El largo camino a la libertad del 'hombre sin identidad': cuando la cárcel no es tu sitio, pero se convierte en tu hogar

José María sólo existió para el sistema penitenciario durante casi toda su vida

Javier Ramajo

Sevilla —

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Esta es la historia de un solo hombre pero también es una historia de buenos y malos. Inmerso desde 1991 en el “agujero negro” de las personas sordas en prisión, José María pagó muchas veces los platos rotos de su discapacidad sensorial y psíquica. Un entorno familiar hostil, una filiación desconocida y algunos pequeños delitos (no todos cometidos por él) hicieron el resto. Pasó tanto tiempo en la cárcel que la convirtió en su hogar porque nadie quiso darle uno acorde a su persona. La prisión era su casa, que habitaba en las peores condiciones. No tenía a nadie, ni entre rejas ni fuera. Era su lugar, pero no era su lugar. Una persona institucionalizada, hasta el punto de dejarlo todo de repente si en la residencia para personas con diversidad gravemente afectadas donde vive desde hace unas semanas avisan para la hora de comer. Acostumbrado a la rigidez carcelaria, ahora vive acompañado de acuerdo a sus características, pero el camino ha sido una carrera de obstáculos exenta de postureo pero repleta de sensibilidad y de justicia social.

Nació el día que murió Franco, pero el hecho de no tener un DNI real, cuestión resuelta hace menos de cinco años, jugó mucho en su contra. Los anteriores intentos por darle identidad por parte de Cáritas se habían visto constantemente interrumpidos por sus continuas entradas y salidas de prisión. Quizás nadie había puesto el empeño suficiente en regularizar su situación personal y administrativa para saber qué grado de discapacidad tenía y, con ello, acceder a una pensión no contributiva de invalidez o a una plaza por dependencia. En resumen, a ser beneficiario de un sistema que se jacta de proteger a las personas vulnerables, al menos negro sobre blanco. El sistema penitenciario tardó en darse cuenta del peligro que corría si no se le tutelaba adecuadamente, de que el ambiente carcelero no era ni mucho menos el adecuado para sus “anomalías sensoriales y psíquicas”, pero su destino seguía siendo la cárcel pese a todo. Inminentemente tendrá un tutor legal, pero le va a llegar a los 46 años.

Será el punto final, y al tiempo el comienzo, para José María, víctima de la maldad de aquellos que tantas veces le hicieron cargar con la culpa, que le mandaron al hospital con una paliza a cuestas durante sus primeras horas en libertad a finales del año pasado y que le robaron a traición los 5.000 euros que había reunido desde que el sistema le reconoció una discapacidad nada menos del 76%. Pese a esa vileza, no sucumbió, afirman quienes le han seguido de cerca en los últimos años. La deshumanización que ha sufrido no le ha repercutido, resumen, y ha ido superando un complejo proceso vital. Ni una visita. Ni un solo permiso penitenciario. Pero tampoco un problema, pese a que había mimbres suficientes para que José María fuera un preso conflictivo. Años entre rejas y objeto continuo de burla. Sin poder comunicarse, pagando en ocasiones las condenas de otros. Cosas de no tener ni DNI, cosas de no ser nadie.

El NIS que nunca falla

Su historia es la de la propia condición humana, capaz de lo mejor y de lo peor. Un retrato de la sociedad, que se refleja en José María. Por su sordera prelocutiva no sabe hablar, no puede oír, no conoce el lenguaje de signos, ni sabe leer o escribir. Pero el sistema judicial y penitenciario seguía siendo el único que le pedía cuentas por su 'NIS', el número de identificación de un interno dentro del sistema de Instituciones Penitenciarias y que delata el año de su primer contacto carcelario a quien sepa leerlo. Sus diversos números de DNI siempre dieron problema y siempre le perjudicaron, pero su NIS no se lo quitaba nadie. Cosas de que nadie te espere, cosas de ser sólo un número, como si de un cementerio de pateras se tratase: “Descanse en paz, Inmigrante F01”.

Cuentas judiciales desde 1991, pero ahora es por fin libre. Porque decíamos que en la particular historia de José María que hizo pública elDiario.es Andalucía hace seis años también hay buenos. Personas con sensibilidad que, sencillamente, advirtieron que la cárcel, pese a los hurtos, no era su sitio (como expuso aquel informe médico forense) pese a que lo terminó siendo, pese a que se había mimetizado con el mundo penitenciario. No conoció otra cosa al margen de la chabola del extrarradio de Sevilla donde vivió su infancia junto a sus ocho hermanos. Ya en libertad ha llegado a decir que echaba de menos su casa, la cárcel, dicen quienes le han acompañado en su recorrido desde hace unos años. Una trabajadora social en Morón de la Frontera, una abogada de Cáritas empeñada en demostrar que la cárcel no era el sitio de José María y el propio Defensor del Pueblo Andaluz, Jesús Maeztu, detrás con la misma premisa, con el firme compromiso de sacarle de la cárcel. También el fiscal delegado de la especialidad de Protección de Personas con Discapacidad y Mayores en la Fiscalía de Sevilla, Norberto Sotomayor, quien advirtió definitivamente que la cárcel no debía ser por más tiempo el hogar de José María y tenía el poder para hacer virar su rumbo vital.

Las piezas fueron encajando, pero el punto de inflexión último en el cambio de vida de José María arranca con su DNI. Ahí fue cuando se empezó a tratar de valorar su discapacidad. Nadie lo había hecho hasta entonces pese a sus evidentes características. Una nota manuscrita, con una dirección bastante ilegible y numerosas faltas de ortografía, situaba a su madre a cientos de kilómetros de aquella chabola de la que entraba y salía, siempre con destino la cárcel, no siempre por sus acciones y sin que 'el mudito', como le llamaban, pudiera delatar al verdadero culpable. Su nutrido expediente penitenciario y sus múltiples números de DNI, todos falsos, fueron también haciendo el resto sin derecho a la protesta porque nadie le entendía, porque no sabía comunicarse.

50 euros de una madre

Aquella pista del arraigo cuajó. Un hotel cualquiera de Valencia, a finales de octubre de 2018. Congoja al principio, un chal como detalle de confianza y una “confesión” después. En medio, tres horas de conversación, el relato de toda una vida y la emoción de saber que aquel hijo aún vivía. Josefina, de 75 años como Jesús Maeztu, encontró, eso sí, una primera forma bien mundana de acercarse a su hijo, propia de una madre cualquiera: le dio 50 euros para que “por favor” el Defensor se los hiciera llegar a su hijo. Así constó, como ingreso, en el extracto de cuentas de peculio: “Ingreso familiar (madre). Defensor Pueblo”. Su primera 'fiesta' en la cárcel, muchos años después, en el estreno del peculio del recluso José María. Había motivos de alegría, y estaban por llegar aún los de la esperanza sin pedirla.

Según el relato que hacen desde la Oficina del Defensor, y de algunos abogados que han seguido su particular historia, a José María le tocó vivir desde siempre un aislamiento y un rechazo total de su entorno más directo que, pese a todo, no tendría por qué corresponderse con el cariño y la ilusión con que recibió su DNI y agradeció, a su manera, con sonidos y gestos, y una mano en el corazón, tener noticias de su madre o de una hermana con síndrome de down, nueve años menor a la que pudo ver en una fotografía.

Un tiempo después, ya con el DNI en mano, en 2021 José María obtuvo la valoración de su discapacidad. No tardó tanto Pero aún había cuentas por saldar con la Justicia, aquellas que, paradójicamente, fueron apareciendo con su identidad en forma de ejecutorias pendientes, aproximadamente una veintena y que, abogada mediante, pudieron ser unificadas en un acta de concordancia. El cumplimiento del 'triple de la mayor', un concepto jurídico previsto en favor del reo para evitar la acumulación de penas menores, era el penúltimo paso hacia su libertad, que alcanzaba definitivamente el pasado mes de noviembre y que dejaba atrás la red de menudeo en la que últimamente le habían querido meter para que volviera otra vez a su cotidianeidad penitenciaria.

Últimos pasos

No todo estaba dicho. El siguiente paso era encontrar un recurso adecuado para José María. ¿Dónde podía ir alguien a quien nadie espera? El escrito de la Fiscalía, desde donde habían calculado esa 'triple de la mayor', también fue clave para que, a su salida, José María obtuviera una plaza concertada de residencia donde volver a empezar, lejos ya de la cárcel y de una familia que se había venido aprovechando de sus particulares características. El fiscal Sotomayor también inició el proceso de tutela que pronto le llevará a no tener que preocuparse más de sus ahorros y demás al estar legalmente protegido, gracias también a la rápida respuesta de la Delegación Territorial de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad en Sevilla.

Todo eso ha podido dar de sí tener reconocida tu identidad y, sobre todo, como la vida misma, rodearse de ayuda, de generosidad, y no de malicia, de violencia. Ahora va a iniciar un curso para formarse en el lenguaje de signos. Tiene todo lo que podría tener de acuerdo a quien es, una persona con discapacidad a la que la vida se lo puso realmente difícil y que tenía como destino la cárcel o, en el mejor de los casos, la calle, de donde lo sacó Cáritas en 2016 para llevarlo a su Centro Amigo. Su destino cambió por fin. Ahora le espera la mejor vida que pudiera tener, sin más. Es de suponer que lo más difícil ya lo ha pasado. Una victoria de la ternura de sus gestos sobre las cargas negativas que podría haber ido acumulando José María, mientras el propio sistema (“y algunos errores”, como reconoció una de sus múltiples abogadas de oficio) solo le hizo durante tantos años, valga la redundancia, acumular condenas.

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