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Hasta el mismísimo y más allá

Gumersindo Lafuente

No me extraña, Maruja, que estés hasta el mismísimo coño. Y lo escribo a sabiendas de que justo los que más se escandalizan son los mismos que jalean con fuerza a este gobierno en funciones (agónicas) que se resiste a ser controlado por el Congreso (los representantes del pueblo). Al señor Rajoy y a sus ministros lo que de verdad les gustaría es seguir por los siglos con el rodillo absolutista de la mayoría laminando nuestros derechos y amnistiando a sus divinos amigos los pecadillos fiscales.

Pero no, Panamá papers de por medio, parece que cada vez les va a ser más difícil ocultar lo que ya casi todos sospechábamos: la derecha siempre es dura con los débiles y cariñosa con los fuertes.

Lo que no empezamos a tener claro en este momento es hasta dónde llega la larga mano de los conservadores. En las últimas semanas hemos visto cómo Pedro Sánchez, siempre en la cuerda floja, se ha entregado con pasión incontrolada en los brazos del ciudadano Rivera (como ya lo hizo -cándido él- en los del televisivo Bertín), alejándose cada vez más de sus aliados ideológicos naturales y acercándose peligrosamente al vacío. Un paso más y será historia sin que los/las que aspiran a sucederle tengan que mancharse las manos, ni siquiera les hará falta darle un empujoncito. Mientras tanto, Ciudadanos poco a poco va enseñando su verdadera cara: modernos, sí. Bien peinados, también. Pero de derechas.

Repetiremos en las urnas, y si no espabilamos, Rajoy seguirá en La Moncloa, apoyado por los naranjas (lo empiezan a apuntar las encuestas). Lo vestirán de pacto regenerador. Pero la realidad será imparable. Habrá caras nuevas... y mandarán los de siempre. Y seguro que más pronto que tarde se las arreglarán para encontrar salidas airosas a los amigos y colegas que ahora parecen acorralados por sus pecados fiscales.

Y aunque estamos hartos de tanta golfería y escandalizados por la creciente desigualdad; los manejos policiales para incriminar a Podemos; las ventas fraudulentas de pisos sociales de Ana Botella para intentar tapar los despilfarros de Gallardón; la insistente soberbia de la mentirosa lideresa de una banda de corruptos; la larga lista de ilustres que se resisten a la hacienda pública; los límites permanentes a la libertad de expresión a la más mínima crítica o chirigota a la Iglesia Católica; los salarios de hambre de los trabajadores-pobres; o los devaneos económicos de la monarquía, nos cuesta, no sé por qué, un poco más acostumbrarnos al clasismo y la ordinariez de Felix de Azúa. Quizá algunos (ilusos) esperábamos algo más interesante de él.

Menos mal que, entre tanto barullo y griterío (no hay que perder nunca la esperanza de encontrar una luz) tenemos a Barbijaputa para explicarle a Cristina Pedroche qué es y qué ha hecho por ella y por todos nosotros el feminismo. Entre otras muchas cosas, que la televisiva, al parecer, pueda votar a IU.

Y para que ese sufragio valga lo que debe, como rezar no nos sirve y de momento no va a cambiar la ley electoral, confiamos en que por fin Pablo Iglesias y Alberto Garzón se sienten (esta vez sí, de verdad) para hilvanar un acuerdo ante las más que probables elecciones que evite tirar a la basura cientos de miles de votos que pueden empujar un cambio verdadero en el próximo gobierno de España.

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