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Ni puta gracia (sobre los límites del humor y su contexto)

Darío Adanti

Me piden una reflexión sobre el humor, ahora que el caso Zapata es tema de debate en los medios. Pero yo no voy a hablar del caso Zapata, voy a hablar del humor. El suyo es uno más de tantos casos paradójicos relacionados con el humor que es, paradójicamente, un juego de paradojas.

¿Tiene límites el humor? Me preguntan, y respondo: “Sí, los tiene, aunque debería no tenerlos”.

Lo he dicho a menudo: el humor es un género de ficción y la ficción debería ser, para nosotros, mortales, ese lugar sin límites.

He reflexionado en un cómic que publiqué en el especial de verano de Mongolia del 2013 sobre el humor negro: ¿acaso tiene límites la creación de la tragedia, de la épica, de la aventura, de la poesía? No. ¿Por qué debe tener limites el humor, que también es ficción?

Me dirán: un chiste puede causar dolor.

Es verdad, pero es un dolor mínimo, un dolor pasajero, un dolor casi virtual.

Sí, me responderán, pero es dolor.

Claro, es dolor, y si a alguien le ha dolido, se pide perdón y la vida sigue con otros dolores que no son ni tan virtuales, ni tan pasajeros, ni tan mínimos.

El humor, hecho para el placer, puede causar, también, dolor, y, a la vez, sirve, paradójicamente, para olvidar a estos otros dolores más notorios.

Un chiste puede ofender, me dicen.

Es cierto, pero, ¿cómo valoramos la ofensa y la sensibilidad hacia la ofensa? ¿Cómo la medimos? ¿Cómo la cuantificamos?

Sólo podemos creer en la palabra y la sinceridad del que se dice ofendido. No tenemos más pruebas que esa.

¿Cómo saber si el autor del chiste pretendía dar placer o causar dolor?

Sólo podemos creer en la palabra y en la sinceridad del que ha hecho el chiste. No tenemos más pruebas que esa.

Lo he dicho otras veces: el humor es como el sadomasoquismo, un juego entre partes que aceptan jugar a ese juego.

Hay un contrato tácito entre lector y autor, espectador y actor, ama y esclavo: ambos saben a qué se jugará y ambos pactan los límites de su juego.

Por cierto: el sadomasoquismo también duele un poco, como el humor.

Lo que debe tener límites es todo aquello que no es ficción: “Por sus actos los conoceréis”… O algo así decía uno de los protagonistas de una mis novelas de ciencia ficción preferidas y que se llama La Biblia (VVAA).

Me dirán: pero la ficción también es un acto.

Es cierto...

Entonces puedo concluir que lo que debe tener límites no es el humor sino el cuándo y el dónde de la representación del humor como acto. 

Es decir: lo que limita al humor es su contexto.

Ese, amigas y amigos, es su límite.

Seamos sinceros: follar es una cosa maravillosa que no sólo no tiene nada de malo sino que, además, tiene todo de bueno. Bien, pero, sigamos siendo sinceros: no está bonito ponerte a follar frente al ataúd de tu abuelo en pleno velorio...

No es el acto de follar lo malo, es su contexto lo que lo vuelve conveniente o no para los otros, que se convierten sin quererlo en espectadores de algo que no han convenido presenciar.

Lo mismo pasa con el humor.

Este viernes pasado presenté el magnífico libro de Amarna Miller Manual de Psiconáutica (ed. Lapsus Calami), y en la presentación me permití comparar a la pornografía con la sátira. Comparé sexo y humor. La risa y el orgasmo tienen mucho en común. De hecho yo soy de esos que después de un buen orgasmo les entra la risa tonta. Algo que, por otro lado, no le contaría a mi abuela en el velatorio de su difunto marido..

Ambos, sexo y humor, son de esos pocos juegos que nos permitimos jugar los adultos.

Y ambos, sexo y humor, necesitan un contexto previamente pactado que, en ambos casos, se da de forma espontánea: decido ver, leer, seguir, escuchar, besar, mirar, asistir, tocar, dejarme mirar, dejarme tocar, dejarme leer y un montón de otras voluntades.

También puedes no ver, no leer, no comprar, no seguir, no besar, no asistir, no dejarte leer ni tocar ni besar... Resumiendo: no firmar el contrato.

Entendamos primero algo básico del humor que nos viene desde que éramos homínidos: el humor es el territorio del aprendizaje sin riesgo y la risa es la forma involuntaria en que demostramos que comprendemos el juego. Un mono se ríe y le pega una hostia a un mono más pequeño y el mono pequeño entiende que no está en peligro su vida, que esa hostia es un juego y que ese juego le servirá como entrenamiento para cuando alguien le pegue esa otra hostia que no lleva risa asociada y que ya no es juego.

Visto de fuera, cualquiera puede pensar que el mono grande le está pegando, de verdad, al mono pequeño.

La risa de ambos es la firma del convenio.

Una curiosidad: la risa y el bostezo tienen en común que ambos son dos actos reflejos que se contagian. Las dos son formas de ponernos en sintonía con el resto de la manada. El bostezo indica que es hora de que durmamos, la risa indica que es hora de que juguemos. Así somos los homínidos de sociales y dependientes unos de los otros. Si no te ríes con nosotros, si no bostezas con nosotros, entonces puede que pertenezcas a otra manada. No tiene nada de malo, la variedad humana es admirable y podemos convivir muchas y muy distintas manadas en esa gran manada que somos los seres humanos.

Sobre el contexto: un chiste sobre el holocausto contado por una víctima del holocausto significa una cosa, el mismo chiste contado por un nazi, significa otra.

Sí, el señor McLuhan sigue teniendo razón: el medio es el mensaje.

Y cuando no hay medio, el medio es uno mismo.

Es así, el principio de autoridad siempre facilita la comprensión del chiste porque sitúa ideológicamente al humorista de un lado u otro del chiste.  Pero no podemos trazar un Rubicón del humor con base en el principio de autoridad porque sería como pedirle a los escritores de aventuras que ellos mismos hayan sido previamente aventureros.

No, el principio de autoridad, como otras fórmulas, es eso, una fórmula práctica que puede hacer más comprensible el texto y ponerlo de forma más rápida en contexto pero, como toda fórmula, no debe ser tomada como dogma porque el dogma es territorio de la fe y el humor pertenece a las tierras del descreimiento.

Además, convengamos, el pecado del nazi no es el chiste, es ser nazi. El chiste, en su caso, es una reafirmación cruel de su pecado contra su propia especie, no el pecado en sí.

El problema de sacar chistes de su contexto es que dejan de ser chistes, es como ir a buscar a unos que están follando en privado y arrastrarlos sin su consentimiento al velatorio de tu abuelo para luego señalarlos y acusarlos de impudicia.

Impúdico es el que ha sacado a aquel juego de contexto porque ha matado lo que tenía de juego.

Sobre el contexto: yo no quiero que, viendo lo que pasa en la valla de Melilla, el ministro del Interior cuente un chiste de humor negro sobre los inmigrantes. Pero no por el chiste en sí, sino por su contexto.

Creo que cualquier persona tiene derecho a ejercer el humor sobre cualquier tema incluyendo chistes negros sobre inmigrantes: lo que importa es el contexto.

Sobre el contexto: a pesar de que yo sí juzgo al ministro del Interior por su inhumanidad con coartada numérica, no seré yo el que lo juzgue por un chiste sobre la inmigración que haya hecho muchos años antes de ser ministro. Me la trae floja lo que haya hecho antes, pero me importa mucho lo que haga como ministro.

Esa es mi reflexión sobre el humor y sus límites. Pero no soy dueño de ninguna verdad. Y así como el que soy hoy opina distinto del que fui ayer, puede que mañana opine distinto de lo que opino hoy.

Como en el humor, la opinión y el tiempo también forman curiosas paradojas.

Y como conclusión final, un chiste físico que intentaré adaptar al lenguaje escrito:

Un loco va caminando por la calle y para a un transeúnte.

El loco levanta su mano derecha con el dedo índice extendido, lo mueve en círculos de dentro hacia afuera y le pregunta al transeúnte:

“¿Sabes usted lo que es esto?”.

“No”, responde el transeúnte.

Entonces el loco empieza a mover el dedo índice en sentido inverso, es decir, de afuera hacia dentro, y dice:

“¡Ah! Entonces me lo guardo”...

Lo mismo pasa con el humor...

Por cierto, una vez le conté este chiste a un amigo y me dijo que no le hacía ni puta gracia.

“Entonces me lo guardo”, le dije, y tan amigos.

FIN

Nota: si ya han leído otras opiniones mías sobre el humor y creen que aquí he repetido algunos conceptos, que sepáis que eso, en nuestra jerga de humoristas, se llama chiste recurrente...

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