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¿Cómo superar la violencia filioparental durante el confinamiento?

Una educadora del hogar de convivencia para menores Las Palmeras de Murcia, conversa con varios jóvenes internos, condenados por violencia flio-parental, que han escrito cartas a ancianos ingresados en residencias para enseñarles una lección: que el confinamiento puede tener una lectura positiva.

EFE

Madrid —

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“Me ponía muy agresiva pero ahora me he dado cuenta de la importancia de querer bien, de no ser tóxica y de no dejar que haya personas tóxicas a tu alrededor”.

Lo cuenta a Efe Sara (nombre ficticio), una joven de 22 años que lleva tres participando en el Proyecto Conviviendo de la Fundación Amigó después de que en su casa se dieran cuenta de que necesitaban de ayuda externa ante la situación que se vivía en el entorno familiar.

Los conflictos que estos días de confinamiento por la COVID-19 pueden surgir dentro de una familia se pueden potenciar, especialmente, en los casos en los que ya ha habido algún episodio de violencia filioparental.

Para evitarlo, precisamente la Fundación Amigó, experta en estos temas, ha lanzado una serie de pautas que permitan hacer la convivencia más llevadera y vivirla como un aprendizaje.

“No es momento de solucionar lo que no estaba solucionado. No intentes que los demás hagan cosas que antes no hacían. Cada persona de la familia es responsable de su tiempo de estudio y trabajo, y del aprovechamiento del mismo. Dedícate a la actividad que estés realizando y no a supervisar la del resto. Los momentos de interacción deben ser positivos, de lo contrario es mejor limitarlos”.

Son algunos de los consejos de las guías que, bajo el nombre “Familias en acción”, ha publicado la citada fundación para que las crisis familiares no aparezcan tras tantos días de confinamiento.

“Si nuestro hijo se enfada y comienza a mostrarse irritado por no salirse con la suya podemos ignorar la conducta de irritación, por ejemplo, si nos está chillando o amenazando, nos pone mala cara o hace un mal gesto, podemos obviar sus palabras y gestos durante todo el tiempo que lo haga y continuar haciendo otras cosas”.

Y evitar la confrontación o la pelea: “cuando se dé una situación de conflicto grave mantener la calma, alejarse de la persona que muestre un enfado descontrolado, rabia o ira desproporcionada, mantenernos firmes en las consecuencias e indicaciones”.

Sara es hija de padres separados, reconoce que desde pequeña la relación con su progenitor iba “un poco mal” y con su madre “mejor”, pero que a medida que fue creciendo “se complicó la situación”.

En su caso, fue su madre quien decidió pedir apoyo para cambiar la situación y Sara aceptó y no se arrepiente de ello pues la relación con su madre ahora es “excelente” y la de su padre “ha mejorado bastante”.

“Si me comparo con la Sara de hace dos años he crecido, he madurado” y he pasado “por una evolución, una transformación”, concluye.

Hablar del maltrato de hijos hacia padres no es un asunto nuevo pero tampoco antiguo, pues no fue hasta alrededor de 2003 cuando dejó de ser considerado solo como algo relacionado con la drogadicción o los problemas sociopatológicos, dice a Efe el presidente de la Sociedad española para el Estudio de la Violencia Filioparental (Sevifip), Roberto Pereira.

Recalca que la franja entre 13 y 16 años o 14 y 17 años es cuando hay mayor incidencia y que los motivos son diferentes.

LA SOBREPROTECCIÓN, UNA ENFERMEDAD

¿Educan mal los padres o es algo provocado por la sociedad? Pereira cree que es “difícil separarlo” porque las familias viven en una determinada sociedad que condiciona su manera de actuar y muchos padres se sienten en la actualidad “hipervigilados”.

También la “sobreprotección” a los hijos es una enfermedad de nuestro tiempo que genera a los hijos dificultades para arreglárselas y después culpan de ello a los padres, “a veces de una manera excesivamente violenta”, argumenta.

Pereira distingue otros factores de riesgo para que se produzca maltrato a los progenitores: desconfianza social hacia la labor de los padres, menoscabo de su autoridad, familias monoparentales, familias con lealtades divididas entre padres biológicos y adoptivos.

Coincide Paula Rocamora, psicóloga de la Fundación Amigó en el Proyecto Conviviendo, que cree que son varios los factores “para que las relaciones familiares sean vulnerables a episodios violentos”.

“No se produce de forma repentina, sino que forma parte de un continuo -rabietas, desobediencias, contestaciones inapropiadas- que, generalmente, va en aumento en forma de escalada hasta que, finalmente, desencadena conductas agresivas que causan tanto daños tantos físicos como emocionales”, recalca.

Otro factor de riesgo es el temperamento del niño, lo que entendemos como el carácter, su estilo de comportamiento innato, heredado biológicamente, que determinará en gran parte su conducta futura, asegura Rocamora.

Y los niños con “un temperamento difícil, es decir, más inquietos, impulsivos o llorones, cuando llegan a su etapa adolescente tienen -continúa- más posibilidades de desarrollar conductas disruptivas si no se ha manejado adecuadamente”.

Otro factor social influyente es la exposición del adolescente a la violencia en la familia de forma continuada.

ALARMA SOCIAL

La violencia filioparental se pueda producir en cualquier tipo socioeconómico de familia y eso ha creado “gran alarma social”, recalca Roberto Pereira.

Pero lo que tiene claro es que “no hay diferencia entre chicos y chicas a la hora de ejercer la violencia”; ellas usen más la violencia verbal y ellos la física, pero se está “igualando”.

Un estudio de la Fundación Atenea alertaba recientemente de que las madres maltratadas por sus hijos triplican a los padres que padecen este mismo tipo de violencia.

Algo que Pereira achaca a que el rol de la madre sigue siendo el de estar más cerca de la educación de los hijos y “se opone más a que hagan su santa voluntad”.

Desplantes, actitudes descalificatorias e insultos verbales pueden dar paso a las agresiones físicas y, cuando llegan, “a los padres les cuesta mucho denunciar por vergüenza y por vivirlo como un fracaso en su labor educativa”, señala Pereira.

Según la memoria del Fiscal General del Estado, el número de procedimientos incoados por esta modalidad delictiva vuelve a ascender. Si en 2015 hubo 4.898 causas, en 2016 bajó a 4.355 pero en el 2017 su cifra se sitúa en 4.665.

Pilar Rodríguez Veiga

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