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Pablo, Iván e Inés

Iván Espinosa de los Monteros, Pablo Iglesias e Inés Arrimadas, entre otros asistentes al acto de aniversario de la Constitución el pasado viernes.

José Miguel Contreras

Ya han pasado unos días del polémico encuentro que protagonizaron en el Congreso de los Diputados Pablo Iglesias, Iván Espinosa de los Monteros e Inés Arrimadas. Se ha dicho de todo y desde todos lados. Si tuviéramos que resumir las posiciones más repetidas podríamos encontrar varios grupos de opinión bien definidos. En primer lugar, desde los sectores más puristas de la izquierda, se ha criticado con dureza la actitud amable y participativa del líder de Unidas Podemos con el portavoz de la ultraderecha. Se acusa a Iglesias de caer en una flagrante contradicción al compartir entre risas una distendida conversación con un enemigo político de primer orden, con el que supuestamente no cabría otro comportamiento que el del abierto enfrentamiento, en especial en público.

Curiosamente, también se han escuchado voces procedentes de la derecha más exigente que consideran un auténtico dislate que Espinosa de los Monteros se permitiera tan amistoso trato con quien para ellos representa una de las mayores amenazas para la España que enarbolan. Se suponía que Vox era lo opuesto a esa derechita cobarde que a menudo era condescendiente con la izquierda en nuestro país.

Hace apenas unas semanas, dedicamos esta columna a comentar Cómo relacionarte con un fanático. En aquella ocasión, se trataba de plantear cuál ha sido la experiencia vivida en otros países respecto a cómo debe afrontarse la relación con aquellas personas que promueven el enfrentamiento, se apoyan en el descrédito de quienes no piensan como ellos y defienden la exclusión de los que consideran fuera de su orden establecido. La opinión extendida entre quienes han conocido esta experiencia es que nada favorece más a los fanáticos que el enfrentamiento abierto y notorio. La batalla pública justifica su existencia al dar a entender que vivimos tiempos de convulsión y polarización en los que no hay espacio para los templados. Hay que elegir bando. O estás con nosotros, los buenos, o formas parte de la otra España, la de los que desean destruirla. Así de simple.

El crecimiento de Vox ha tenido como desencadenante fundamental, según los estudios demoscópicos realizados tras las elecciones, el vandalismo desatado en Cataluña tras conocerse la sentencia del procés y el pulso abierto entre quienes exigían una respuesta contundente y aplastante por parte del Estado y quienes defendían apaciguar los ánimos y favorecer la reconstrucción de una coexistencia más distendida. Ahora estamos ante otro reto. La izquierda tiene la posibilidad de conseguir poner en marcha un gobierno de progreso basado en el acuerdo de fuerzas no siempre bien avenidas. El éxito del nuevo gobierno, si es que llega a constituirse, deberá estar basado en el entendimiento y en la cesión antes que en la fuerza o la imposición.

Creo que Pablo Iglesias tuvo un comportamiento irreprochable y ejemplar en el famoso corrillo. Estuvo a la altura de las circunstancias y elevó su consolidación como representante público. A los fanáticos hay que derrotarles en la batalla política. Pero esos conflictos se dirimen en las tribunas de oradores, en el debate público y, sobre todo, en las votaciones parlamentarias y en las urnas. El aislamiento de aquellos que se mueven en los límites de las convicciones democráticas no adquiere su sentido en la convivencia cotidiana. En ese espacio familiar, laboral o callejero, todos debemos aprender a convivir con respeto y buenas maneras. La lucha ideológica tiene otro territorio bien definido. La ordena la propia democracia mediante la aplicación de sus normas.

Espinosa de los Monteros mostró un talante que poco tiene que ver con el tono empleado en sus apariciones públicas, caracterizadas por la búsqueda de la provocación, el tono displicente y cierto toque bravucón. Vimos una imagen desconcertante por lo inusual. Dos políticos profesionales, situados en las antípodas ideológicas, eran capaces de compartir un ejemplo de buenas maneras que en absoluto puede representar pérdida alguna de sus convicciones. Fue un toque optimista para quienes creen en el valor de compartir la convivencia sin renunciar a la firme desavenencia democrática. Ahí está la diferencia entre los fanáticos y los que no lo son.

La escena tuvo además una tercera protagonista que merece especial atención, Inés Arrimadas. La líder de Ciudadanos participó activamente en la charla informal. Su presencia colaborativa entre dos fuerzas absolutamente opuestas aparecía como la perfecta metáfora de lo que Ciudadanos debería haber sido en la vida política española. Arrimadas compartía la bienhumorada conversación sin introducir tensión alguna. Por el contrario, su papel era posiblemente fundamental para que la situación fluyera con normalidad. Su imagen era la muestra más notoria de que se puede participar activamente en la realidad política actual si se sabe dónde estar y cómo.

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