Los hijos de Sirius
Hace poco recordaba la ruta de Aeropostale en la que pilotos como Saint-Exupery o Mermoz arriesgaron su vida atravesando el desierto para llevar a tiempo el correo de Dakar.
Y es que estos años he tenido la suerte de conocer a pilotos de una casta parecida, que con las mismas dosis de locura y sentido del deber fueron siempre capaces de tomar aquella pista solitaria del desierto de Libia. Compartí con ellos la aventura de volar cerca de las dunas, sobre oasis perdidos o entre las montañas de Akakus. Que suerte la mía.
Hace poco realizaron su último vuelo. Fue el pasado 28 de abril, esa mañana el avión despegó, se alzó hasta unos 200m y a continuación se desplomó sobre la arena del desierto. Y por un par de casualidades, y algunas horas extras de mi padre desde el cielo, el destino quiso que esta vez no estuviese en ese avión, en aquel vuelo. Lo dicho, que suerte la mía. Como dicen por aquí, Maktub, todo está escrito.
Así que he vuelto a nacer y, por lo tanto, empiezo una nueva vida, que quiero empezar desde cero. Había pensado dedicarla por entero al orden, la vida asceta y el trabajo de oficina, pero veo que ya me estoy volviendo a liar.
De hecho, días después ya me estaba asomando otra vez a las dunas, pensando en mi siguiente aventura. Como dijo el astronauta Collins, para mí es imperativo explorar. Aquel día soñaba despierto con llegar a un pueblo que siempre ha vivido aislado y escondido, allá lejos, al otro lado del desierto, tras las montañas de Akakus, incluso más allá del peligroso paso del Salvador, pasado el territorio de los temibles Ifoghas… Más lejos.
Así empezó su aventura hace cientos de años el pueblo Dogón, saliendo desde Libia y siguiendo mi ruta soñada, la de veces que habré estado tentado a recorrerla… Siempre he compartido la tentación de André Citroen, aquel soñador que también se internó por esa ruta, empeñado en atravesar el Sáhara a bordo de unos pesados vehículos de cadenas. Otro loco más de mi lista de favoritos.
Yo he seguido en ocasiones otra ruta más asequible, desde Djenné (Mali), navegando por el Bani entre aldeas de los Bozo y los Kurumba, hasta alcanzar Mopti (también en Mali), el puerto más bullicioso del Níger. Desde allí por tierra, alternando paisajes desérticos con verdes campos de cebollas, se llega fácilmente (si no eres alérgico a las cebollas como yo) a Djibombo, el primer pueblo de la falla de Bandiagara. También tiene su dosis de aventura, aunque no es lo mismo.
Como decía, allí lejos, atrapado entre las paredes de la gran falla y el desierto anaranjado de Gondo, sigue viviendo el pueblo dogón, escondido durante cientos de años, tras echar a los pigmeos Tellem, que a su vez expulsaron a la cultura Toloy, habitantes de la falla hace miles de años. Tellem y Toloy huyeron hacia el Congo dejando para siempre unas casas diminutas, irreales, colgadas en el escarpado. Y allí se mantuvieron los dogones durante siglos, escondidos, a salvo de los ataques del imperio Shongai, de los Mossi, de la islamización, y hasta de los franceses. Algo así como Patones de arriba.
Por eso, los dogones mantuvieron intactas sus costumbres y siguieron adorando al dios del agua, al Lebé y a Binu, a los gemelos Nommo y a tantos otros espíritus totémicos. Un pueblo que entre la tranquilidad de aquel valle rojo dominado por gigantescos baobabs, las aldeas con sus puntiagudos y característicos graneros de mijo y el andar pausado de sus habitantes, cualquiera diría que esconde uno de los mayores misterios de África y la religión más compleja del continente.
El primero en estudiar dicha cultura fue el antropólogo Marcel Griaule, que abordó dichas creencias desde una perspectiva cosmogónica. Libro de obligada lectura, aunque confieso que no entendí mucho (ni poco) y en ocasiones mi materia gris estuvo a punto de cristalizar tras la meditación de lo leído. Pero, aun así, imprescindible para comprender la complejidad de sus rituales y simbología.
Indispensable para entrar en aldeas como Kani Kombolé o Telly e identificar y entender el significado de los tótem y amuletos que se encuentran entre las calles, o el significado de las casi 80 clases de máscaras rituales. Necesario para comprender el orden de las cosas establecido por el Hogón, el jefe espiritual de la aldea, el único que se puede relacionar con el dios Amma, el creador.
Imprescindible para saber que Nommo, el dios mitad reptil, llegó hace 3000 años procedente de la tercera estrella de Sirius, una estrella enana, invisible al ojo humano, cuya existencia conocieron misteriosamente siglos antes de que fuera descubierta. También le contaron a Griaule las orbitas de dicha estrella, la existencia de los anillos de Saturno, las 4 lunas de Júpiter y hasta una cuarta estrella de Sirius, Emme ya, que los astrónomos todavía no han encontrado.
Recuerdo ahora con el tiempo aquellas noches que pasé a “la belle etoile” en el tejado de alguna casa dogón, escuchando al Cigala. Vi unos cielos con tantas estrellas y tan cercanas que empiezo a pensar que puede que sea verdad que Nommo llegó desde una de ellas.
Y así mantuvieron durante siglos estos conocimientos de astronomía y sus complejas creencias, hasta que finalmente el islam se expandió por cada rincón del desierto y lo cambió todo. O casi todo, porque cada atardecer podrá resonar por todo el valle la llamada a la oración desde las mezquitas, pero siempre creerán en Amma, el dios de agua, y cada 60 años, cuando aparezca Sirius entre los cuernos de aquellas dos lejanas montañas, lo adorarán.