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Estampida de jabalíes de Vox en el Congreso

Sánchez del Real, de Vox, monta en cólera mientras Olona recoge los papeles.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Quienes esperaban que en esta legislatura al final tan breve los 23 diputados de Vox irrumpieran en el Congreso como un batallón de legionarios ultras –sin la cabra– se debieron de llevar una buena decepción. Excepto en el primer día dedicado al acatamiento de la Constitución donde hicieron algo de ruido aporreando los escaños, su presencia pasó bastante desapercibida, en parte porque los discursos de su líder, Santiago Abascal, resultaban bastante aburridos.

Fue un poco como la participación de los abogados de Vox como acusación popular en el juicio del procés. Allí sólo se distinguieron por sus errores. En el Congreso, llegaron a protagonizar un momento un tanto embarazoso cuando se les olvidó hacer una pregunta al presidente del Gobierno para la sesión de control en el día que les correspondía por turno. Ese tipo de cosas que se solucionan con un excel o un calendario, pero quizá esos instrumentos sean cosa de rojos y ateos.

El martes, fue diferente. Tocaba una gran 'performance' en la Diputación Permanente, convocada para convalidar tres decretos del Gobierno sobre la suspensión de pagos de Thomas Cook, la devolución de los fondos retenidos por Hacienda a las CCAA y las ayudas a las provincias castigadas por las inundaciones. Antes de que se iniciara la sesión, los diputados de Vox ocuparon los asientos asignados a Ciudadanos en plan alumnos gamberros de colegio. Esas butacas están más centradas en la sala, justo frente a la mesa presidencial, y eso queda mejor en el tiro de cámara. La presidenta, Meritxell Batet, se lo reprochó: “Si no se levantan, entiendo que no están por mantener el decoro de la Cámara”. Tiene gracia lo del decoro. Ahí los voxistas tendrían que haberse reído porque habían llegado con la intención de hacer el hooligan. Bastante con que no se subieron a las mesas para ponerse a dar saltos.

Cuando Batet iba a iniciar la sesión dando la palabra a la ministra Reyes Maroto, la portavoz de Vox, Macarena Olona, intervino saltándose el orden del día para exigir que se hablara de Cataluña. Querían ese debate y ya mismo apelando a sus gónadas patrióticas. Olona pasó al momento de los cartelitos para mostrar ampliaciones de fotos sacadas durante los disturbios de Barcelona como quien enseña ejemplos de mobiliario completo de cocina en un Ikea.

Los demás diputados estaban un poco 'aplatanaos', porque, a excepción de algunos golpes en la mesa al final, no se daban cuenta de que les estaban utilizando de extras sin sueldo de una película montada para los tiempos preelectorales que se celebran ahora. “No estamos en un circo. Estamos en el Congreso de los Diputados”, dijo Batet. Qué equivocada estaba.

Tras la tercera llamada al orden no aceptada, la presidenta expulsó a Olona de la sala, y con ella se fueron los otros diputados ultras. A ella ya le habían cortado el micro. Los de Vox lo tenían previsto. Grabaron sus palabras con un móvil y luego las difundieron para disfrute de su parroquia. “No representáis a España”, dijo Víctor Sánchez del Real –el diputado con pinta de mercenario serbio de los 90 que probablemente estaba grabándolo todo– dirigiéndose a los diputados del PP y Cs.

Vox sacó el 10,2% en las elecciones de abril, así que hay que suponer que el casi 90% restante representa a otros países.

La estrategia de Vox

Sería un error bastante tonto pensar que el incidente demuestra que los dirigentes de Vox están nerviosos ante las elecciones de noviembre. De la misma forma que resultan ridículos los comentaristas que creían que la mayoría de los votantes de este partido volverán a la casa madre del PP arrepentidos de su deslealtad. Si se pusieran en la piel de los votantes de Vox, sabrían que su sufragio les ha salido bastante rentable. Por un lado, les permite que se oiga en primera línea del Congreso y de los medios de comunicación el mensaje ultranacionalista y contrario a los inmigrantes, las feministas y los izquierdistas que tanto les excitan. Al mismo tiempo, saben que los diputados de Vox, después de hacer algunos aspavientos, acabarán uniéndose a los del PP y Ciudadanos si los números dan para una mayoría de las tres derechas, como ha sucedido en Madrid y Andalucía.

Si hasta hace un año el sector ultraderechista de votantes del PP pensaba que votar a un partido como Vox era tirar el voto, ahora tienen motivos para creer que es una inversión razonable.

Eso no quiere decir que sus dirigentes puedan pasarse el día tomando la siesta. Hay que mantener lubricada la maquinaria y la Diputación Permanente era el momento perfecto para engordar la bolsa de votos que les suministra el conflicto catalán. Hay que recordar que ese flujo no se interrumpirá si convencen a algunos de que el PP es demasiado moderado en ese asunto. Realmente, tiene que ser un público con mucha capacidad de sugestión.

“Decía Ortega y Gasset: 'Hay, sobre todo, tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí'. Hoy Vox ha intentado hacer las tres cosas al mismo tiempo”, escribió en Twitter la socialista Adriana Lastra. No es seguro que el gran filósofo fuera muy realista en su apreciación. La de los jabalíes es una gran tradición parlamentaria española que por ejemplo diputados del PP como Rafael Hernando y antes Vicente Martínez-Pujalte pulieron a lo largo de los años.

Ortega y Gasset sólo fue diputado en la Segunda República durante un año. En la política actual, hubiera tenido incluso menos futuro. Él nunca hubiera ido a 'El hormiguero', mientras que la aparición de Abascal en ese programa probablemente sea su decisión más acertada en esta campaña electoral. Perdone, don José, pero vivimos tiempos de jabalíes.

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