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Afirmaciones extraordinarias

Los dirigentes de Vox, con Santiago Abascal, aplauden al público en el mitin de Vistalegre.

Jose A. Pérez Ledo

De todos los axiomas debidos a David Hume el que más predicamento sigue teniendo por su sencillez y rotundidad es aquel de que las “afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”. Por supuesto, y como suele pasar en estos casos, no hay constancia que Hume dijese tal cosa. No, al menos, con esas palabras. Lo que sí sabemos con certeza es que fue Carl Sagan quien lo popularizó y quien lo acabó erigiendo en eslogan del movimiento escéptico.

En términos generales, lo que es bueno para la ciencia es bueno para la política. La duda. El rigor. La refutabilidad. Fíjese: “Los andaluces viven del PER”. Bastaría con encontrar a un solo andaluz que no viva del PER para que tal afirmación fuese desterrada del lenguaje político por falaz.

Que corren malos tiempos para la verdad lo sabe todo el mundo, pero no conviene dejarse engañar por la industria del naming; las fake news solo tienen de nuevo el anglicismo. Es fácil cargar contra Vox por su afectadísima sobreactuación cargada de falsedades, pero no es menos cierto que uno podría llegar desde 2019 hasta el pacto del 78 saltando de mentira política en mentira política.

El auténtico peligro no es tanto que los populistas mientan más que los partidos tradicionales, sino que mienten mejor. Lo hacen en un lenguaje claro, emocional, centrando su discurso en los asuntos más turbulentos y amplificando así las turbulencias. Siempre hará más ruido la voladura que la reforma, y algunos, encandilados por la pirotecnia, votan sin pensar que la casa podría explotar con ellos dentro. Resulta frustrante que la gente, en el libre ejercicio de su derecho al voto, tome decisiones autolesivas, pero tampoco eso es nuevo precisamente. Es, de hecho, tan viejo como la propia actividad política.

“No hay 400.000 andaluces fascistas”, aseguró Iñigo Errejón tras las autonómicas de esa comunidad. Tal vez tenga razón, pero, con Hume en la mano, solo podremos estar seguros de ello preguntándoselo a todos y cada uno de los andaluces. Y, por cuestiones presupuestarias, la única forma que tenemos de aproximarnos al veredicto es, como se hizo, depositando un papel en una urna.

Están los optimistas de teleobjetivo, que lo fían todo a una mayor inversión en educación, asegurando que solo así nos salvaremos del desastre, pero tampoco eso cuenta con el respaldo de la evidencia. El mundo está lleno de gente cultísima que resulta ser proTrump, proPutin, proBrexit y, sí, también proVox. Algunos de los mayores malnacidos de la historia tenían grandes bibliotecas a la espalda. De modo que invertir en educación es sin duda una idea estupenda, pero nada nos garantiza que la utópica primavera ilustrada no tenga forma de muro con alambre de espino.

El problema de fondo es la aversión a la complejidad, no solo discursiva sino también ideológica y, qué diantres, vital y cosmológica. Un candidato a la presidencia totalmente sincero no tendría más remedio que confesar que las probabilidades de que durante su mandato todo vaya a peor son, más o menos, del 50%. Que, si bien la política se basa en la transformación de la realidad, la realidad es a veces tozuda y el devenir de los acontecimientos escapa casi por completo a nuestro control. Que se hará lo que se pueda, vaya. Y así, me temo, no hay quien gane unas elecciones.

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