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“Una buena parte del desastre educativo ha sido dejar de hablar de los profesores”

Juanatey lamenta la pérdida de autoridad del profesor a partir de la LOGSE.

Daniel Sánchez Caballero

Con la perspectiva que le dan más de 30 años impartiendo clases, Luisa Juanatey (Santiago de Compostela, 1952) quiere reivindicar la figura del profesor de instituto. De ese profesional que ha peleado contra viento y marea, intentando enseñar a sus alumnos, sacar adelante a los alumnos con más dificultades. “Los otros salen solos”, dice. Estas experiencias, recuerdos y anécdotas las ha plasmado negro sobre blanco en Qué pasó con la enseñanza. Elogio del profesor  (Pasos Perdidos), un libro que reedita y en el que van deslizando fuertes críticas a los políticos, los llamados “expertos” que opinan desde su púlpito y las autoridades y trata de explicar por qué no ha sido posible mantener un sistema educativo de calidad.

¿Necesitaban los profesores un elogio?

El profesor de instituto no es una figura pública, nadie lo conoce. No tiene voz en los medios, donde sólo hablan los políticos y los llamados expertos. Yo he pensado en mis compañeros mucho... La gente que enseña, la de mi generación, se lo tomó muy en serio. Y no trasciende. Pero sí ha trascendido una avalancha de críticas al profesor. Nadie conoce, ni por tanto reconoce, la figura del profesor y lo que hace. No intentando arreglar la situación del país, sino tratando de enseñar. Y sin embargo la enseñanza va muy mal porque ha prevalecido la opinión de los expertos.

Se empezó a hablar de una cantidad de ideas abstractas, en un lenguaje abstruso, y se dejó de hablar de los profesores. Una buena parte del desastre ha sido dejar del hablar de los profesores. Como no había nada parecido a un “elogio del profesor” decidí hablar de ello. Del día a día. Los expertos están muy bien, pero no sirven para educar. A los que éramos de izquierdas izquierdas, la LOGSE nos vino muy mal con tantas palabras.

¿Qué quiere decir que vino muy mal?

El lenguaje de la LOGSE fue nefasto para la educación. Es lo más antididáctico que se pueda uno encontrar. Hablar llano es lo más didáctico, llamar a todo de una manera distinta, no. Si a la Geografía la llamamos Conocimiento del Medio, lo único que sacamos en claro es que la llaman cono. Si en vez de “ejercicio” hacemos “actividades”, eso que en la actividad física se aceptó, el “ejecicio”, que el esfuerzo era bueno, en lo mental hubo que cambiarlo.

Decimos “programación” en vez de “programas” para dar la sensación de que está siempre reelaborándose. A veces un nuevo lenguaje no cambia nada, otras tapa cosas. Y luego hay puras mentiras y disimulos. Y con un vocabulario intolerable, que los que estábamos allí no entendíamos. “Procedimientos”, “actitudes”, “conceptos”... de repente llamábamos a todo con un lenguaje abstruso que se ha quedado, ha cundido.

Usted critica mucho la LOGSE, más allá del vocabulario...

Partíamos de una situación que era muy apañada. Enseñábamos, aprendían... no sé si lo hacíamos perfecto, pero sí razonablemente bien. Y de repente llega la LOGSE, que hizo lo que queríamos la mayoría (obligatoriedad hasta los 16, etc.) pero que nos desautorizó. Fueron años de soledad: ser partidario de la reforma, creer en la pública y ver cómo lo privatizan todo, cómo los conflictivos se iban a la pública, que los que suspenden son muchísimos, que se van a la construcción a los 16 a ganar 2.000 euros. Todo aquel ambiente de la burbuja lo vimos. Y vimos que, en virtud de eso, incluso los que no han fracasado han aprendido un cuarto de lo que podríamos haberles enseñado.

Perdemos el tiempo en decirles cómo sentarse, que tienen que coger el lápiz. Vimos que el nivel de la enseñanza había caído. Lo dijimos y nos llamaban “franquistas” y no sé cuántas cosas. Luego en Madrid ofrecen 500 centros concertados. Pagamos entre todos la privada. Y, ¿a qué van allí? A relacionarse con quien tienen que hacerlo, a aprender. ¿Y los demás? El inmigrante, el conflictivo, etc. a la pública. Y luego quitamos el esfuerzo. Quitamos la memoria. El aprendizaje memorístico se ha perdido. Dicen: “De memoria no se puede aprender nada”. Fuera los suspensos. Es absurdo. Si uno se esfuerza y otro no y los apruebas a los dos...

¿La LOMCE va a mejorar la situación?

La LOMCE suena mal a los profesores, que son en general más de izquierda que de derecha. Si cambiara todo y el profesor se viera en un aula que funciona, con alguno que dé la lata pero no todo el bloque... Ahora los separan por itinerarios a los 14. Eso al profesor le suena fatal. A los 14 hay algunos que están muy mal. Puede cambiar y en un par de años estar mejor. Pero ahora es como el que se iba a la construcción. La LOMCE es de derechas, favorece la concertada, suprime la Música, las Artes, pone la Religión, suprimen los valores. Tiene una cierta reivindicación de la autoridad, pero eso no se arregla con palabras ya. Socialmente, ahora que hay un enorme desprestigio de las instituciones, vas a explicarle a uno de 14 que tiene que estar bien sentado... es imposible.

¿Ha observado mucho cambio en los alumnos durante estos 30 años?

Han cambiado mucho de forma sospechosamente repentina. Hubo una desautorización tan absoluta que los alumnos la aprovecharon. Pero no fue sólo la ley. Ha cundido mucho cierta psicología que infantiliza, que ultraprotege al niño pero evita que aprenda. Nos vendían que el orientador del centro era el que hacía algo por los chicos, pero tú estabas ahí peleándote por que el chico aprendiera algo. Ha sido un grandísimo malentendido, todo el mundo se fija en todo menos en lo que pasa en el aula.

Se detecta un cierto tono melancólico. En el libro y en el discurso.

Melancolía hay en el principio, cuando empecé a escribir y vi el declive y que esto no lo paraba nadie. Luego el tono es faltón, a veces cabreadillo, y el final es optimista. El optimismo es incurable. Cuando empecé a protestar, y cada vez más gente como yo, primero se nos echaba fuera a patadas. Ahora sin embargo las cosas empiezan a cambiar. La psicología por ejemplo empieza a decir que hay que poner límites. El niño no puede ver que hace cosas y no pasa nada. El ambiente está empezando a cambiar, la burbuja se pinchó y no pueden ir a la construcción con 16. De hecho muchos han vuelto a la escuela. Es posible que estos retornados le enseñen otra cosa a sus hijos. Que aprendan, que lo aprovechen.

Usted carga repetidas veces contra la pedagogía. ¿Por qué?

Se dedicaron a decir que el profesor era un incapaz. A predicar una especie de buenismo absurdo. No enseñaban nada en concreto. Un buen día se les ocurrió que el cero era humillante, que se ponían calificaciones del 2 al 10. Y el año que viene el 2 será humillante. Entonces partiremos del 4. Absurdo. Ese tipo de bondades, ese tipo de pedagogía absurda, sin base, que se ponía a dar lecciones pensando que éramos como tontos. Otra de las cosas en que falló estrepitosamente la pedagogía fue en distribuir contenidos de manera más gradual, novedosa. Que no se repitan contenidos. No se sigue en muchos casos una ordenación lógica. El orden del libro, que sigue las programaciones del Ministerio, es ilógico, no es psicológico. Ese trabajo no lo han hecho en 20 años. En lugar de organizar bien los contenidos han hecho lo otro. Miles de profesores hablan mal de ellos.

Todo el mundo tiene hijos o sobrinos que van a los institutos pero, ¿Conocemos lo que pasa en los colegios?

No, porque el profesor no es una figura pública ni quiere serlo. Sí se habla del desprestigio social. Nos traía sin cuidado eso. Nos valía con el respeto y que nos dejaran trabajar. Yo cuento cómo se percibe la figura del profesor. Vas a explicar El Lazarillo de Tormes y lo primero que dice uno es “mi padre dice que qué antiguo, que es lo mismo que leía él”. Ya vamos a perder cinco minutos con eso. Otros cinco con ver si traen el cuaderno, el libro. Todo eso son dificultades enormes que el profesor afronta. Pero no se habla de eso. Se habla del fracaso escolar. ¿Y cómo no va a fracasar uno que nunca trae el cuaderno?

¿Qué le recomendaría a alguien que quiera hacerse profesor?

Que vengan a enseñar pero que exijan. Que exijan un esfuerzo, que ningún niño maleducado se pueda cargar la clase, que el asesoramiento no se convierta en imposición. Que exijan un sistema público a la altura de su compromiso, que exijan subvenciones, libros, bibliotecas en el aula, que desaparezca la burocracia de las faltas de asistencia.

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