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La cárcel franquista de Lugo reabre sus puertas convertida en un centro para la memoria

Vista del interior de la cárcel franquista de Lugo tras la remodelación.

Carlos Hernández

“Queridísimos hijos Rafael y Luis: os pido perdón por causaros vuestra desgracia por mi vida política, pero lo hacía por servir a mi Patria y a la Libertad. Un proceso amañado con testigos falsos, que Dios perdone, me quita injustamente la vida. Reivindicad mi nombre en este pueblo tan ingrato para mí. Adiós hijos queridos, valor y confianza y no me olvidéis nunca”.

Horas después de escribir esta carta de despedida en una celda de la prisión de Lugo, el doctor Rafael Vega fue fusilado por las tropas franquistas; su único delito fue haberse mantenido leal a la democracia republicana. 81 años después, su deseo y el de los miles de prisioneros y prisioneras que pasaron por este lúgubre penal se ha hecho realidad. Sus nombres y sus historias perdurarán entre los muros del edificio que, tras un laborioso proceso de rehabilitación, será inaugurado este jueves como centro cultural y espacio de Memoria.

Las obras comenzaron hace seis años en buena medida por el empeño personal del entonces alcalde Xosé López Orozco. Los arquitectos encargados del proyecto, Juan Creus y Covadonga Carrasco, tenían muy claro su objetivo final: “Planteamos su recuperación como espacio ciudadano. Pensamos que el edificio debía ser el protagonista y su fantástico espacio interior ser devuelto a la ciudad como una calle por donde caminar y reunirse, dialogar…”.

El resultado de su trabajo ha sido un recinto luminoso que albergará todo tipo de actos culturales y exposiciones, pero que también resulta respetuoso con la negra historia que atesoran sus muros y, especialmente, con sus víctimas.

“Nos parece extraordinario lo que se ha hecho, primero porque se decidiera conservarlo y segundo por la forma en que se ha rehabilitado, tan respetuosa con lo que significó este lugar, tan consecuente y tan elegante”, asegura Carmen García-Rodeja, portavoz en Galicia de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH).

El diseño moderno y funcional ha respetado las celdas, las herrumbres y hasta las rayaduras que hicieron los presos en algunas paredes. Una actuación que contrasta con otras obras polémicas como la reforma del fuerte de Victoria Grande en Melilla, que borró intencionadamente todas las huellas de la represión franquista o con la demolición de la madrileña cárcel de Carabanchel.

“Es muy importante que los familiares de las víctimas tengan un espacio donde perviva la memoria de su ser querido. Un lugar donde estén sus recuerdos, sus cartas, los libritos que escribió durante su cautiverio. No se puede permitir que eso desaparezca”, añade García-Rodeja. Y así será, ya que la ARMH, gracias al acuerdo alcanzado con el Ayuntamiento de Lugo, se encargará de organizar exposiciones, una de ellas de carácter permanente, en las que se recordará a los cautivos de esta prisión.

Torturas, muerte y dignidad en el 'Hotel Canalejas'

Inaugurada en 1887, la cárcel de Lugo se convirtió en un verdadero infierno tras la sublevación franquista que se hizo con el control de la ciudad gallega el 20 de julio de 1936. En pocos días, fueron encerrados entre sus muros las principales autoridades de la provincia: el gobernador civil, el alcalde de la ciudad y de numerosos municipios cercanos, diputados a Cortes, líderes de los partidos democráticos y de los sindicatos, un buen número de maestros de escuela, intelectuales, periodistas y artistas.

Según la documentación obtenida por la investigadora Cristina Fiaño, por el penal pasaron más de 6.000 presos políticos en solo 4 años. Pese a que su capacidad máxima era de 180 reclusos, llegó a albergar simultáneamente a cerca de un millar de presos. En sus celdas de 30 metros cuadrados se hacinaban 45 hombres mal alimentados, sin medios para asearse y atormentados día y noche por un ejército de piojos.

Al menos 27 reclusos perecieron de enfermedades relacionadas con las pésimas condiciones higiénicas y la nula asistencia sanitaria. Varias decenas más fallecieron como consecuencia de las torturas y las palizas que recibieron. Los supervivientes dejaron constancia de que lo peor no era eso, sino tener que vivir bajo la permanente amenaza de ser ejecutado o “paseado”.

Junto al doctor Rafael Vega, esperaron su ejecución en este penal decenas de políticos, sindicalistas, maestros y simples militantes de organizaciones de izquierda. Una mujer, Consuelo Alonso, fue también fusilada tras pasar por un Consejo de Guerra y varias más fueron asesinadas extrajudicialmente. El número de presas políticas no hizo sino incrementarse durante los primeros años: de 14 reclusas en 1936 pasaron a 203 en 1940. Algunas de ellas tuvieron que compartir cautiverio con sus hijos de corta edad a los que intentaron mantener con vida en el ambiente insano de la prisión.

En medio de tanto dolor, los presos trataron de mantener su dignidad hasta el último momento. Entre todos compartían los escasos paquetes de comida que llegaban del exterior e intentaban conservar algo de buen humor. Así llegaron incluso a rebautizar sarcásticamente a su prisión, situada en la plaza de Canalejas: “Vivo en el 2º piso del Hotel Canalejas, nº 26, en compañía de 44 huéspedes más. Tenemos dos horas por la mañana y dos por la tarde de recreo por los jardines del Hotel”.

Quien realizó este relato, en una carta enviada a su compañera, fue el secretario de la UGT Emilio Timiraos. Dos meses después fue sacado del “hotel” y fusilado. Su mensaje y su tragedia, junto a la del doctor Vega y a las del resto de presos y presas de Lugo, perdurarán en el mismo lugar en el que hace 80 años intentaron borrarlas de la Historia.

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