Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

La importancia de llamarse Lobo

Gumersindo Lafuente

El nombre es importante. Definitivamente lo es. Si no que se lo pregunten a los profesionales que se encargan de buscar denominaciones originales, sonoras o comerciales para nuevas empresas o productos. Naming le llaman, y cobran una pasta por sus servicios. O a los actores, actrices, cantantes o escritores que han triunfado bajo la marca de un seudónimo mucho más resultón que sus auténticos nombres y apellidos.

No sabemos cómo le irá la vida a Lobo, el niño que tanta polémica ha causado en los últimos días por el rechazo inicial a inscribirle con tal nombre. Lo que sí sabemos es que hay nombres que te pueden facilitar las cosas y otros que, indudablemente, te las complican. No es lo mismo llamarse Pablo Iglesias y ser líder de Podemos, que pretender alcanzar tal condición en las listas del PP o Ciudadanos. Imaginen un número uno del partido de Rivera que se llamase Santiago Carrillo, seguro que tendría que trabajar el doble para convencer a los mismos de su autenticidad ideológica.

Y no es una broma. Me llamo Gumersindo, arriba lo pone, y estos días he visto en las redes un renacer de chistes y comentarios comparando Lobo con otros nombres por decirlo suavemente raros o directamente horrorosos (entre ellos, el mío). Y Lobo siempre salía ganado, claro.

Sin ser una tragedia insalvable, tener un nombre tan raro te da desde pequeño un montón de problemas. En mi colegio, durante años, fue motivo de chanzas, que siempre acababan en pelea. Había que marcar el territorio de alguna manera. Encima, un buen día, al profesor de música se le ocurrió ponernos a cantar esas coplillas malditas: Ya no va la Sinda a por agua a la fuente..., y el pitorreo ya se desmadró. Ante mis sonoras e indignadas protestas fui expulsado por los restos del coro, de la música y casi del colegio.

Con las chicas tampoco era fácil. Siempre los primeros pasos tenían que darse explicando el por qué de Gumersindo. En fin, un principio en verdad nada romántico. Alguna hasta se atrevía a proclamar que jamás había pensado que algún día saldría con alguien con un nombre tan, tan raro. Imaginen, para partirse de risa.

Tampoco cuando empiezas a enfrentarte con la burocracia la cosa es más sencilla. Gumersindo, sí, Gu-mer-sin-do. G-u-m-e-r-s-i-n-d-o. Toda la vida así. Deletreando una y otra vez el nombre, para que al final, de manera inverosímil pero real, aparezca reproducido en todo tipo de variantes: Elmersindo, Gumercindo, Umercindo, Gumerlindo (y no es coña). Y líos y más líos con los documentos, los pasajes de avión, las facturas de la luz. El nombre te obliga a estar doblemente alerta, que luego remediar el error es siempre mucho más complicado.

Y qué me dicen de los sitios en los que te piden el nombre para cualquier cosa, un café en el Starbucks, por ejemplo. Yo hace tiempo que desistí. Me niego a perder el tiempo y parar la cola dando explicaciones. Carlos, sí, Carlos, es mi nombre de consumidor anónimo y despreocupado.

Pero no todo han sido malas noticias. Hay que reconocer que con el tiempo, el argumento que me daba mi padre -no te quejes, Gumersindo solo hay uno- se ha convertido en alguna medida en realidad. Hoy buscas Gumersindo en Google (así, sin apellidos) y siempre en la primera pantalla salimos los mismos. Gumersindo de Azcárate, historiador, jurista y político leonés del XIX y uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza. Gumersindo Torres, médico y político venezolano cabal, que murió en 1947. Y yo mismo. Nada más fácil, por tanto, para no desaparecer en el océano de datos y nombres de la Red, que llamarse Gumersindo.

Igual esto anime a un conocido político catalán, hoy en horas bajas, a recuperar su apodo infantil. Aunque parezca increíble (yo lo sé y lo certifico porque me lo contó él mismo) a Josep Antoni Durán i Lleida, natural de Alcampell (en la provincia aragonesa de Huesca), de pequeño le llamaban Pepe el de la Sinda. La figura carismática de su abuela Gumersinda era entonces tan o más referencial que cualquier buscador o red social de nuestros días.

Sirva todo lo anterior para que los padres imaginativos tengan en cuenta que, aunque ellos eligen el nombre, será otro el que tendrá que lidiar toda su vida con él. Palabra de un Gumersindo.

Etiquetas
stats