Hoy comienzo por la conclusión. Siempre llego al mismo punto, por más que leo, por más que me salgo de mis zapatos para ponerme en los de otros. La violencia es violencia.
Los recientes asesinatos de dos chicos, Samuel e Isaac, uno en Galicia y otro en Madrid, nos han atragantado las gargantas. Con el primero nos quedamos en shock por la brutalidad, por la deshumanización que hay en las hordas de personas henchidas de ira, ávidas de sangre, como si viviéramos en la Edad Media.
En el segundo, por lo espeluznante, por lo siniestro que hay en esperar a un chico, perseguirlo mientras le insultan y, finalmente, apuñalarle de muerte en la oscuridad de un túnel.
En seguida, se enarbolaron banderas, como si, poniéndole etiquetas, se pudiera agravar la atrocidad del crimen.
Homosexual… Síndrome de asperger y el crimen debe parecernos más horrendo. Más atroz. Más bárbaro. Homosexual, síndrome de Asperger y nuestras voces clamarán justicia con más indignación.
Pero para mí el drama, como para todos, debería ser el hecho de que a una persona se le ha quitado la vida.
La vida. La vida. Les han quitado la vida. Eso debería bastar. Pero no basta. No basta, porque cuando veo las noticias, las leo y las pienso, siento que la vida, así, en general, cuando no es la mía, la nuestra, la que respira junto a nosotros, la que anima a “los nuestros”, ha perdido todo valor. Y eso es lo que a mí me da miedo. Una sociedad a la que le importan más las etiquetas, el hacer frente común con unas o con otras. Hoy es la homofobia, la transfobia, la discafobia, la gordofobia o la interminable lista de fobias que el ser humano, en su infinita capacidad de odiar, quiera crear.
Banderas contra las homofobias, las discafobias y todos los tipos de odio que pueden llegar a sentir los seres humanos, como si, por la diferencia, el crimen se explicara mejor. Como si la diferencia mediara para la comprensión del acto abominable de matar a una persona. Como si la diversidad agravara el crimen. El odio agrava el crimen. No se odia, me grabó mi madre a fuego en la mente desde bien chica. Pero ahora, ahora yo no sé lo que se inculca a los niños. Tantos odios como diversidades. Para eso sí. Tanto amor como realidades. Para eso parece que no.
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