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Unidad de quemados

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. EFE

Rodolfo Irago

Los nuevos dirigentes políticos españoles llevan años jugando con fuego y al final van a acabar todos en la unidad de quemados con pronóstico reservado. Algunos puede que ya no salgan.

El lamentable espectáculo que nos han brindado Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en la última semana ha superado el guion más surrealista que se nos podía haber ocurrido. Pocas veces dos personas han hecho tanto daño a la izquierda en este país.

Después de 80 días sin mover un dedo, el candidato a la investidura hizo público un veto que era un secreto a voces. El PSOE no quería un gobierno con Unidas Podemos y mucho menos con Pablo Iglesias dentro.

La desconfianza entre estos dos partidos se arrastra desde el principio y no se ha superado, por mucho que unieran sus intereses en la moción de censura contra Rajoy.

Iglesias respondió al ultimátum de Sánchez dando un paso al lado porque, en el fondo, estaba convencido de que el PSOE no quería ese gobierno de coalición de ninguna de las maneras. Las maniobras de unos y otros solo buscaban señalar al culpable de la ruptura pensando en la repetición electoral de noviembre.

La renuncia de Iglesias dejó descolocado al equipo de la Moncloa, que se apresuró a simular una negociación de gobierno que se convirtió durante días en una disparatada y vulgar batalla callejera por los sillones de los ministerios y que finalizó con la pueril oferta de última hora de Iglesias desde la tribuna del Congreso, inspirada nada menos que por Zapatero.

El líder de Podemos se enfrenta a un verano muy complicado, porque le va a perseguir la sombra de ser quien, por segunda vez ha impedido un gobierno del PSOE. El proceso de negociación ha abierto, además, grietas y discrepancias internas; Garzón ya se ha desmarcado y Errejón prepara su asalto a la política nacional.

Sánchez también sale tocado porque el proyecto político con el que ganó las últimas primarias del PSOE se tambalea. Sus ataques a Podemos por no ser de fiar, por su obsesión con los sillones y por sus posiciones políticas sobre Cataluña son casi las mismas que hacía el comité federal que forzó su dimisión en 2016. Solo que ahora no lo dicen los “malvados” barones sino el mismísimo Pedro Sánchez, quien ha llegado al extremo de decir que Iglesias no defiende la democracia española.

Buscar de nuevo un acuerdo con Podemos, ya seguramente sin ministros, necesitaría además el respaldo de nacionalistas e independentistas catalanes y eso se va a poner casi imposible en cuanto salga la sentencia del procés, como ya le ha advertido Rufián. Así que cabe preguntarse con quién va a intentar la investidura en septiembre o después de unas segundas elecciones.

Sin duda, toda la presión de los poderes económicos y mediáticos caerá ahora sobre Ciudadanos y el PP. Creo que ninguno de los dos se va a abstener gratis, porque se siguen peleando por el liderazgo de la derecha, y no veo tampoco que Sánchez les pueda ofrecer bajada de impuestos o unidad de acción en Cataluña, porque estaría abandonando las posiciones de izquierda con las que logró su victoria electoral.

Lo que sí gana terreno, incluso en Génova, es la posibilidad de que después de que volvamos a votar en noviembre, PSOE y PP busquen algún acuerdo que desbloquee la situación, aunque, para eso, los dos tendrían que mejorar posiciones y sumar dos tercios de la Cámara para las grandes reformas. Sería muy paradójico que el fin de bipartidismo anunciado hace 4 años, alumbrara un nuevo bipartidismo con las mismas siglas.

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