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“Me cortaron la luz hace dos años y no pedí dinero por vergüenza”

Sofía Pérez Mendoza / David Conde

No se le ha olvidado ni un minuto del día que le cortaron la luz, aunque ya hace dos años de eso. Recogió a los niños del cole y la tarde duró lo que duró la luz de afuera. Después encendieron dos velas que Ana guarda en un armario para no olvidarse de aquello. Y cenaron lomo. Y durmieron los tres juntos.

Ana Sobrino tenía entonces 45 años y mucha vergüenza. Dice que la sigue teniendo, mucho más asimilada. Por eso, aunque su familia conocía que había dejado de pagar la hipoteca tras divorciarse y el banco había iniciado el proceso para desahuciarla, no comentó que ya estaba avisada. Que Iberdrola le había notificado que se quedaba a oscuras. “Sabía que me iban a cortar la luz pero la vergüenza te puede”, admite.

“A la mañana siguiente busqué soluciones. No sabía por dónde salirme, entonces no tenía las redes de ahora. Llevaba solo un mes en contacto con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Me di cuenta de que había pasado la noche y seguía sin tener dinero. Un vecino se enteró por mi expareja de mi situación y me ayudó a pinchar la luz para ir tirando”, cuenta. Y así lleva dos años. Ya no tiene ni contador y está pendiente de una multa de 1.600 euros que aumenta a medida que pasan los meses.

Ana ha cotizado durante casi 25 años: trabajó una década de representante y otra en un cine. Lo dejó porque uno de sus hijos enfermó. Renunció ella porque su salario era el más bajo y desde hace unos meses percibe la renta mínima. Con eso y un dinero de limpiar en tres casas en un municipio cercano –“quién me iba a decir a mí hace diez años que iba a trabajar sin estar asegurada”– sale adelante con sus dos hijos mellizos de 12 años.

El gas lo usa lo menos posible porque ya se lo cortaron una vez. Esa vez, recuerda, supo reaccionar y pedir ayuda rápido. El Ayuntamiento de Getafe, donde vive, le pagó la factura. “La calefacción la pongo poquito, poquito. Cuando están haciendo los deberes y poco más”, reconoce.

La casa donde viven los tres tiene un pasillo larguísimo y está fría a primera hora de la tarde. Mientras Ana espera a que los niños vuelvan del comedor escolar, una planta más abajo una familia que dice que se ha quedado en la calle intenta abrir la puerta de un piso vacío. También del banco, como el suyo, aunque ella ha pagado durante 15 años su hipoteca. Primero 400 euros al mes; después casi 800. Las cuentas dicen que aún debe 90.000 euros, la mitad de lo que le prestó.

Los cálculos siempre salen a deber últimamente. Solo puede ponerse al corriente de los pagos de la luz si desembolsa de golpe 800 euros, la mitad de la multa. Otra negociación que ya está peleando. Como la del banco. Tiene fuerzas y está esperanzada en lograr la dación en pago. Si no sale en los próximos meses y no tiene noticias de la entidad, irá a preguntar a los juzgados. Teme que el proceso esté más avanzado porque ya han pasado tres años desde el primer aviso.

Pero no irá sola, ya no lo está. “Cuando ves que estás ayudando a otros y otros te ayudan, te das cuenta de que no estás sola y de que no eres la única. Que nos puede pasar a cualquiera. El problema es que te hacen sentir culpable. Eso lo he aprendido en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Me ha cambiado la vida”, asegura.

Si le hablas del futuro, ella te responde con el presente, con el ahora, con la lucha. Después hace un silencio y piensa en Marcos y en Sergio. Dice que por las noches se pregunta si podrán ir a la universidad.

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