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CRÓNICA

Sánchez recuerda a Casado que él también sabe pegar duro

Pedro Sánchez en la sesión de control del miércoles.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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Pedro Sánchez participa este fin de semana en sendos mítines de las campañas electorales de Euskadi y Galicia. Así que le tocaba calentamiento en la sesión de control que no está la cosa como para sufrir una contractura después de un tiempo de inactividad. Lo que quiere decir que se puso los guantes de pegar y comenzó sonriendo en su duelo con Pablo Casado para indicar que iban a volar los golpes y que le encantaba.

En términos de debate parlamentario, Sánchez no tiene el juego de pies de Muhammad Ali ni la pegada de Mike Tyson. Ni de lejos. Habla tan bajo y proyecta tan poco la voz que se le oye lo justo en el hemiciclo. Se presenta muchas veces en la sesión de control como si prefiriera estar en cualquier otro sitio y se va rápido con pinta de haberse quitado el marrón de encima. Este miércoles, optó por cambiar de registro y olvidarse del ruido sobre posibles pactos con el PP. Sabía que el partido de Pablo Casado ha apostado por poner los cadáveres sobre la mesa por una información de este diario sobre su último argumentario. No habría en esta ocasión desarme unilateral del presidente con el fin de reclamar pactos de incierto futuro.

Sánchez dijo que la “la unidad salva vidas y salva empleos”, pero a estas alturas no le ve mucho futuro a esa salida: “Lo que hemos visto en las últimas semanas es que el Partido Popular no quiere llegar a ningún tipo de acuerdo con el Gobierno”. Acto seguido, empezó a plantear exigencias. Reclamó a Casado que defienda “los intereses de España” en la negociación del pacto de reconstrucción en Bruselas. “Elimine ese ignominioso informe que ustedes han enviado al Parlamento Europeo que pone en cuestión los derechos y libertades, en definitiva, la democracia española”, dijo, sabiendo que el PP no va a hacer tal cosa porque no va a descartar ningún instrumento para que sangre el Gobierno. De postre, también le exigió que apoye la tasa Google y no se ponga del lado de Donald Trump.

Casado pasó revista a las propuestas de pacto que ha hecho al Gobierno. “Usted pide adhesión incondicional, pero rechaza mi mano tendida”, le dijo. Sánchez se rió de él (“me conmueven sus palabras”) y se refirió al argumentario de los muertos. Pocos minutos después, Cayetana Álvarez de Toledo confirmó que la mano tendida enarbolaba un hacha de grandes dimensiones. La portavoz parlamentaria denunció el homenaje a las víctimas de la Covid-19, que es una idea que propuso hace tiempo el PP, como si fuera una afrenta moral a esas mismas víctimas por la diferencia entre el número oficial de fallecidos con pruebas PCR y el exceso de muertes registrados por organismos públicos como el INE y el Instituto Carlos III. Europa registró 140.000 muertes más de lo normal en marzo y abril a causa de la pandemia, según Eurostat.

“No es un desajuste numérico. Es un abismo moral. Ustedes dejan a 17.000 compatriotas en el limbo o, como dijo el experto Simón, ahí”, dijo Álvarez de Toledo. A diferencia de su jefe, no ha hecho ascos en esta crisis a cuestionar las credenciales científicas de Fernando Simón y los demás expertos que han asesorado al Gobierno. Ella no sabe mucho de epidemiología, pero cuenta con un doctorado en ética que se ha concedido a sí misma. “Este homenaje al enfermo desconocido que preparan ustedes es en realidad un homenaje a sí mismos”, acusó la portavoz en la misma línea que han mostrado los dirigentes de Vox, que planean boicotear el acto público negándose a asistir. Con estas palabras de Álvarez de Toledo, hay que presumir que ella tampoco irá si lo considera inmoral.

La invectiva de la portavoz del PP iba dirigida a Carmen Calvo, que demostró que a estas sesiones hay que ir mejor preparado. “Evidentemente, en este país muere más gente durante estas fechas como cada año”, dijo, lo que es falso. En su primera réplica a Iván Espinosa de los Monteros, de Vox, incurrió en un lapsus de indudables efectos cómicos. A la pregunta “¿piensa el Gobierno hacer algo por restituir la credibilidad de las instituciones del Estado?”, respondió: “No hay que restituir lo que no ha existido”. No conocíamos el espíritu ácrata de la vicepresidenta. O igual es que no entendió la pregunta.

Sánchez no se enredó en confusiones cuando Gabriel Rufián le interpeló “sobre la impunidad que gozan algunas instituciones del Estado” y se refirió de forma específica a Felipe González y los crímenes de los GAL. “Estoy convencido de que muchos de ustedes se enorgullecen de Zapatero y se avergüenzan de Felipe”, dijo introduciéndose en la mente de los diputados socialistas. Era el día del Rufián cabreado y por eso aprovechó para lanzar también una pulla a Podemos por críticas anteriores a ERC por su gobierno de coalición con la derecha catalana.

Ahí Sánchez optó por afrontar el envite sin ambigüedades, pensando más en su partido que en lo que opinen sus socios, reales o esporádicos. No cayó en la trampa de tener que decir lo que de verdad piensa de González. El presidente le elogió sin dudarlo, por sus triunfos electorales y su labor en esos gobiernos y lo definió como “uno de los grandes modernizadores de la España democrática”. De los GAL no tenía nada que decir, porque no iba a ganar nada en ese momento examinando las alcantarillas del pasado. Hay un número máximo de frentes que puede afrontar un político al mismo tiempo.

Pero hay algunas cloacas en las que sí quiso entrar. Sánchez envió un recado a Rufián y probablemente también a Podemos recordando la frase de Luis María Ansón, exdirector de ABC y La Razón, sobre el acoso a González en esa época: “Hubo un periodista que dijo lo siguiente: 'tuvimos que desestabilizar el Estado para hacer caer al Gobierno de Felipe González'. ¿Le suena?”.

Pablo Iglesias prefirió no aplaudir. No se le había quedado buena cara.

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