La Sevilla de Velázquez, retrato aéreo de una ciudad en la cúspide de su gloria

Imagen del sector de la Catedral de esta recreación de 6 x 2,5 metros.

Antonio Morente

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La gran explosión de Sevilla asociada al comercio de Indias tras el descubrimiento de América se tradujo en un enriquecimiento de la ciudad que estalla en el Barroco, hasta el punto de que es el periodo que se identifica con la capital hispalense (sobre todo, desde el punto de vista artístico y monumental) y que ha marcado todo su desarrollo posterior. Tanto es así, que mucho de lo que se ha hecho después ha llevado de manera simplista la etiqueta de neobarroco. En esta urbe cosmopolita y de gran tamaño ve la primera luz en 1599 el pintor Diego Velázquez, que no tarda en llamar la atención hasta el punto de que en 1624 es llamado a Madrid como pintor de cámara de Felipe IV. Y es precisamente la Sevilla de esa fecha, la del adiós a su tierra chica, la que ahora puede verse a vista de pájaro recreada con todo detalle en lo que viene a ser una radiografía de su momento de máximo esplendor.

Si quiere contemplar cómo era en 1624 la que entonces era una de las grandes capitales del mundo, la Universidad de Sevilla le brinda la mejor de las oportunidades con una exposición con una veintena de piezas del ilustrador Arturo Redondo entre las que destaca una reproducción de la urbe de seis metros de largo por 2,5 de alto. Experto en recreación histórica, el autor muestra la ciudad en la que se cría y forma Velázquez, una metrópolis que en cuestión de un siglo se ha enriquecido de manera exponencial y ha transformado su piel gracias al comercio americano.

La obra (que puede visitarse hasta el 17 de noviembre) muestra una vista aérea de la capital en 1624, una fotografía tras “todo un siglo de comercio, riqueza y transformación urbana”, apunta Arturo Redondo, que de paso pone el acento en cómo se dispara el número de espadañas y afloran multitud de conventos y palacios de grandes dimensiones. “Las órdenes religiosas pasan de tener sencillas iglesias fernandinas a convertirse en grandes instituciones con templos mucho más lujosos”, un enriquecimiento que también se aprecia en las portadas en piedra de recintos palaciegos que crecen en volumen.

La muestra 1624. La Sevilla de Velázquez, que puede verse en la sede del Cicus (c/ Madre de Dios, 1), invita a un recorrido por una ciudad que es pura ebullición, “con mucha gente de paso y con casi 100.000 habitantes, lo que la convierte en una de las más grandes y populosas del mundo”. Así lo ejemplifica el Hospital de la Sangre, también conocido como de las Cinco Llagas y que hoy es la sede del Parlamento andaluz, en su momento “el más grande y moderno de Europa”.

El viaje de 1519 a 1624

Redondo señala que el trabajo que ahora se exhibe cuenta con el asesoramiento de especialistas como Luis Méndez, profesor de la Universidad y uno de los máximos expertos en Velázquez, y la asesoría del historiador y cartógrafo Fernando Olmedo. “El valor del fondo documental es riguroso, esto no es solo una lámina bonita”, reivindica el autor, que además ha tenido que hacer frente a un curioso reto artístico e incluso personal, porque el punto de partida es una lámina similar que creó para plasmar la Sevilla de 1519, de la que partió la expedición de Magallanes y Elcano para dar la primera vuelta al mundo.

Sobre este trabajo de 2017 ha tenido que reflejar la evolución de la propia ciudad, con esa transformación brutal en cuestión de un siglo. ¿Y por qué la fecha de 1624 para articular este proyecto? Pues más allá del simbolismo de que Velázquez pone rumbo a Madrid con su mujer, sus dos hijas y dos de sus hermanos, porque hablamos de Sevilla “en todo su esplendor”, en la cúspide de su gloria. A partir de ahí, y aunque todavía no sea consciente, la ciudad empieza una cuesta abajo por varios factores: el asentamiento definitivo de la corte en Madrid, epidemias, sequías, grandes riadas y, al final, la pérdida del monopolio comercial con América. “Desde entonces empieza a decaer”, apostilla Redondo.

Sevilla es entonces una ciudad en la que fluye una riqueza que, eso sí, “se concentra en las clases privilegiadas: la nobleza, la Iglesia y el poder real”. Al actualizar la lámina de 1519 para transformarla en la de 1624, no solo se plasma la opulencia, sino que también ya son arrabales “con entidad” barrios como San Bernardo, San Roque, la Macarena o Los Humeros.

Los cambios asimismo se reflejan en la banda del Guadalquivir, que en el XVI aparece atestada de naos, carracas y galeras que ahora, en el XVII, han sido sustituidas por galeones. La Catedral tiene ya una Giralda con su cuerpo de campanas desarrollado, y se le ha añadido la iglesia del Sagrario.

El autor también invita al ojo del espectador a dejarse engañar, para así reproducir escenas de la vida cotidiana a una escala que no es real, porque las figuras tendrían que ser minúsculas. Esto permite ver a personajes remando, a cordeleros en el Arenal, a jinetes, todos ellos en una lámina en la que se muestran los sitios en los que vivió, se formó y trabajó Velázquez. Hay que “aceptar el engaño” de las escalas, señala Redondo, para entrar bien en este juego.

La muestra consta como pieza principal con esa gran ilustración panorámica del urbanismo de la Sevilla de comienzos del siglo XVII, completándose con una veintena de imágenes adicionales de mediano y pequeño formato relativas a la vida y a los lugares de la capital relacionados con Velázquez. Todo ello obra de un autor que se ha enfrentado ya a proyectos similares más allá del de la Sevilla de Magallanes: el Cádiz Constitucional de 1812, la Córdoba Califal del año 1000, la Sanlúcar de 1519 o la Huelva minera de 1929 son algunas de las obras de gran formato con su firma que hoy se exhiben permanentemente.

En nuestra historia, Velázquez puso rumbo a Madrid ese año de 1624 y, aunque siempre mantiene el contacto con su familia y está al tanto de sus intereses en la ciudad, ya no volverá. “No hay constancia de que viniera a hacer visitas”, señala el ilustrador, al que de todos modos le gusta pensar que al menos hiciera alguna para así imaginarse al pintor ya maduro paseando por esas calles que reproduce su lámina.

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