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Más allá de conspiranoias: la desconfianza hacia la vacuna contra la COVID-19 preocupa a los científicos

Manifestante porta una pancarta contra las vacunas y el confinamiento en una manifestación el pasado 20 de abril para pedir el fin de las restricciones por el coronavirus en Carolina del Norte (EEUU)

Mónica Zas Marcos

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Los avances de cinco vacunas contra el virus SARS-Cov-2 son lo suficientemente optimistas como para que, paralelamente, hayan empezado a brotar sus opositores. Aunque sean minoritarios, estos movimientos ponen en riesgo la solución de la pandemia, según ha advertido la OMS en las últimas semanas. Los escépticos campan por la esfera pública, como el rapero Kanye West, que se postula a presidente de EEUU mientras califica la vacuna contra el coronavirus como “la marca de la bestia”, el cantante Miguel Bosé o el tenista Djokovic, pero también lo hacen cada vez más por la privada.

La desconfianza hacia la rapidez del desarrollo de los sueros y las dudas entorno a su eficacia han hecho mella en algunas personas que no se englobarían a sí mismas dentro del movimiento antivacuna. Una encuesta de YouGov, la plataforma global de investigación y análisis de datos infirió que uno de cada seis británicos, país donde se desarrolla una de las más efectivas hasta el momento -la de Oxford-, no se la inyectaría si estuviera disponible. En esa misma línea, un estudio en Francia identificó que un 26% de los encuestados era reticente u opuesto a aceptar esa vacunación.

El psicólogo Manuel Armanyones, investigador en diseño del comportamiento de salud en la UOC (Universidad Oberta de Catalunya), entiende que debemos ponerlo “en un contexto que ha afectado psicológicamente a un tercio de la población”. Aunque comparte la preocupación hacia esta corriente, cree que la clave está en descifrar su destreza a la hora de crear nuevos adeptos. “Mientras que la ciencia se basa en la duda y en la hipótesis, los grupos antivacunas predican con certezas, aunque sean falsas, y por lo tanto son mucho más persuasivos”, explica.

“Ni los investigadores tienen una evidencia absoluta acerca de la vacuna y, en cambio, los tertulianos aficionados a la epidemiología rebaten sus beneficios con total seguridad. Es así de fácil”, lamenta Armanyones. Por eso, su única receta para combatir los bulos es la “información clara y la transparencia total”. En su opinión, las autoridades deben mostrarse comprensivas ante el miedo y la desconfianza de la población, pero a la vez contrastarlo “con hechos y un mensaje de solidaridad ciudadana”.

En la pandemia de COVID-19, la simple prescripción de lo que las personas “deben hacer”, según el experto, no tiene un efecto directo en gran parte de la población. Son necesarias estrategias basadas en el diseño del comportamiento. Es decir, inoculando esos cambios -ya sea usar la mascarilla, lavarse las manos o vacunarse- inoculando la motivación adecuada y dejando claro su beneficio social. “Casi nadie hace daño al de al lado de forma consciente, así que tenemos que ser muy insistentes en lo nocivo de no hacerlo”, abunda el experto.

Según los epidemiólogos, más del 70% de la población necesita desarrollar inmunidad a la COVID-19 para erradicar la transmisión comunitaria. Acerca de la rapidez de la vacuna, los investigadores que trabajan en ellas no hacen más que emitir mensajes de calma como que “la dedicación y la inversión de dinero en un único objetivo nunca habían sido tan grandes como ahora”. Lo desveló la doctora Isabel Sola a este periódico hace unas semanas: “Cualquier vacuna que salga al mercado tendrá que cumplir unos requerimientos irrenunciables de eficacia y seguridad”.

“El tiempo más corto en el que se ha desarrollado una vacuna es de 3 o 4 años. Desde luego, no los tiempos de los que se está hablando ahora”, admitió la investigadora. “Pero tampoco nunca tantos científicos habían trabajado a la vez en algo, esta es una situación extraordinaria de dimensiones hasta ahora desconocidas”, aseveró.

En ese sentido, Manuel Armanyones cree que los mecanismos de comunicación del Gobierno y los medios tienen la labor de “explicar los avances y los criterios de prioridad de forma muy pedagógica”: “La gente necesita saber que la vacuna va a ser de fácil acceso, que no va a estar reservada para la élite y que se va a suministrar de forma ordenada. Es decir, que las imágenes mentales de colas interminables y del colapso en los centros de salud no ayudan en nada”, asegura. También se requiere que haya transparencia absoluta sobre “los conflictos de interés político entre los políticos y entre farmacéuticas” para evitar la sensación de “carrera espacial con algo que afecta a la salud pública”.

De hecho, uno de los argumentos más usados es que la urgencia de la situación actual hace que se aceleren los procesos burocráticos que normalmente retrasan la salida al mercado de medicamentos y vacunas. “La lentitud de los plazos puede deberse a que están probando su seguridad y eficacia, o a que se acumulan los papeles en el escritorio, y muchas veces es por esta última razón”, explica Milagros García Barbero, exdirectiva de la OMS y experta en Salud Pública. Ahora, en su opinión, la urgencia “va a reducir la burocracia inútil”.

En cuanto a los movimientos antivacuna, la doctora piensa que a la larga puede tratarse de un problema de salud pública puesto que “no va a poder vacunarse toda la población de riesgo de golpe” y durante ese tiempo pueden someterles a un “peligro voluntario”. “Cada cual que haga lo que quiera mientras que no exponga a los demás, pero este caso es más delicado”, opina Barbero.

Aún así, cree que “esta moda es muy reciente” y que la población de riesgo (por encima de los 55 años o con patologías previas), que deberían ser los primeros en acceder a la vacuna, tienen culturalmente una actitud más abierta ante estos sueros. “Los jóvenes y adolescentes que se nieguen en realidad son unos inconscientes, puesto que pueden seguir enfermando y, lo que es peor, contagiando a los más débiles que aún no se hayan inmunizado”, se lamenta Barbero. También le preocupan los niños a quienes sus padres decidan no vacunar y que les enfrenta a futuras patologías más graves, lo que ya está siendo un rompecabezas en el caso de la polio o la malaria. “Es un movimiento absolutamente irracional e irresponsable. Se llaman naturalistas, pero se olvidan de que los mayores venenos del mundo son productos naturales”, concluye.

Manuel Armanyones recoge esta percepción, pero teme la facilidad de este movimiento para expandirse en redes sociales, llegar a los jóvenes y conseguir que su mensaje cale por encima del de los científicos. “Hay que ser muy comprensivos y pacientes, estamos todos muy blanditos, pero también hay que empezar a lanzar campañas en positivo que neutralicen esos bulos”, propone el psicólogo.

El escepticismo vacunal preocupa a nivel institucional y a la OMS, que el año pasado la incluyó entre sus diez prioridades sanitarias. Sin embargo, en el caso de la vacuna contra el SARS-Cov-2 aún hay que resolver otros asuntos médicos y políticos para que la mayoría de la población, que sí está dispuesta a inyectársela, pueda acceder a ella lo antes posible. “Va a haber bofetadas”, pronostica la exdirectiva de la OMS. En opinión de los expertos, los recelosos no impedirán que las listas para vacunarse contra la COVID-19, a nivel general, “sea enorme”.

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