Aún no salgo de mi perplejidad.
Una conocida me ha contado que, al mudarse a otro país, había tenido que volver a ir a un especialista para que le realizara de nuevo el diagnóstico de déficit de atención y así seguir con un tratamiento que le mejora la calidad de vida. A estas alturas, compruebo que mi capacidad de asombro es infinita. No me imagino yo a un enfermo crónico de corazón teniéndose que someter a toda la batería de pruebas diagnósticas para que un cardiólogo le siga tratando en otro país. ¿No son universalmente aceptados los informes de un psicólogo o un neurólogo? Pese a estar recogido en el DSM-5 de la American Psychiatric Association, se ve que el déficit de atención sigue siendo esa entelequia inventada por retorcidas mentes con afán de protagonismo.
Las personas que tienen déficit de atención verdaderamente sufren el calvario de un camino lleno de obstáculos… para ser tratados, para ser reconocidos, para recibir los apoyos que necesitan y, a mi parecer, lo peor, la incomprensión de los que tienen cerca, ya sean familiares, maestros o compañeros de trabajo. Pero, además, si cambian de país, por lo que se ve, en algunos lugares tienen que, digamos, “renovar su carnet” de inatento oficial.
Muchas personas con TDAH han recorrido un penoso camino hasta saber que no son un desastre, que lo que les pasa es consecuencia de un trastorno del neurodesarrollo con el que se nace y, muy probablemente transmitido de padres a hijos. Es decir, que quien lo tiene no es inatento por dejadez. Les cuesta concentrarse porque ciertas regiones del cerebro no funcionan adecuadamente. No porque no le pongan interés a las tareas, y que justamente muchos cronifican el estrés por el constante sobreesfuerzo que hacen para prestar atención… por mencionar someramente algunas de las consecuencias de tener este déficit.
Muchos, como menciono, han recorrido un pesado peregrinaje por consultas de especialistas, con diagnósticos errados, tratados como aquejados de depresión o ansiedad, cuando lo que les ocurre tenía otra explicación.
Cambiarse de país requiere de una cierta capacidad de adaptación y algunas personas con TDAH llevan regular los cambios de entorno hasta que se hacen al nuevo lugar. Aunque dirán… bueno, a todos nos cuestan los cambios. Realmente sí, pero el estrés que genera ese cambio en una persona con déficit de atención es mucho más alto que el que pueda sentir yo, que no tengo TDAH. Y a ese estrés se le suma el ponerse, nuevamente, en la casilla de salida para que le reconozcan su trastorno.
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