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El efecto de la ley antitabaco se desgasta y se vuelve a fumar más que antes de promulgarla

Belén Remacha



Catorce años después de la primera ley antitabaco, en España se fuma tanto como antes de aplicarla. Tras la Ley 28/2005 –luego vino la 42/2010– que, entre otras cosas, prohibía fumar en bares, la publicidad y endurecía las advertencias acerca de los efectos sobre la salud, el consumo sí se redujo notablemente. Pero actualmente la tendencia es ascendente: según la encuesta EDADES bienal del Ministerio de Sanidad. En 2017 fumaban diariamente el 34% de españoles; en 2015, el 30.8%. En 2005 eran el 32,8%.

La última encuesta de la Sociedad Española de Medicina de Familia, sobre más de 8.000 personas, da una proporción menor pero una tendencia similar: de 2017 a 2018 han aumentado del 21% al 23,2%. ¿Por qué en un país en el que lleva años asentada una normativa que no permite el tabaco en los bares, sin publicidad y con años de campaña sobre su nocividad, cada vez se fuma más?

Para Lucía Gorreto, coordinadora del Grupo de Abordaje del Tabaquismo de la SEMFYC, la pregunta se responde por “múltiples motivos”. El primero que menciona es que la legislación, en la práctica, se ha “relajado”. “A pesar de que la ley es restrictiva con los llamados espacios sin humo, ya tiene más de 10 años. Al principio tuvo mucho efecto, mucha gente dejó de fumar. Pero tanto los ciudadanos como las autoridades ya han bajado la guardia”.

Es también a eso a lo primero que alude el doctor Carlos Giménez, presidente de Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica. “Cuando entró en funcionamiento la legislación, los fumadores con menos dependencia física por la nicotina dejaron de fumar con mayor facilidad, ante la insistencia de las campañas y la información. Ahora, además de los nuevos, quedan los más dependientes, los que para dejarlo requieren tratamiento. En los últimos años no se ha puesto en marcha ninguna medida asistencial para ayudar a los fumadores a dejar de serlo, no se facilita el abandono del consumo de tabaco”, explica.

Otra necesidad que defiende Giménez: que el Estado subvencione los tratamientos farmacológicos para dejar de fumar. Él es también médico especialista en la Unidad de Tabaquismo de Madrid. Es el único centro de ese tipo de la Comunidad, en el que trabaja un equipo de neumología, psicología y enfermería, aunque “en muchas consultas de atención primaria, aunque no haya neumólogo, el médico pasa tratamientos. Es un servicio muy importante, porque cuando alguien necesita ayuda para dejarlo, lo primero que debe hacer es consultar con su médico de cabecera”.

Pero “cuando decimos que se creen más unidades nos referimos a que en cada área sanitaria debería haber una unidad especializada para esos pacientes fumadores que, por su alto nivel de dependencia, requieren de más tiempo y esfuerzo que el tratamiento estándar. Para eso, hay que incrementar la formación de los profesionales sanitarios en esta materia, y hay que poner recursos para que se creen centros”. Por su unidad, cada año pasan alrededor de 1.200 pacientes nuevos que llegan, sobre todo, con trastornos pulmonares. Más mujeres que hombres “aunque no una diferencia grande”, generalmente entre los 35 y 45 años de edad.

Muy jóvenes, y más mujeres



Según otra encuesta de Sanidad, la ESTUDES –referida exclusivamente al consumo de drogas legales e ilegales entre alumnos de secundaria– desde 1994, la edad de comenzar a fumar se ha mantenido estable, por debajo de los 15 años. Saúl, geólogo de 27 años, por ejemplo, empezó a los 16 años “de la manera más común posible: esperando a la salida del instituto. Aunque en fumador me convertí un poco más adelante, y creo que con una cerveza en la mano”.

“Mi forma de consumo ha ido evolucionando: primero era de forma puramente social, con otros fumadores, en el descanso de la universidad. Poco a poco empiezas a ser tú el que anima a salir, o cuando estás nervioso. Y acaba en el motivo por el que fumo ahora, que es enganche puro y duro”, cuenta. Su relato se corresponde efectivamente a lo más habitual. Lucía Gorreto le añade: “Sí, cada vez la media es más joven. Y todavía hay más hombres que fuman, pero cada vez se aproximan más, por socialización. Somos cada vez más iguales, también en lo malo”.

Además, matiza que la prohibición de la publicidad es un poco “teórica”: “De manera directa sí, pero no indirecta. Cuando preguntamos a los jóvenes de entre 15 y 25 años si habían visto en el último mes escenas de películas o series con fumadores, el 65% contestaban que sí. Luego, en plataformas digitales se pueden encontrar anuncios o mensajes. Y estos años han surgido nuevas formas de consumo, como las pipas de agua, los cigarrillos electrónicos, sin combustión… a los que la legislación no está adaptada. Ahí hay que dar un tirón de orejas a las autoridades”.

Esa adecuación a los nuevos tiempos es algo que los expertos echan en falta para volver a recortar el número de fumadores en España. También otras medidas que directamente amplíen lo que en su día no se contempló. Tanto Gorreto como Giménez abogan por que se prohíba por sistema fumar en estadios de fútbol o en las playas, “además de por el humo, por el llamado ‘humo de cuarta mano’: no solo se fuma sino que encima se contamina. Un cigarrillo tarda 5 años en biodegradarse”. El debate sobre el interior de los vehículos cuando hay menores también está abierto, pero es más complicado al tratarse de lugares privados.

Giménez cita otra técnica que se ha demostrado efectiva en otros países como Reino Unido, Francia o Hungría: el empaquetado génerico, es decir, sin la marca de tabaco a la vista en la cajetilla. “Sin colores, en blanco. Simplemente con alertas sanitarias. Esto es eficaz sobre todo para los jóvenes, se inician menos porque resulta menos atractivo”.

Y además de eso, exigen mayor rigurosidad en las leyes actuales. En la encuesta de la SEMFYC, solo el 38% de los participantes percibían que las restricciones en terrazas de bares y restaurantes se cumple del todo. “Lo preguntamos porque era lo que percibíamos, que dentro de un establecimiento ya a nadie le entra en la cabeza que se fume, pero en las terrazas hay manga ancha. Pero teníamos la duda de si era un sesgo por dedicarnos a esto. Y no, los ciudadanos lo veían igual”, explica Gorreto, quien lo ve preocupante: “La costumbre se relaja y también hace incrementar el consumo”.

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