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¿Podemos sin Monedero?

Ruth Toledano

La dimisión de Juan Carlos Monedero de la dirección de Podemos viene a confirmar que hay, al menos, dos Podemos: el Podemos de la cúpula y el Podemos de los círculos. La pregunta es por qué Monedero se va ahora, a tres semanas de las elecciones. Y la respuesta es clara: a uno de esos Podemos le asustaba Monedero en campaña. Pero lo determinante en todo este trance es que asuste, precisamente, quien fuera el ideólogo del primer Podemos, de aquel Podemos de círculos que irrumpió en las elecciones europeas como una fuerza que se venía gestando, desde la experiencia ciudadana del 15M, como la única alternativa política para la regeneración, que no la reforma, de nuestra democracia.

Hace tiempo que los círculos de Podemos vienen manifestando su frustración frente a la cúpula. Es un desencanto que se ha mantenido soterrado para no alentar los furibundos ataques al único proyecto esperanzador en la política española desde hace décadas, una cierta decepción que se ha sofocado por lealtad a la propia ilusión, por responsabilidad con el futuro inmediato, por un tácito espíritu de necesaria resistencia. Ha sido, como antaño aquel voto, un silencio útil, pero la incomodidad estaba ahí, haciendo equilibrios para mantener el tipo de la oportunidad. Monedero era, de entre la cúpula, quien permanecía más cercano a los círculos.

Dicen fuentes cercanas a las dirección de Podemos que lo que preocupaba de Monedero eran “las formas” y le atribuyen adjetivos como “imprevisible” o “incontrolable”. La cuestión, sin embargo, es qué queda en este Podemos de la carga ideológica de Monedero, su padre intelectual junto a Pablo Iglesias. Y, más aún, si esa aspiración a una nueva manera de hacer política que representó la creación de Podemos no traía también consigo la posibilidad de nuevas formas: menos comedidas, menos adaptables al medio que se combate, menos disciplinadas, acaso menos hipócritas. Si, a final de cuentas, Podemos, que venía a cambiar las cosas, tenía antes que cambiar la naturaleza de su embrión (que también era, como Monedero, imprevisible e incontrolable): “todo el mundo ha tenido que cambiar y ha madurado en este año, y él no”, declaran esas fuentes.

Así que “todo el mundo ha tenido que cambiar”. Pero, ¿en qué, por qué, cuánto, para qué? ¿Qué quieren decir esas fuentes de Podemos con “madurar”? ¿Madurar es comulgar con ruedas de molino, contemporizar, callarse, ocultar, suavizar el discurso? ¿Hasta qué punto? ¿Madurar es ser menos republicano, menos obrero, menos feminista, menos antitaurino, menos de base? ¿Madurar es ser más televisivo, más tuitero, menos cercano a los círculos no virtuales? ¿Madurar es ser más pragmático, menos idealista? ¿Qué concesiones conlleva el pragmatismo, qué se deja en el camino al renunciar al idealismo? ¿Es posible un cambio real sin un idealismo que lo aliente, que impulse el estímulo, que vaya transformando las conciencias?

El espíritu del 15M debía canalizarse en organización y en formación política, pero no perderse. Crear un partido político era una herramienta necesaria de confluencia y de trabajo en la transformación, pero estando insuflado de ese espíritu: contestatario y libre. Ese era el riesgo que había que asumir: el de ser capaces de hacer política desde una singularidad creadora y no desde una uniformidad que contenta al sistema y, por tanto, corre el riesgo, peor, de convertirse en él. Un Monedero lanzando cuestiones incómodas puede resultar más creíble que muchos en un plató repitiendo consignas que cada día parecen más vacías. Incluso si llega a resultar inconveniente y hasta a meter la pata, la irreverencia de Monedero puede ser de mayor utilidad política porque también verbaliza verdades que hay que desvelar. Veníamos de la necesidad, de la vitalidad de ese aire, y el peligro de contener la respiración es la asfixia.

Nadie dijo que fuera fácil. Había que crear organización, armonizar los contrarios internos, dialogar con los medios, batallar contra las férreas estructuras del bipartidismo y resistir a la intoxicación, mientras se mantenían en el tiempo la ilusión y el apoyo de los ciudadanos y se construía programa. En ese camino es comprensible que haya cogido fuerza la idea de un pragmatismo que favorezca la posibilidad de representación, un pragmatismo electoralista que desactive el miedo frente a Podemos que tantos y con tanto encono se han empeñado en sembrar. Había que seguir recordando a la gente que Podemos nació de la indignación del 15M contra los abusos de los poderes políticos, económicos e institucionales, pero insistiendo en la transversalidad de aquella indignación. El problema es que se ha estirado tanto esa transversalidad que, si se vacía de crítica y valentía, puede terminar volviéndose en contra, resultando falaz.

¿Cómo es posible, si no, que el principal enemigo electoral de Podemos sea Ciudadanos? ¿Cómo es posible que muchos que estaban decididos a votar a Podemos puedan ahora decantarse por Ciudadanos? Algo ha fallado en los planteamientos, ya sea de fondo o de forma, de Podemos, si hay un voto indeciso entre el partido de Iglesias, Errejón y Bescansa, y el partido de Rivera. La transversalidad no puede llegar tan lejos. Ese centrismo electoralista por el que parece haberse decidido Podemos es el que ha supuesto la gran tensión entre su número dos, Errejón, y su hasta ahora número tres, Monedero, y no creo -más allá de que el paso atrás de este último pueda ser pan para hoy- que le salga gratis a Podemos –es decir, que no aumente el hambre de mañana-. De hecho, no parece casualidad que Pablo Iglesias cogiera el megáfono el Día de los Trabajadores y arremetiera en la calle contra los mercados, contra Rato y contra Urdangarín. Ante tan peligroso centrismo, ante tan incierta estrategia electoralista, alguien tiene que tomar el relevo a Monedero, volver, como ha apuntado Teresa Rodríguez, a poner un pie en la calle mientras el otro pie avanza hacia las instituciones.

La pregunta es si Iglesias se llevará ahora los palos que Monedero se ha llevado durante meses, en quién se personalizarán los furibundos ataques a Podemos. Porque Monedero ha sido el gran chivo expiatorio de la formación, como quedó patente con el asunto de la fundación CEPS. Ahora, parte de la cúpula de Podemos, asustada, ha considerado conveniente apartarlo de la primera fila (pues no olvidemos que, de momento, no se ha ido del partido), pero ha sido un error hacerlo antes de las elecciones. Fuentes cercanas a Juan Carlos Monedero confirman que hace tiempo que se mascaba su retirada de la dirección pero que la elección de la fecha no ha sido idea suya. Confío en que esta decisión no afecte de manera negativa a los resultados en las urnas, pues, a pesar de todos los pesares, Podemos sigue siendo la única alternativa actual de cambio en las instituciones políticas. Un cambio real, no neutralizado por una transversalidad mal trazada que lo haga poco factible. También confío en que Monedero siga en Podemos, para que Podemos siga siendo lo que queríamos que fuera.

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