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Las 10 conclusiones de los debates televisivos

La campaña del 28A, un vía crucis de temores, debates y crispación

José Miguel Contreras

El mayor problema que surge al intentar analizar los debates televisivos es el de medir sus efectos. Al tratarse de una emisión en directo con toda la atención mediática centrada en ellos, se produce un curioso fenómeno. Todo el mundo hace un análisis inmediato de cómo lo ha visto. En realidad, la clave está en determinar lo que deja de sedimento, lo que va más allá del “calentón” del momento. Lo determinante, en definitiva, consiste en poder medir la influencia que hayan podido tener en la decisión final del voto en el electorado.

Los estudios sobre los efectos de los medios de comunicación siempre chocan con una dificultad insuperable. No es posible aislar su papel. Forman parte de un complejo entramado del que nunca podemos desenmarañar su grado de preminencia sobre otros factores de influencia como el entorno familiar o de amistades o el sociolaboral. Contando con esta seria limitación, me permito lanzar algunas observaciones personales sobre las que, en términos generales, espero poder encontrar cierto acuerdo:

1. Los debates han tenido un gran impacto. Las audiencias han sido realmente extraordinarias. El mercado actual de competencia televisiva está muy fragmentado y las emisiones en TVE y Atresmedia han conseguido convertirse en auténticos acontecimientos. Mucha gente no sólo los ha visto, sino que ha ido a buscarlos rompiendo sus rutinas televisivas. Es decir, quería verlos.

2. Es absurdo buscar un ganador. Aunque tiene evidente morbo informativo pretender colocar a los cuatro candidatos en un ranking es más que inútil hacerlo. La verdad es que cada líder competía consigo mismo, con sus expectativas y sus necesidades. Lo importante es poder determinar por separado quién ha conseguido cumplir mejor sus aspiraciones, quién ha conseguido sacar mayor rentabilidad individual a la tremenda expectación abierta.

3. ¿Quién ha sacado provecho y quién no? Esta es la clave. Cada uno de los cuatro candidatos tenía unas necesidades diferentes y cada uno de ellos contaba con distintas posibilidades. Como ejemplo, basta con entender que los espectadores no están abiertos a votar a cualquiera de los cuatro. Apenas existe este tipo de electorado. El hecho de que a alguien le guste más o menos la intervención de alguno de los participantes no tiene por qué tener influencia en cambiar su decisión de voto. Lo determinante de unos debates, tan cerca de la cita electoral, es establecer quién tiene hoy un mayor apoyo electoral del que tenía el lunes por la tarde antes de sentarse frente al televisor.

4. En términos de bloque, la izquierda mejor que la derecha. Los votantes de izquierdas están más satisfechos de los debates que los de derechas. En términos de bloque, este hecho puede tener algún impacto electoral o tener un efecto inocuo. Podría haber algunos votantes de centro indecisos que entiendan que la imagen de la izquierda fue menos convulsa que la de la derecha. También podría existir un posible efecto de reanimación de votantes dormidos de izquierdas que se hayan podido sentir más animados a votar de lo que lo estaban.

5. Una derecha dividida… y enfrentada. Hasta el primer debate, tanto PP como Ciudadanos habían mantenido una cordial competencia apoyada en el acuerdo de gobierno en Andalucía. Sin embargo, el lunes sus estrategias entraron en conflicto. La decisión de Casado de ignorar a Rivera y a Iglesias para centrarse en un cara a cara de tono presidencial con Sánchez se volvió en su contra. Rivera en la última parte del debate arremetió contra el PP a cuenta de sus tradicionales acuerdos con el PNV. Casado, que no había conseguido dañar a Sánchez en su ofensiva, se vio sorprendido por la retaguardia y reaccionó con absoluto desconcierto: “Ni sus votantes ni los míos entienden que se meta conmigo”, le dijo a Rivera. En el segundo debate, la batalla se disputaba con otra configuración. Casado decidió contestar a la provocación de Rivera y esta vez incluirle en su plan de ataques. Los espectadores contemplamos lo nunca visto hasta ahora. El PP y Ciudadanos rompieron su frente común establecido desde la moción de censura contra Rajoy y dieron todo un espectáculo de confrontación manifiesta.

6. Rivera, un éxito fugaz. El primer debate dejó una impresión favorable a Rivera, ayudada por la actitud de sus contrincantes. Casado creyó que su decisión de confrontar solamente con Sánchez iba a monopolizar la atención del público. Dejó así todo el espacio del espectáculo a Rivera, que no lo desaprovechó. Su festival de trabajos manuales desconcertó a todos. Casado fracasó en su intento de aparecer como un consistente aspirante a la presidencia y Sánchez centró su energía en mantener al líder del PP controlado. Mientras tanto, en este primer evento, Iglesias decidió, constitución en mano, deambular apaciblemente por las nubes, sin dejarse ver en el mundo de los mortales. Todo el mundo pareció sentirse cómodo con esa nueva condición del otrora azote del sistema.

7. Iglesias, en el lugar adecuado en el momento exacto. En el debate de Atresmedia cambió la configuración de los frentes de batalla. Casado había sido muy criticado por la debilidad mostrada la noche anterior. Así que llegó con el machete entre los dientes. No solo pretendía atacar a Sánchez. Esta vez tenía que destrozarle. Además, decidió ir también a por Rivera para despejar la duda que quedó en el ambiente la noche anterior respecto a quién tenía la corona de líder de la derecha en España. Sin ser consciente, contó con la inesperada ayuda de Sánchez que decidió convertir también a Rivera en el principal centro de su estrategia de combate después de su efímero éxito. La batalla a tres, todos contra todos, permitió que la bajada a la tierra de Iglesias fuera de una eficacia incontestable. Un Iglesias moderado, con evidente aire errejonista, se convirtió en el elemento diferencial de la noche y aportó momentos inolvidables como la severa bronca a Rivera, en la que le recriminó su “falta de educación y su impertinencia”.

8. Una izquierda completa… y complementaria. Unidas Podemos llegaba a los debates con unas encuestas muy complicadas. Necesitaba un considerable impulso. Iglesias acertó en colocarse en un papel a la contra de los otros tres. Nunca entró en una batalla en la que, por diferentes motivos, ninguno de sus tres contendientes le había incluido. Ese aislamiento, lo aprovechó certeramente para colocarse en el territorio del sentido común y el autocontrol. Sin duda alguna su presencia fue muy gratificante para muchos espectadores, aunque queda la duda de hasta qué punto esa sensatez se va a convertir en movilización de la parte de su electorado con la que había perdido la conexión.  Especialmente sorprendente fueron los momentos en los Iglesias acudió al rescate de un Sánchez arrinconado por los exabruptos de la derecha, particularmente respecto al conflicto catalán. Por primera vez en los últimos años, se visibilizaba la coexistencia del PSOE y UP que casi rutinariamente habían coincidido en anteriores elecciones en abierta confrontación.

9. La inquietante ausencia de Vox.  Hasta el próximo domingo no sabremos el efecto real que pueda haber tenido la estrategia de Vox. La absurda decisión de la Junta Electoral central de dejar fuera de los debates televisivos a una fuerza realmente existente en el mapa político español ha abierto una sensación de desasosiego. Hubiera sido mejor contar con su presencia y que toda España pudiera haber visualizado la incoherencia de sus propuestas y el peligro de su alternativa. Sin embargo, su aislamiento le facilita cierta victimización y el crecimiento de sus mensajes sin tener posibilidad de contrastarlos. El impulso de sus aparatos de propaganda en redes sociales y el efecto emocional que se transmite en sus actos públicos les permiten amplificar sus mensajes, sin réplica alguna, y cargados siempre de elementos afectivos y congregadores.

10. Aumento de la tensión. Lo cierto es que los debates han servido de elemento catalizador de todo el proceso electoral. Tras el paréntesis de la semana santa, la campaña ha elevado su temperatura hasta el límite máximo. No se recuerdan elecciones en las que la incertidumbre sea tan grande. La tensión social y mediática crece por horas ante la preocupación por un resultado inesperado que pudiera alterar el modelo que tanto hemos denostado y ahora nos parece tan deseable mantener intacto. La clave, sin duda, estará en la participación y en que la democracia sirva para imponerse ante cualquier amenaza. La democracia sólo tiene un problema: necesita a la gente para ser efectiva. Ojalá los debates, incluida su perversa tendencia a la espectacularización, hayan servido de acicate a la movilización masiva este domingo.

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