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Yolanda Díaz aparca su candidatura para reconstruir el espacio a la izquierda del PSOE

La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.

José Precedo

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Yolanda Díaz tiene una decisión por tomar que mantiene en vilo a Unidas Podemos, a sus socios del PSOE y a la izquierda española en general. Cuando el pasado 15 de marzo Pablo Iglesias anunció de forma repentina su salida del Gobierno para medirse a Isabel Díaz Ayuso en Madrid, designó no solo para la Vicepresidencia, sino también para el cartel electoral de Unidas Podemos en las próximas generales, a la vieja amiga comunista que fue su cómplice durante todos estos años, pese a que Díaz no milita en ninguna de las formaciones que integran ese espacio político.

En aquellos ocho minutos de vídeo de Iglesias que supusieron la penúltima gran convulsión de la vertiginosa política española, Iglesias habló de la “valentía para elegir las batallas” y también para “comprender cuándo hay que dejar paso a nuevos liderazgos”, y antes de soltar la bomba de su candidatura en Madrid, proclamó a su sucesora: “Creo que digo algo que sienten millones de personas de izquierdas en toda España si digo que Yolanda Díaz puede ser la siguiente presidenta del Gobierno de España. Y creo que toda la gente que así lo sentimos, la gente de Podemos, la de Izquierda Unida, la de En Comú Podem, la gente de izquierdas de este país, tenemos que animar y apoyar a Yolanda para que, si ella así lo decide y así lo quiere la militancia de nuestras organizaciones, sea la candidata de Unidas Podemos a las próximas elecciones generales y la primera presidenta del Gobierno de España”.

Cinco meses después de aquel anuncio, la primera propuesta lanzada por Iglesias todavía sigue en el aire. Díaz asumió la vicepresidencia sin entrar en guerras sobre si debía ser la segunda o la tercera –inicialmente fue la tercera, pero la última crisis de Gobierno la subió un peldaño, siempre por debajo de Nadia Calviño, la responsable de la política económica en el Gobierno con la que protagoniza constantes choques–. Desde entonces se ha centrado en gestionar la cartera de Trabajo, donde puede presumir de diez acuerdos en el diálogo social. Pero cada vez que se le pregunta, deja en el aire el reto de ser candidata a las generales.

Nadie en su entorno se atreve a aventurar cuál será su decisión. Las fuentes consultadas en el ministerio y en Unidas Podemos admiten que todo dependerá de ella porque la segunda de las condiciones de Iglesias se da por hecha: el apoyo de la militancia de las distintas organizaciones.

En este medio año escaso que ha transcurrido desde aquel 15 de marzo que ahora parece el Pleistoceno han sucedido demasiadas cosas. Iglesias, su principal valedor, abandonó la primera línea tras el fiasco de la izquierda en las elecciones de Madrid, donde Ayuso debe su Gobierno a la extrema derecha. El pasado junio Díaz se situó como la dirigente política mejor valorada por los españoles en el CIS con una nota de 4,6, cuatro décimas más que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que empata con Errejón, y muy por encima de Casado (3,6), Arrimadas (3,5) y Abascal (2,8). La vicepresidenta supera también en un punto y medio la última nota que había logrado el propio Iglesias un mes antes.

Pero por más que vaya lanzada en las encuestas, la vicepresidenta segunda no tiene claro todavía lo de su candidatura. Así se deduce de su discurso público y también de algunas señales que envía en privado. Quienes la conocen sostienen que si el plan fuese suceder a Pablo Iglesias en un cartel electoral que represente lo que es hoy en día Unidas Podemos, la respuesta “probablemente sería 'no'”. Otra cosa, dicen, sería ensanchar el espacio con nuevas alianzas y plantear en 2023 una opción electoral potente a la izquierda del PSOE para disputar la presidencia del Gobierno y en todo caso capaz de evitar que la extrema derecha llegue al poder, uno de los asuntos que obsesiona a la dirigente ferrolana.

Cada vez que Díaz plantea tejer nuevas alianzas en la izquierda surgen enseguida las preguntas sobre Íñigo Errejón y Más País o Teresa Rodríguez y Anticapitalistas, escisiones del partido que son anatema para la actual dirección de Podemos. Díaz insiste, con y sin grabadoras delante, en que no ha tenido reuniones con otros partidos para hablar de confluencias ni de futuras alianzas electorales, rechaza hablar de nombres propios y liderazgos, pero subraya que el país necesita un proyecto que sume a mucha gente de distintas sensibilidades y deje de lado “los egos superlativos” y “el fetichismo” de la izquierda por las etiquetas.

Otra cosa es que haya aprovechado algunas de las citas con esas otras fuerzas para abordar asuntos de su ministerio y haya intercambiado lecturas con esos dirigentes sobre la situación actual de la izquierda y el futuro a medio plazo. Con Errejón, por ejemplo, mantuvo múltiples conversaciones durante la negociación para probar en algunos sectores la semana laboral de cuatro días –que la vicepresidenta ve poco factible en uno de los países que más horas extra registra de toda Europa–, pero todas las fuentes consultadas rechazan que hubiese conversaciones formales sobre hipotéticas alianzas en el futuro.

Asunto distinto es que la vicepresidenta pueda hablar con todos, incluido el líder de Más País, algo que resulta más difícil a los dirigentes de Podemos, donde todavía quedan muchas heridas abiertas de procesos internos en los que la vicepresidenta no ha tenido que participar. En todo caso, el mensaje de Díaz es que el objetivo ahora es levantar un proyecto político para “la España del primer tercio de siglo” y que eso debe hacerse por abajo, desde la calle, y no en las cúpulas de los partidos.

En una entrevista a finales de julio en la cadena Ser, la vicepresidenta segunda admitió abiertamente que su idea es un proyecto que trascienda a Unidas Podemos. Y cuando el director de Hora 25, Aimar Bretos, le preguntó si Pablo Iglesias está de acuerdo con esta idea, Díaz respondió: “Hablo con el señor Iglesias con frecuencia y estoy segura de que Pablo sabe bien lo que pienso, lo que me gustaría y lo que gusta a una parte muy importante de la sociedad española. Me parece que esto es lo que quiere la gente. Lo que quiere la gente es que no les generemos demasiados problemas, este espacio a veces ha decepcionado, a veces nos hemos equivocado, a veces hemos hecho las cosas muy bien. Se trata de mirarnos con cierta distancia, pero sobre todo de mirar para fuera”. 

Antes, en esa misma conversación radiofónica había dejado otro mensaje sobre el futuro que ansía cuando afirmó que se necesita “altura de miras” y “generosidad” para un proyecto de izquierdas que debe enriquecerse con sectores muy diversos de la sociedad y no solo tomando como referencia la suma de diferentes partidos. Preguntada por Aimar Bretos, dijo: “Las operaciones desde los partidos no funcionan, los partidos son muy importantes, pero no funciona desde ahí, lo importante es construir desde el afuera, por eso quiero escuchar a la gente, los colectivos, a profesionales, ingenieros e ingenieras, arquitectos trabajadores de la construcción y quiero escucharlos, que piensen colectivamente qué es lo que les gustaría para su país. Tengo la experiencia de que cuando sumamos y nos unimos desde las diferencias, es una apuesta absolutamente ganadora e ilusiona. [...] Siempre digo que los muros no me gustan, hay que ser audaz y tener altura de miras e imaginación para hacer cosas diferentes. Hay que definir el país que queremos en el primer tercio del siglo XX”.

Sin deber obediencia a ninguno de los partidos, Díaz ha ejercido su autonomía hasta el punto de admitir ante los micrófonos de un programa de máxima audiencia que Unidas Podemos ha decepcionado a alguna gente. Y esa plena independencia la ha ejercido para completar su propio equipo en la vicepresidencia. Para jefe de gabinete fue a buscar a Barcelona a Josep Vendrell, un dirigente de talante pausado poco dado a las refriegas internas que se forjó en ICV y que viene de dirigir el grupo de los Comuns en el Parlament.

Ambos, Díaz y Vendrell, tienen sintonía de la etapa en que eran vecinos de despacho en el Congreso. Vendrell no es un recién llegado: ejerció de jefe de gabinete en el tripartito catalán a las órdenes del exconseller de Interior Joan Saura. Su elección manda un mensaje contra la endogamia que se atribuye a la política madrileña, también dentro de Podemos, en cuyos dirigentes siguen pesando mucho las cicatrices de las diferentes convocatorias de Vista Alegre.

Díaz está tratando de que cunda en la organización política que dirige su estilo aplicado en el ministerio. Al poco de llegar pidió rebajar los decibelios a los cuatro ministros de Unidas Podemos y mandó un mensaje similar al grupo parlamentario: menos ruido permanente en los medios y más trabajo silencioso. Aunque cuenta con la confianza plena de Iglesias, al que le une una gran amistad, la vicepresidenta insistió desde el primer momento en que sus modos de hacer política son distintos, pero que la firmeza en la defensa de las políticas se mantiene.

Esta semana ella misma ha lanzado sus primeras alertas a sus socios del PSOE, disconforme con las inversiones millonarias anunciadas para ampliar los aeropuertos de Madrid y Barcelona y la autorización de la opa de Naturgy por parte del Consejo de Ministros del que forma parte.

“Se ha ganado a pulso el liderazgo moral del espacio y no la discute nadie. El espacio ha adoptado una estrategia inteligente para no constreñirse en el esquema de la izquierda vieja”, dice un destacado dirigente del grupo confederal.

En una entrevista a seis publicada el pasado domingo por el Huffignton Post, la nueva dirección de Podemos tras la salida de Pablo Iglesias dejó patente que la apuesta es Yolanda Díaz. Habla la nueva secreataria general, Ione Belarra: “Es nuestra apuesta, todas compartimos que tiene una capacidad de construir un bloque mayoritario, tiene muchas opciones de disputar la mayoría al PSOE. Nosotras no renunciamos a ganar, queremos ser la fuerza mayoritaria. Somos conscientes de que hay muchas cosas que sólo se van a hacer cuando Podemos sea la primera fuerza”.

Cuando el periodista Antonio Ruiz Valdivia pregunta si dentro de ese bloque mayoritario puede estar Más Madrid, toma la palabra la nueva secretaria de Organización, Lilith Verstrynge: “Siempre hemos estado abiertos a colaboraciones con otras fuerzas, siempre y cuando beneficiasen a ese proyecto común y a esas políticas. Es la posición que hemos mantenido siempre y en las mismas estamos. Pero es a dos años vista, es un poco pronto para nosotros”.

Aunque Díaz nunca tuvo las mismas complicidades con el resto de ministros de Unidas Podemos que con su amigo Pablo Iglesias y sus discrepancias en el pasado con Garzón son públicas, el cambio de liderazgo no ha sido traumático y el reparto de roles con Belarra, la actual líder de Podemos, que ejerce un papel mucho más beligerante aun estando dentro del Gobierno, está pactado. Por más que en algún sector del pablismo escuezan algunos mensajes de cambio, incluida la insistencia de Díaz en que ella no milita en ningún partido, el sentir general puertas adentro es que el espacio está pacificado.

“En Izquierda Unida [partido en el que dejó de militar hace un par de veranos] se ha asumido desde las bases hasta el propio coordinador general, Alberto Garzón, que ella debía ser la sucesora de Iglesias. En Podemos, pese a no ser del partido, la sienten como una de las suyas, vista su complicidad con el hasta hace nada secretario general y su labor en el Gobierno”, asegura este mismo dirigente.

Los comuns la han recibido bien y confían en que el tándem con Ada Colau, con quien mantiene buena sintonía, mejor que durante la última etapa de Iglesias, pueda servir de antídoto al PSC, disparado hasta convertirse en primera fuerza con Salvador Illa en las últimas catalanas. El partido de Colau valora su “tirón en los barrios de las ciudades”, entre los votantes jóvenes y en el mundo sindical y ya piensa en actos con Díaz si un día se normaliza la vida pospandemia.

En el PSOE la vicepresidenta ha tejido complicidades con la portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, y cada vez que puede echa flores a su excompañero el exministro de Fomento, José Luis Ábalos. A ambos los ha buscado de aliados para hacer fuerza hacia la izquierda en el Gobierno. Y por lo mismo las ha tenido tiesas con quien hoy ocupa la vicepresidencia primera, Nadia Calviño. Hace no mucho Yolanda Díaz dejó caer que ella era vista como la ministra socialdemócrata en Bruselas. Y hubo voces en el Gobierno que interpretaron en esas palabras un recado a su compañera de gabinete.

Quienes la conocen de su etapa gallega están expectantes por cómo evoluciona su liderazgo orgánico después de convertirse en la revelación del Consejo de Ministros. La alianza con el nacionalista Xosé Manuel Beiras, que obtuvo un espectacular resultado electoral en 2012 antes del nacimiento de Podemos hasta convertirse en segunda fuerza en el Parlamento autonómico, acabó regular.

Desde entonces ha pasado de todo en el espacio a la izquierda del PSOE.

Incluso que alguien tan poco sospechoso como Carlos Sánchez Mato, miembro de la dirección de IU y exconcejal de Ahora Madrid que se enfrentó a Manuela Carmena en las últimas municipales, defienda en conversación con este medio la necesidad de que Díaz establezca cuanto antes contactos con el partido de Errejón y con Anticapitalistas para conformar “con espíritu democrático y desde el respeto entre las diferentes organizaciones” una agrupación electoral que pueda disputar al PSOE la presidencia del Gobierno.

El dirigente de IU admite que es muy difícil después de todo lo vivido, pero que no está solo en ese planteamiento y lo argumenta así: “Juntar a la izquierda del PSOE en un proyecto de éxito tiene que basarse en principios democráticos, por respeto a las organizaciones. No se trata de olvidar de manera acrítica lo que ha pasado, pero debe superarse. Si no lo hacemos, lo pagaremos en las urnas y ante la propia sociedad, que no está para andar con nuestras peleillas internas”. Entre los dirigentes consultados para este reportaje, Sánchez Mato es el único que se ha atrevido a decirlo abiertamente con nombre y apellidos.

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