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En una manzana de tu ciudad

Parque del Casino de la Reina (Madrid) // Imagen CC-BY-SA Silvia Nanclares

Silvia Nanclares

En la manzana de tu casa están contenidas las claves de tu vida. Lo dijo Georges Pèrec, o Enrique Vila-Matas, o Italo Calvino. Ya no me acuerdo. Quizá me lo inventé yo. Hace años, solo leía señoros de la literatura y sus hazañas se mezclan en mi archivo de referentes. Da igual. El caso es que en algunas manzanas de la ciudad se dan tantas capas de desigualdad que, efectivamente, contienen las claves para comprenderla entera.

C/ Embajadores / Pza. Arturo Barea

En el Centro de Salud Lavapiés, Marisa lleva años trabajando como pediatra. Debido a las pésimas condiciones laborales, cada vez menos pediatras optan por un puesto en Atención Primaria. Por eso a veces hay médicos no pediatras viendo a tu bebé. A nosotros nos pasó este verano. Por eso Marisa nos salvó la vida cuando volvió en septiembre. La de nuestro hijo. Hizo algo tan sencillo y complejo como sentarse a mi lado a enseñarme a dar de mamar (no, no es algo que una nazca sabiendo hacer). Me enseñó a dar leche materna y suplementos a un bebé que venía casi deshidratado de la otra consulta. Pero al Centro de Salud, y por ende, a Marisa, se la están comiendo las termitas. Las termitas que llevan casi veinticinco años (y se acaban de ampliar cuatro años más de barra libre) carcomiendo la sanidad pública de esta comunidad.

C/ Embajadores/ C/Casino

Hace unos meses vendieron el OSS-I. Era lo que se conoce como bar típico, de los de toda la vida. No seré yo quien romantice estos bares. Tardaban mucho en atender, si entrabas un minuto salías con aroma Herbal Fritanga Essences en el pelo y la parroquia era de lo más dispar. Gente que ahora no sé dónde se mete, desde que el OSS-I se ha convertido en La embajada y pone “los mejores tragos de la ciudad”. En solo un par semanas, alguien compró el local, le cambió el nombre y repintó los cristales con rótulos neocastizos de bocatas de calamares y vermú. Un simulacro de lo de siempre. Pero ahora, dentro, solo encuentras gente de la misma procedencia, clase y edad. Y ni rastro del mítico sándwich mixto a 2,50€. “”Pues lo vendió muy bien el propietario“, me dijo uno de los nuevos camareros, tratando de justificar el nuevo proyecto. Claro, están comprando el barrio entero, le contesté.

Tribulete/Mesón de Paredes

En la puerta del bar Universidad paran los que imagino que son MENAS, aunque no tengo modo de saberlo porque nunca hablamos. Hay un conflicto abierto con esta esquina en el barrio. Hay vecinos nerviosos (porque el aire es denso, aquí, y se corta) que forman la corriente criminalizadora, hay otra vertiente que lucha por ver la cuestión con distancia e intentar comprender qué está pasando aquí, en esta esquina de este barrio, de esta ciudad. Por qué se permite que tantísimos menores estén solos y en la calle, por qué no hay recursos aquí, por qué sucede cierta degradación del barrio mientras unos portales más allá un montón de turistas hacen tapón con sus maletones de ruedas para que les hagan hueco en el Pum Pum Café, donde pagarán 9 pavos por un huevo poché, qué barato al cambio, ¿verdad?, lo pone en la guía, comentan en la puerta. Ya van dos noches que tengo que evitar este tramo de calle para llegar hasta casa. Gente corriendo y gritos, un bate y cristales. Al lado, un Tecnocasa alquila un zulo-estudio de 12m2 por 540€/mes sin que tampoco pase nada. El susto en el cuerpo. Pero antes de abrir el portal, el rumor de otra movida en la puerta de los recreativos Nevada, a menos de cien metros del Instituto Cervantes. Tampoco vendrá nadie a legislar ninguna de estas violencias.

C/ Casino/ Ribera de Curtidores

Este verano, la terraza del bar de esta esquina salió ardiendo. Tuvieron que reformar el Lusi. Que es donde las madres gitanas toman café después de dejar a sus criaturas en el CEIP Santa María. No sé dónde fueron durante los meses que duró la reforma, porque a La Embajada no iban a ir. Ya saben que eso ha dejado de ser su territorio, su bar de repuesto. Enfrente, tras la reja del parque de El Casino de La Reina pasan varias madres de Bangladesh con sus carritos de bebé. Van camino al grupo de postparto que monta Marisa, la pediatra, específicamente para ellas, con una traductora. No sé si ellas piensan entrar alguna vez en La Embajada. Ni sé quién mantendrá el grupo cuando Marisa se jubile o cuando las termitas acaben de una vez por todas con nuestro barrio.

Agota Kristof cuenta en su inolvidable libro La analfabeta, cómo, cuando llegó a Suiza procedente de Hungría, se declaró analfabeta. Porque no sabía leer ni escribir francés (acabaría escribiendo una de las obras más lúcidas sobre infancia y violencia que se recuerdan). También cuenta cómo, años después, siendo ella ya suiza de adopción, su vecina le hablaba recelosa y sin miramientos de las mujeres extranjeras que llegaban en manada a la ciudad de Zurich a “quitar” el trabajo de las fábricas. Kristoff asistía así estupefacta al olvido de su vecina, quien la conoció analfabeta y obrera.

Leed a Kristoff. O salid a la calle a pasear la manzana de vuestra casa, hablad con el vecindario, preguntad. Como en una cáscara de nuez, lo cotidiano contiene a escala la historia de tu ciudad.

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