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Los estados desprecian con sus inversiones la capacidad de los bosques para frenar el cambio climático

Resto de un bosque aislado por tierras de cultivo / FAO

Raúl Rejón

A pesar de que la ONU ha advertido de que la lucha por contener la temperatura global está casi perdida, los estados parecen renunciar a una de las herramientas más efectivas: los bosques. De hecho, las inversiones y subvenciones públicas dedicadas a la agricultura y el uso extensivo de tierra desde 2010 han multiplicado por 39 el dinero canalizado para salvar masas boscosas, según la evaluación independiente de los compromisos adquiridos en la Declaración de Nueva York auspiciada por la ONU.

Por su parte, los árboles, junto con las tierras agrícolas tienen el potencial para reducir hasta un 25% la cantidad necesaria de gases de efecto invernadero en la atmósfera para limitar el calentamiento global de la Tierra a 1,5 ºC: el objetivo realmente plasmado en el Acuerdo de París contra el cambio climático.

La reducción de emisiones de gases de efecto invernadero siguen estando en el corazón de la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, la capacidad que tienen los bosques para absorber CO, les otorga un papel crucial. Hoy en día se comen un tercio de lo que emitido por la actividad humana. Maximizar ese papel es un “puente hacia un mundo libre de combustibles fósiles”, según la última investigación del instituto Woods Hole Research Center, que coincide con el arranque de la Cumbre contra el Cambio Climático (COP23) en Bonn.

El cálculo es el siguiente: detener la deforestación tropical y restaurar 500 millones de sus hectáreas boscosas suponen una prórroga de entre 10 y 15 años para conseguir la desconexión fósil. Sin embargo, la tasa de deforestación en los países tropicales está en los siete millones de hectáreas al año, según la FAO.

Pero, el gasto en actividades que derivan en “destrucción de los grandes bosques” se ha ido desde 2010 a los 671.000 millones de euros, según el examen de los objetivos de la Declaración de Nueva York publicado al acabar octubre. Los fondos dedicados tanto a detener la deforestación como a reducir las emisiones de los bosques han sumado 17.000 millones de euros. Solo 3.000 focalizados en evitar la destrucción de las masas tropicales (el gran pulmón planetario).

Nathaniel Keohane, responsable de Environmental Defense Fund –una de las entidades independientes que evalúan este compromiso internacional– considera que “el balance final es claro: el mundo necesita aumentar la inversión en la protección de los bosques”. En ese sentido, Justin Adams, de la organización Nature Conservancy, que también participa en este examen externo, abunda: “Detener la deforestación requerirá un cambio transformador que lleve todos los flujos de inversiones hacia países cuyos bosques sean [realmente] verdes”.

El análisis de los investigadores del instituto WHRC explica que apostar por los bosques no significa en absoluto un sustituto a la hora de eliminar la dependencia de los combustibles fósiles. Las fórmulas que ofrecen son: detener la deforestación y la degradación de montes y permitir que los bosques recolonicen los suelos de donde desaparecieron (incluso plantando árboles).

En este sentido, algunas organizaciones como Greenpeace o Ecologistas en Acción han advertido de que simples plantaciones de árboles –en ocasiones asociadas a explotaciones comerciales– no suponen un bosque real. Son por eso críticas con diferentes informes oficiales que consideran que la superficie boscosa está creciendo. “Las plantaciones no son bosques”, repiten.

Las plantaciones o las reforestaciones a base de una especie conforman masas arbóreas, pero no casan con el concepto de bosque como ecosistema complejo. Tanto las cientos de hectáreas de eucaliptos plantados para aprovechar su madera o las acumulaciones de pinares repoblados sin otras especies intercaladas, que se ven en la península ibérica, como las repoblaciones madereras en el bosque boreal. El monocultivo es uno de los factores determinantes en la propagación de grandes incendios forestales.

Contabilizando todo suelo en el que se plantan árboles, la mayoría de los países desarrollados muestran ganancias netas de bosques estos últimos años. Desde EEUU a Italia pasando por Francia, Gran Bretaña e incluso España. Según la última evaluación de los recursos forestales mundiales de la FAO, España pasó de tener 18,2 millones de hectáreas de bosques en 2010 a 18,4 en 2015. Las tierras boscosas, eso sí, bajaron un poco hasta los 9,2 millones de hectáreas.

Los estados más empobrecidos, por su parte, han perdido bosque: prácticamente toda Suramérica y el cinturón tropical de África además de Indonesia, Tailandia, Birmania, Filipinas, Nueva Guinea o Australia.

Detener la destrucción en 2030

La Declaración de los Bosques de Nueva York de 2014, rubricada por 40 gobiernos, es un compromiso voluntario para detener la deforestación global. Para 2020, la pérdida de bosques debería haberse reducido a la mitad y haberse detenido para 2030.

El sistema de observación Global Forest Watch, que calcula la cobertura arbórea del planeta así como las pérdidas y ganancias anuales, refleja que, entre 2001 y 2012, la Tierra añadió 80,9 millones de hectáreas de bosque mientras que perdió más de 213 millones. Solo el año pasado se deforestaron 29,7 millones de hectáreas. La cobertura total, según sus observaciones, se acerca a los 4.000 millones siempre teniendo en cuenta que la espesura sea de, al menos, el 30% de la superficie.

El Acuerdo de París pide a los estados que financien de manera suficiente la conservación de los bosques. Sin embargo, con estos datos, los investigadores de Woods Hole Center entienden que los “niveles de financiación de las políticas forestales no reflejan el papel esencial que estos juegan en la respuesta global al cambio climático”.

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