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La caída del tráfico y la energía sucia en la pandemia recortó los gases invernadero por debajo del nivel de 1990

La Gran Vía de Madrid, vacía, el 30 de marzo de 2020

Raúl Rejón

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La pandemia, más allá de la crisis sanitaria, ha dejado una clara lección climática: las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en España cayeron en 2020 al nivel más bajo en 30 años. ¿Cómo? Se usaron menos combustibles fósiles como la gasolina, el diésel o el gas para moverse en automóvil o generar electricidad en gran medida por las restricciones anti-covid. España lanzó 271,5 millones de toneladas de GEI, menos que en 1990, según el Avance del Inventario de Emisiones del Ministerio de Transición Ecológica.  

Los sectores que más cayeron el año pasado fueron la generación de electricidad y el transporte: un 34% y un 17% menos de emisiones respectivamente. Entre las dos se lanzaron 31 millones de toneladas menos de CO2 a la costra de gases que recalienta la Tierra y altera el clima. El 71% de todo el ahorro generado en 2020.



El panorama que describe el Inventario español “pone de relieve la importancia de transformar estos dos sectores [transporte y electricidad] porque, aunque han bajado, son de los que más emisiones provocan”, analiza la responsable de cambio climático en Greenpeace, Tatiana Nuño. “Y ambos dependen mucho de los combustibles fósiles: petróleo para el transporte y gas para el ciclo combinado en la electricidad”, añade.  

El documento de Transición Ecológica –firmado el 30 de junio pasado– explica que durante 2020 se constató un “descenso generalizado del consumo eléctrico” por las condiciones especiales que se vivieron para contener la pandemia de COVID-19, pero, al mismo tiempo, incide en que hubo “un incremento de la generación de origen renovable”.

Otro mensaje claro que subraya el inventario es que reducir el transporte por carretera a base de gasolina y gasóleo aporta muchísimo a la hora de contener la emisión de los gases que están causando el cambio climático. Este sector por sí solo supone el 25% del total de GEI liberados en España. El año pasado se quemó un 21% menos de gasolina y un 16% menos de gasóleo, con lo que sus emisiones descendieron ese 17%, o lo que es lo mismo, 16 millones de toneladas menos en esa costra gaseosa.



El profesor e investigador del CSIC Fernando Valladares considera que estos datos “nos indican el impacto real de reducir la movilidad en el balance total de emisiones”, es decir, el valor real que aporta abordar la transformación de este sector. Valladares, doctor en Biología y experto en los impactos del cambio climático, abunda en que, una vez vista de primera mano esta realidad, debería servir para mejorar “los cálculos y estimaciones” que se aplican a las emisiones del transporte.

La relación directa entre automóviles circulando y lanzamiento de gases nocivos estaba más que apuntada, pero 2020 ha servido para hacerla aún más evidente. El parón de turismos en las ciudades españolas hizo que la contaminación del aire cayera significativamente durante meses como ilustró el análisis de datos oficiales de Ecologistas en Acción. Tanto, que al terminar el año pasado, solo la ciudad de Madrid continuó quebrando los límites máximos legales de dióxido de nitrógeno. Con las cuentas de los gases de efecto invernadero ha ocurrido lo mismo.

Entre el resto de los sectores de la actividad humana que cuantifica el Inventario, la industria también bajó el volumen de gases que emitió y la agricultura, por el otro lado, fue, prácticamente, el único que aumentó ligeramente, un 1,2%. La razón principal fue “el ligero aumento de las cabañas ganaderas” tanto por la gestión de los estiércoles de los animales como de su digestión. También crecieron las emisiones de los cultivos un 2%.

Tatiana Nuño afirma que la agricultura “es el gran olvidado en la transición para conseguir la descarbonización tanto en el Plan Integrado de Energía y Clima como en los fondos de recuperación verde”. Nuño cree que falta voluntad para “fomentar una agricultura y una ganadería bajas en emisiones, que es lo que necesitamos para cumplir con el Acuerdo de París. La agricultura y ganadería intensiva dan la espalda al Acuerdo”.



El símbolo de 1990

El hecho de que las emisiones globales de España cayeran por debajo de las de 1990 es significativo (y simbólico) porque es el nivel de referencia marcado por la ley de Cambio Climático. La norma recientemente aprobada marca para 2030 una reducción del 23% respecto a las de ese año. En 1990, las emisiones fueron de 290 millones de toneladas de gases. En 2020 han sido 271 millones, un 6,5% menos.

Sin embargo, las circunstancias que han derivado en ese descenso han sido muy específicas (y poco deseables): una pandemia mortífera que obligó a congelar la actividad durante meses y ralentizarla casi todo el año.

En ese sentido, Fernando Valladares admite que esta coyuntura “muestra que firmar el Acuerdo de París es una cosa y cumplirlo es algo bien diferente. Es mucho el esfuerzo que requiere reducir las emisiones de manera significativa para no rebasar los límites de 2ºC, o mejor aún, 1,5ºC”. La ONU apuntaló ese análisis en un informe de 2019 que certificó que la diferencia entre los gases que se emiten y la cantidad permisible para alcanzar esos objetivos de temperatura global no había parado de crecer en una década. Su diagnóstico indicó que hacía falta reducir las emisiones a la mitad en 2030 para sortear los peores efectos de la crisis climática.

Tatiana Nuño lo analiza de manera diferente: “Este debe ser un punto de partida muy interesante para, desde aquí, ir reduciendo las emisiones anualmente al ritmo necesario para conseguir la reducción del 55% respecto a 1990 como pedimos en Greenpeace. El inventario lo dice: necesitamos partir desde este nivel para ir en la hoja de ruta de París y descarbonizar esos sectores tan importantes”. Y aprovecha para recordar el Gobierno que “este es un momento clave para que haya una revisión de los objetivos de reducción al alza”. La verdad es que la ley lo permite. 

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