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A mi madre

Manifestación feminista en Madrid en 1977

Jesús Cintora

Hoy rindo homenaje en esta columna a mi madre. Con ella, a esas mujeres que sacan este país adelante. Lucharon y luchan por nosotros en una sociedad que sigue teniendo bastante rejo machista. Mi madre empezó a trabajar desde niña en el campo, luego enganchó en la fábrica con 14 años, cobraba 1.200 pesetas al mes, no cobra nada desde que se hizo “ama de casa” y hoy tiene 65, pero sigue trabajando cada día por nosotros. Ellas son el mejor ejemplo en un país que aún les debe tanto.

Rindo homenaje a esas mujeres que, como mi madre, recibieron desde la escuela lecciones para servir a los hombres. En aulas separadas. Las tardes en clase eran para aprender a bordar y demás “labores”, mientras alguna rezaba en alto el “Santo Rosario”. Antes, Sor Emilia las ponía a cantar el Cara al Sol. Brazo en alto. El mismo brazo que luego pasaba las horas cosiendo. No ha pasado tanto tiempo. Desde niñas, les inocularon esa servidumbre que muchas de ellas siguen ejerciendo.

Rindo homenaje a esas mujeres que siguen haciendo solas las labores de casa. Como si solo ellas pudieran hacer la comida, tenerla lista cuando el marido vuelve del bar, poner la mesa, quitarla, fregar, lavar, planchar, elegirle la ropa al macho, atender a los niños, limpiarnos la mierda… en un país que avanza algo, pero que aún sigue plagado de esta porquería machista. Creo que todos la hemos vivido en familia.

Rindo homenaje a esas mujeres que han trabajado desde niñas. Cobrando menos que los hombres y teniendo a un macho de patrón. Mi madre iba a trabajar a las siete de la mañana, era una cría, pero fabricaba chorizos como un hombre, cobraba una miseria, volvía a casa a las siete de la tarde, echaba una mano en casa y al día siguiente vuelta a empezar. De lunes a sábado. Y los domingos que “había que echar extras”, desde las seis de la mañana hasta las dos. Trabajaron como mulas, se hicieron “amas de casa” y hoy ven como una utopía la pensión.

Rindo homenaje a esas mujeres sabias, que apenas fueron unos años a la escuela. Son esas madres que siempre tienen el mejor consejo. Listas, valientes, las más fuertes, en un mundo donde se dice que la fortaleza física es de los hombres. Mi madre aguantó 50 kilómetros para parirme por carreteras de pueblo de los años 70. Desde entonces, la he visto aguantar carros y carretas. Hasta curar un cáncer de pecho sin quejarse. Con una sabiduría inmensa. Sin “tener estudios”, ella ha sido mi mejor directora de tele, de radio o de periódico. Mi mejor consejera siempre ha sido mi madre.

Rindo homenaje a estas mujeres que parecen de otro tiempo, pero que son de este. Ellas son nuestro mejor ejemplo. En un mundo de violencias machistas, de desigualdades de género, de inferioridad en la toma de decisiones… Ellas son ejemplo de vida, pero también para que otras no vivan lo que ellas han tenido que vivir. Les rindo homenaje porque han resistido, pero también para que, como mi madre dice, otras no aguanten lo que ellas han aguantado.

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