyos mentores fueron Esperanza Aguirre y Aznar–, construida sobre los cimientos de una permanente confrontación con los nacionalismos periféricos, nada tiene que ver con la de un Feijóo que juega a no ser rehén ni de su propio partido y al que la ultraderecha de Vox ha llegado a acusar de “nacionalista gallego” por su política lingüística, heredada de los tiempos de Fraga.

La colisión entre dos maneras de ver España y al PP es, en definitiva, la primera derivada a analizar la noche del 5A. Si Feijóo revalida la mayoría absoluta, Casado tiene un problema. Y si no, aunque en Génova pretendan saldar cuentas con el barón gallego como han hecho con Alfonso Alonso –por apoyar a Sáenz de Santamaría en las primarias– , lo tendrá igual porque ya se encargarán los críticos de decir que su estrategia habrá contribuido a perder el más sólido feudo de cuantos tuvo jamás la derecha.

Para unos y para otros, el 5A no es más que el momento para la revancha. En un caso, el de Casado, para acabar de enterrar lo que queda del “marianismo”. Y en el otro, para volver a sentar las bases de un proyecto político que desde la “centralidad” recupere la posición perdida en un tablero en el que Vox mantiene intacta la fortaleza con la que llegó al panorama nacional.

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