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La mentira tiene las patas muy cortas

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Leí hace poco este titular: «Estrasburgo avala la censura de anuncios con niños con síndrome de Down en Francia». Si os parece terrible, seguid leyendo. Porque en el cuerpo del artículo se especifica un pequeño detalle omitido: hablamos de spots contra el aborto en los que aparezcan niños felices con síndrome de Down. 

El anuncio que generó la polémica es de 2014, pero hasta hace unos días esta no se ha resuelto. Ciertas publicaciones católicas se toman la libertad de titular así hoy: El TEDH permite censurar anuncios sobre la felicidad de quienes tienen síndrome de Down. No sé si queda claro por dónde voy: apelar a las emociones para tocarle la conciencia al espectador y, en este caso, evitar el aborto. Porque no, esto no va de que se censure que una persona con discapacidad venga a contarte de primera mano lo feliz que puede ser su vida. Va de algo más importante: de la dignidad inherente a cada ser humano y de cómo ciertas ideologías se imponen siempre a la libertad de decisión.

Sabemos que esto es un recurso muy manido, pero no podemos consentir que la discapacidad sea un medio para fines propagandísticos, del mismo modo que ya se ha alzado la voz contra la objetualización de la mujer o el racismo. No sé cómo será la legislación francesa al respecto, pero que esto huele a chantaje emocional es un hecho. La persona que quiere abortar ha tomado una decisión y quiere asumir un paso al frente, con todas las consecuencias. Pensemos pues en todo el trabajo personal, mayor o menor, que ha podido suponer el tomar esa decisión, como para que encima tenga que ser violentada desde la televisión con un anuncio descontextualizado. En otras palabras: empatía.

Una vez más, las personas con discapacidad somos algo que puede ser utilizado para cualquier fin. En este caso, como arma arrojadiza frente a posturas críticas con la Iglesia. Sé que escribir esto es predicar en el desierto, pero ninguna campaña debería cuestionar ninguna decisión personal, más, cuando hablamos de un derecho reproductivo que concretamente en Francia se despenalizó hace décadas.

Lo pienso a menudo y, si hubiera estado en la misma situación que mis padres, es muy posible que hubiera abortado. La vida con discapacidad no es ni de lejos una campaña de publicidad, por muy realista que quieran hacerla. Puede ser como la de cualquier persona, dependiendo no solo de cómo te afecte, sino de cómo la encares; pero en mi caso, me ha supuesto tener que curtirme con la experiencia. 

La cuestión, al margen de mi vivencia, es que una sociedad libre no puede permitir que se coarten derechos y decisiones libres. Las maternidades y paternidades deberían ser muy conscientes. Traer al mundo y criar personas con discapacidad puede ser muy motivador y emocionante, pero hay consecuencias que asumir en un futuro como, por ejemplo, cómo enfrentarán la vida adulta o socializarán. No somos material para campañas publicitarias ni tenemos nada que enseñar.

Leí hace poco este titular: «Estrasburgo avala la censura de anuncios con niños con síndrome de Down en Francia». Si os parece terrible, seguid leyendo. Porque en el cuerpo del artículo se especifica un pequeño detalle omitido: hablamos de spots contra el aborto en los que aparezcan niños felices con síndrome de Down. 

El anuncio que generó la polémica es de 2014, pero hasta hace unos días esta no se ha resuelto. Ciertas publicaciones católicas se toman la libertad de titular así hoy: El TEDH permite censurar anuncios sobre la felicidad de quienes tienen síndrome de Down. No sé si queda claro por dónde voy: apelar a las emociones para tocarle la conciencia al espectador y, en este caso, evitar el aborto. Porque no, esto no va de que se censure que una persona con discapacidad venga a contarte de primera mano lo feliz que puede ser su vida. Va de algo más importante: de la dignidad inherente a cada ser humano y de cómo ciertas ideologías se imponen siempre a la libertad de decisión.