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Por un debate racional sobre el género en el feminismo

Unas 13.000 personas, según la Guardia Urbana de Barcelona, han participado esta mañana en una manifestación estudiantil por el centro de la capital catalana con motivo de la huelga feminista del 8M en institutos y universidades, que se ha desarrollado en un ambiente festivo y reivindicativo

Anna Prats

Periodista y ponente en las conferencias de la Escuela Feminista Rosario de Acuña. —

La primera vez que me llamaron TERF fue en redes sociales, particularmente en Twitter, hará aproximadamente un año y medio. Compartí una protesta que habían hecho unas compañeras en el instituto, pegando tampones y compresas manchadas de pintura roja para denunciar la invisibilización y estigmatización de la regla de las mujeres. Me llamaron TERF, particularmente, porque la protesta hablaba de los coños, las vulvas, las vaginas y la regla de las MUJERES. Y eso era transfóbico, me dijeron algunos transactivistas de forma poco amable, porque relacionaba a las mujeres con los coños y con la regla, cosa que excluía y discriminaba a las mujeres trans (de ahí el acrónimo anglosajón TERF, que significa feminista radical trans excluyente).

A partir de entonces, empecé a ver que desde el transactivismo se etiquetaba con esa palabra (un insulto específico para mujeres feministas radicales y abolicionistas y mujeres lesbianas) cada vez que las feministas criticábamos cualquier aspecto de la teoría queer o del “transfeminismo”. Cada vez que criticábamos la inclusión en las leyes de la categoría “identidad de género” en detrimento del borrado de la categoría “sexo”. Cada vez que hablábamos de falocentrismo, o de patriarcado como sistema jerárquico de castas sexuales con una casta sexual subordinada y una dominante, cada vez que se hablaba de roles sexuales que se nos imponen por el hecho de nacer con vulva. Cada vez que una lesbiana decía que ser lesbiana era amar a otras mujeres y que no incluirían penes en sus relaciones sexuales. Y cada poco tiempo, aparecía una nueva cuenta en Twitter que normalmente se solía llamar “STOP TERFs” o algo similar donde muchas mujeres feministas radicales y/o lesbianas éramos señaladas, en listas de usuarias, para que nos denunciaran nuestras cuentas en masa.

Esto no solamente ha ocurrido en el entorno de las redes sociales, sino que también está ocurriendo en los colectivos LGTBIQ+, algo que las lesbianas feministas de Reino Unido ya denunciaron en el Pride de 2018 y por lo que fueron increpadas y agredidas verbalmente. Amy Dyess, lesbiana estadounidense, viendo esta situación de acoso hacia la comunidad lésbica, llegó a escribir un artículo que se popularizó siendo actualmente el más leído de temática feminista en Medium, titulado “TERF es un discurso de odio y es hora de condenarlo”, pues se estaba usando contra todas las lesbianas que osaban decir que no incluirían penes en sus relaciones sexuales.

Estos fueron algunos de los problemas y conflictos que, considero, se deberían estar debatiendo dentro del movimiento feminista y que planteé en mi conferencia en la Escuela Feminista Rosario de Acuña la semana pasada en Gijón. 

En el artículo publicado por este mismo medio, La transfobia de unas 'supuestas' feministasno se ha rebatido ningún argumento de los que se dio en las casi 19 horas de conferencias -ni en ninguno de los artículos sobre las conferencias que se enlazan-. Todo lo que se comenta en el artículo tiene relación con un vídeo descontextualizando el contenido real de las ponencias que se hizo viral, de 2 minutos y 20 segundos.

Si las personas que están criticando en diversos medios las jornadas y difundiendo esas críticas hubieran escuchado las conferencias enteras, y no ese fragmento de dos minutos, hubieran caído en la cuenta de la diferenciación que se hizo entre la ideología queer y las personas transexuales, ya que en todo momento se dejó claro, y yo misma lo argumenté en mi ponencia, que la ideología queer y “transfeminista” perjudicaba a las personas transexuales, así como a las mujeres. Si hubieran escuchado las conferencias enteras sabrían que se analizaba de forma crítica el “generismo”, que invisibiliza, acosa y agrede a las personas transexuales, así como a las mujeres, particularmente a las mujeres lesbianas. Si hubieran escuchado las conferencias enteras, hubieran escuchado este fragmento de mi conferencia:

Yo no le voy a decir a nadie cómo debe sentirse, ni identificarse, ni mucho menos. Apoyo a las personas transexuales, porque sufren disforia por haber nacido y vivido en una sociedad con un género en el que no se sienten cómodas y tienen derecho a vivir en sus propios términos y a que no sean discriminadas, agredidas o asesinadas por ello, pero lo que no voy a apoyar es el transgenerismo o transcult (culto trans), que nada tiene que ver con la lucha de las personas transexuales (he dicho transexual, sí, no sé si saben que ahora es la nueva palabra prohibida, ahora quieren que digamos transgénero) no voy a apoyar una cruzada quasi-religiosa que perjudica no solo a las personas transexuales, sino también a las mujeres, y nos vuelve invisibles, nos borra, se ríe de toda la lucha radical por la abolición del género, toda la lucha de las radicales para que entendiéramos que el género es un constructo social, que las mujeres no somos la feminidad, que la feminidad debería abolirse y no celebrarse ni seguir perpetuándose.

Si hubieran escuchado las conferencias enteras, hubieran sabido que se denunció que el “generismo” también ataca brutalmente a las personas transexuales, llamándolos truscum (escoria trans) entre los que se citó a Miranda Yardley, Debbie Hayton, Fionne Orlander… así como a mujeres y hombres transexuales anónimas/os que se han posicionado claramente contra el “generismo” y la teoría queer. Si hubieran escuchado las conferencias enteras, hubieran sabido que se habló de las agresiones físicas a mujeres lesbianas como la agresión de una persona identificada como trans a Ana Marcocavallo. Una agresión en un espacio supuestamente seguro para las mujeres, en la asamblea para el 8-M de Argentina, por el simple hecho de ser feminista radical, ya que semanas antes habían aparecido artículos en la prensa de izquierdas argentina demonizando a las feministas radicales.

Según Violeta Assiego perdimos “la conciencia del alcance, rechazo y dolor que podían provocar sus palabras”. Probablemente no escuchó que en mi ponencia yo misma hice autocrítica en relación a las formas:

Ahora bien, voy a romper ahora una lanza en su favor, y diré que desde el feminismo radical hace una crítica al transgenerismo, pero no podemos llegar al odio para reivindicar aquello en lo que creemos, y creo que muchas veces se llega a ese odio debido a la misoginia que se destila desde el otro bando.

Ni Assiego ni el resto de críticas tienen en cuenta, tampoco, las amenazas de muerte, el acoso y los vetos a las feministas críticas con el género, muchas de ellas lesbianas, una violencia totalmente invisibilizada de la que están siendo cómplices al no denunciarla. Una violencia hacia feministas radicales y lesbianas de una virulencia extrema, una virulencia que no utilizan contra los varones, que son los que asesinan y agreden a mujeres transexuales y travestis.

Tampoco tienen en cuenta el dolor que supone para las lesbianas escuchar que tenemos que tratarnos con profesionales el hecho de que no nos gusten los penes de mujeres transgénero, que eso es transfobia interiorizada, “transmisoginia”. Tampoco tienen en cuenta el alcance del daño que supone para los derechos de las mujeres el hecho de que el movimiento feminista y, sobre todo, el movimiento LGTBIQ+, tenga en su agenda la eliminación de la categoría “sexo” por la de “identidad de género”, y las implicaciones que tendría eso a efectos prácticos, ya que, como se explicó, se perdería la validez de la Ley Integral de Violencia de Género, así como los espacios seguros no mixtos para las mujeres, como las casas de acogida para las mujeres que han sufrido violencia de género, cárceles, baños, vestuarios de gimnasios o polideportivos, etc., que con esta ley se dejaría la puerta abierta no a las mujeres transexuales, que desde hace años acceden a estos espacios, sino a cualquier varón que se auto-identificara como “mujer”, y sin ningún trámite médico ni psicológico, sino solamente con un simple cambio en el registro.

Nos acusa también Assiego de que “hablar del adoctrinamiento del 'queerismo' y partir de premisas biologicistas [sic] parece tener más que ver con los autobuses naranjas de Hazte Oír que con la idea de la construcción social del género”. Si hubiera escuchado las conferencias, sabría que había un consenso en el rechazo a los biologismos o, mejor dicho, al determinismo biológico, ya que no es la biología lo que sitúa a las mujeres en una situación subordinada respecto a los varones, sino una construcción social llamada “género” o “roles sexuales”, que precisamente refuerzan el transgenerismo y la teoría queer, y que el feminismo siempre ha buscado abolir.

La construcción social patriarcal del género se basa en el sexo para adjudicar a los varones un papel superior de dominación y control sobre las mujeres. Para acabar con las opresiones de las mujeres, es imprescindible abolir el género, no perpetuar los dos géneros (masculino-femenino) como hacen Vox, Hazte Oír, etc., o multiplicarlos y fomentarlos, como hacen la Teoría Queer y el “generismo”.

Estas conferencias han servido para reabrir este debate que ya se dio en décadas anteriores, y que también se está dando en países donde ya se han aprobado leyes de “identidad de género”, como Reino Unido o Canadá, sin debate social y político previo. Y desde el movimiento feminista no se puede seguir rehuyendo el debate de estas cuestiones tachándonos de “transodiantes” o de “supuestas feministas”. Cabría preguntarse por qué no quieren el debate, lo rehuyen, exigen que se nos vete y censuran y señalan a las voces críticas con el género. ¿Qué temen? ¿Por qué no quieren que la sociedad conozca las consecuencias de sus propuestas? El feminismo y las feministas siempre han estado y deberían estar dispuestas al debate.

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