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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

La ley del mínimo esfuerzo

Personas con discapacidad en una acera.

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En una sociedad cada vez más centrada en la inclusión y la accesibilidad, el esfuerzo físico debería minimizarse no solo en los lugares de trabajo, sino también en las viviendas, los espacios públicos y los servicios digitales. Esto significa la implementación de tecnologías accesibles, la instalación de rampas y ascensores en edificios públicos y privados, el diseño de mobiliario a alturas adecuadas, y la consideración de las necesidades de todas las personas al diseñar experiencias de usuario en línea.

Este enfoque de diseño busca crear productos y entornos que puedan ser utilizados por todas las personas, hasta donde sea posible, sin la necesidad de adaptaciones o un diseño especializado. Entre sus principios fundamentales, encontramos el bajo esfuerzo físico. Esta norma implica que cualquier diseño debe poder ser utilizado de manera cómoda y eficiente, con el mínimo esfuerzo físico posible.

Este es el caso de Carmen, una profesora de física que, a principios de los dos mil, tras un accidente de coche, quedó en silla de ruedas. Aunque su condición física cambió, su amor por la enseñanza y su determinación permanecieron inmutables. Sin embargo, Carmen pronto descubrió que muchos aspectos de su vida diaria requerían un esfuerzo físico considerablemente mayor debido a la falta de adaptaciones adecuadas en su entorno.

En el trabajo, el acceso al laboratorio de física en el segundo piso se convirtió en un desafío, debido a la ausencia de rampa o ascensor adecuados. No se trataba solo de los desplazamientos: había equipos y materiales de laboratorio que no podía usar debido a su posición en silla de ruedas, que le impedía alcanzar las estanterías superiores.

Aquí es donde entra en juego el principio de ley del mínimo esfuerzo del Diseño Universal. Para Carmen y otras personas en situaciones similares, se requerían cambios fundamentales. Primero, se instaló un ascensor en la escuela para facilitar el acceso a todos los niveles del edificio, permitiendo a Carmen y a cualquier persona con movilidad reducida moverse fácilmente y sin esfuerzo.

A continuación, se reorganizó el laboratorio de física. Se colocaron mesas y estanterías a una altura accesible, y se aseguró de que todos los equipos fueran fáciles de operar, minimizando el esfuerzo físico necesario. Se implementaron mecanismos de control por voz y de asistencia robótica para ayudar a los usuarios a llevar a cabo tareas repetitivas y minimizar la fatiga. Carmen pudo así mantener una posición corporal confortable mientras trabajaba, y redujo el esfuerzo físico continuado.

Los cambios en la escuela de Carmen son solo un ejemplo de cómo el diseño universal puede transformar vidas. Cuando los diseños permiten un uso eficiente y cómodo con el mínimo esfuerzo físico, se eliminan barreras, se promueve la inclusión y se garantiza que todos puedan participar plenamente en la sociedad.

A pesar de esta maravillosa historia, hemos de ser conscientes de que muy pocas veces ocurre esta mejora. La mayoría de las veces se pierden los expedientes, entre miles de pilas de documentación y se hace inviable el cambio, por ello tenemos que pensar desde un principio cómo diseñarlo todo para que sea universal.

El mundo necesita más diseños como estos, que permitan a todas las personas, independientemente de su condición física, acceder y participar en todas las facetas de la vida. El esfuerzo físico debería minimizarse no solo en los lugares de trabajo, sino también en las viviendas, los espacios públicos y los servicios digitales. Esto significa la implementación de tecnologías accesibles, la instalación de rampas y ascensores en edificios públicos y privados, el diseño de mobiliario a alturas adecuadas, y la consideración de las necesidades de todas las personas al diseñar experiencias de usuario en línea.

Las iniciativas como la de la escuela de Carmen están sentando las bases para una mayor adopción del diseño universal. La inclusión, después de todo, no es un privilegio, sino un derecho. Y garantizar la accesibilidad mediante el uso eficiente y cómodo con el mínimo esfuerzo físico es un paso crucial en este camino.

Sin embargo, para garantizar un cambio efectivo y duradero, se necesita mucho más que aplicar este principio en el diseño de productos y espacios físicos. También necesitamos un cambio en nuestra mentalidad y actitudes. 

Es vital que comprendamos que el diseño inclusivo y accesible no es solo beneficioso para las personas con discapacidades, sino que mejora la vida de todos. Un entorno que se puede utilizar con el mínimo esfuerzo físico es más cómodo y conveniente para todos, sin importar su condición física.

En última instancia, la historia de Carmen y el mínimo esfuerzo nos enseña que el bajo esfuerzo físico no solo es una cuestión de accesibilidad, sino también de dignidad humana. Nos recuerda que todos merecemos vivir y trabajar en entornos que nos respeten y nos permitan participar plenamente. 

Cuando diseñamos con el mínimo esfuerzo físico en mente, no solo estamos haciendo el mundo más accesible, sino que estamos reconociendo y afirmando la igualdad y el valor de todas las personas. Es un camino que vale la pena seguir para construir un mundo más inclusivo y accesible para todos.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

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