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20 años del Plan Bolonia en las universidades: “Una buena idea mal entendida y que llegó en el peor momento”

El Plan Bolonia cumple 20 años instalado en las universidades españolas y del resto de Europa.

Daniel Sánchez Caballero

Con la intención no hay duda: fue buena. Con el momento para implementarla, tampoco: el peor posible. ¿Y el resultado? Aquí ya hay más divergencias, en función de a quién se le pregunte. Hay responsables universitarios que creen que la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) “no se ha entendido bien” y se ha ejecutado peor. Otros hacen una valoración global más positiva.

Con motivo del 20 aniversario de la declaración de Bolonia, apenas dos folios que fueron el germen del espacio universitario común que tenemos hoy, los ministerios de Educación y de Universidades han publicado Bolonia, 20 años después, un repaso de la exdiputada del PSOE y profesora de la Universidad de Girona Montserrat Palma a los debates parlamentarios que llevaron a la implantación de Bolonia en España.

“Hubo una contradicción permanente [entonces] entre llegar a tiempo [en 2010, el plazo que preveía Europa] y mantener un debate sosegado”, explicó Palma durante la presentación de su libro, la semana pasada.

El caso es que Bolonia llegó y cambió las universidades. Eso es indiscutible. El EEES se implantó para poner los estudios europeos en común, para que las universidades se entendieran entre sí, para incrementar la movilidad de profesores y alumnos por el continente, para cambiar la manera en que se enseña y aprende.

¿Fue un cambio para bien? “Ha sido positivo si hay que hacer una evaluación global”, responde Margarita Arboix, rectora de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su homólogo de la Complutense de Madrid, Joaquín Goyache, disiente de su “buena amiga” y compañera de área: “Creo que se hizo de forma precipitada, no se tuvo la paciencia suficiente para llegar a acuerdos”. Francisco Esteban, vicerrector de Comunicación de la Universidad de Barcelona (UB) está entre medias. “La idea era buena, pero o no se llegó a entender o se esperaba más de lo que se llegó a hacer”.

En una cosa coinciden todos: el momento para implementarla, con la peor crisis que ha visto Europa en años en ciernes, no habría sido peor si se hubiera elegido adrede. Y con una caída de la financiación por encima del 10% (aún hoy no se han recuperado) era complicado afrontar los cambios.

“No lo hemos conseguido en su totalidad”

“Lo que veo más positivo es el planteamiento de cómo hay que hacer los estudios, aunque probablemente no hemos dado el salto que deberíamos”, argumenta su visión positiva Arboix. “Bolonia introduce la educación por competencias y esto requería unos métodos educativos muy distintos a los que estábamos acostumbrados, que era la clase magistral. Hemos pasado a tener distintas maneras de evaluar, trabajos en grupos, etc.”.

“Pero no lo hemos conseguido en su totalidad, porque para eso necesitas bibliotecas o redes potentes, mucho profesor tutorizando y ayudando al estudiante a avanzar”, continúa. “Como no hemos tenido muchos recursos, no hemos podido hacer algunas de estas cosas, y eso dificulta un aprendizaje como pedía Bolonia”.

Goyache cree que esto de las clases pequeñas es uno de los elementos que no se entendió bien de Bolonia, “y además justo coincidió con la crisis y no se pudo hacer bien”.

“El EEES se hizo para poder comprender mejor lo que le cuesta a un estudiante obtener unos estudios, para entender lo que se hace aquí, en Alemania y Francia y, una vez entendido, plantear una movilidad. No para hacer los estudios iguales”, explica. “Pero el resultado ha sido que ahora estamos peor que antes. Las titulaciones son más diferentes y nos entendemos peor”.

La Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) le da la razón en parte. “Se hace necesaria la realización de un profundo debate sobre la eficacia de los procesos de convalidación de títulos”, admiten fuentes de la institución. “Sería pertinente avanzar hacia al reconocimiento automático entre universidades de distintos países”.

Francisco Esteban, acreditado como catedrático del área de Teoría de la Educación, explica que “hay profesores que interpretaron que tenían que cambiar lo que estaban haciendo y dejaron de hacer cosas que funcionaban por otras que no. Se demonizaron las clases magistrales, cuando yo creo que una buena clase magistral te la llevas a la tumba con un profesor que te convierte dos horas en dos minutos”, razona.

La CRUE prefiere ofrecer cifras antes que opiniones. “La convergencia [de las titulaciones con Europa] ha sido más compleja que en otros países”, admiten fuentes de la institución, “pero a pesar de esto, el ajuste de la oferta a la demanda de estudios vuelve a mejorar, ya que las titulaciones con menos de 20 alumnos por aula han bajado del 18% al 12,9%”.

La movilidad

Es uno de las cuestiones que más se mencionan cuando se habla del EEES. Uno de sus objetivos era incrementar la movilidad entre estudiantes y profesores por Europa. Arboix suena encantada con los resultados: “El intercambio de Erasmus y los acuerdos entre universidades han crecido exponencialmente”, lanza. “Hemos internacionalizado los centros, tenemos más estudios que se hacen parcial o totalmente en inglés. Esto son nuevas experiencias, formas distintas de ver el mundo... es enriquecedor”.

“La movilidad ya existía antes, pero ahora mis alumnos tienen más dificultades para que consigamos entender qué hacen en otras universidades”, sostiene Goyache, de la UCM, que admite ser bastante crítico con Bolonia. “Ahora estamos revaluando y cambiando los planes de estudios, pero cada universidad va a lo suyo y vamos en contra de muchos países. En España debatimos mucho, analizamos mucho, pero no llegamos a consensos suficientes”, sostiene.

Esteban recuerda que con la movilidad no se está inventando la rueda, precisamente. “Es volver a una de las ideas clásicas de la universidad. En la época medieval, cuando aparecen las universidades, era muy raro que alguien hiciera toda la carrera en el mismo centro. Europa eran ríos de estudiantes y profesores de universidad en universidad”, explica.

Pero los ríos de profesores se han secado, admite la CRUE. “La movilidad del PAS y el PDI sigue siendo residual”, admiten. Desde la UAB, Arboix admite este problema, aunque explica que le están poniendo solución: para acceder a una plaza de profesor permanente en las universidades catalanas es requisito sine qua non haber hecho una estancia en el extranjero.

“Era una grandísima idea, con un objetivo muy benévolo. Pero no se ha conseguido”, cierra Goyeche.

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