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Estado de suspense

El presidente del Gobierno, durante su mensaje a los ciudadanos sobre el estado de alarma.

Elisa Beni

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No hay nada que case peor con una crisis que la incertidumbre ni nada más inadecuado cuando se quieren tomar las riendas que no dar un zapatazo rápido, contundente y decidido. Les escribo a vuela pluma después de haber pasado, como todos, siete horas a la espera de una comparecencia del presidente del Gobierno para saber cómo se iba a aplicar el anunciado, 24 horas antes, estado de alerta. No es momento para desuniones pero es imposible no realizar una crítica a la gestión de comunicación y de contacto con la ciudadanía realizada.

Si hay discrepancias, si hay debate, ténganlo. Si hay que decidir si se toman unas medidas u otras o si se realizan rectificaciones, bien está, pero la forma en la que todo este proceso sea transmitido a la ciudadanía también cuenta y la forma en la que se ha hecho no es ni adecuadamente sorpresiva, ni contundente, ni rápida. Así son las cosas.

Finalmente el presidente del Gobierno de España ha comparecido ante una población que llevaba más de un día en suspenso para presentar un decreto de establecimiento del estado de alarma en el que resulta obvio que se han producido algunas correcciones respecto al borrador que, también indebidamente, fue filtrado durante la mañana del domingo, como es que la entrada en vigor se produzca inmediatamente y no el lunes como inexplicablemente figuraba en el texto del borrador. Mientras, el tiempo se nos escurría de las manos. Mientras el Gobierno discutía cuestiones de calado, no digo que no, los que se han encargado de ir cerrando parques y terrazas y establecimientos han sido otros.

No es de recibo ni filtrar un borrador ni anunciar la comparecencia varias veces y retrasarla otras tantas ni hacer saber al exterior cuáles son las divergencias que se debaten en el secreto del Consejo de Ministros. Tampoco les niego que creo que Pedro Sánchez hubiera sido capaz de transmitir más convicción y más credibilidad si no hubiera estado leyendo un pronter, aunque entiendo la necesidad de ser preciso y no olvidar nada, considero que el tono y la pasión, llamando a la contribución colectiva y a la calma, podía haber sido más entregado. A veces hay que transmitir la sensación de que eres el puto amo y tienes el control. A veces.

Respecto a las medidas adoptadas pueden establecerse distintas gradaciones: unas parecen muy sensatas, otras pueden parecer algo pacatas y, unas pocas, resultan un poco cuanto menos extrañas

Entre las que parecen muy sensatas están todas las referidas a la movilidad en las ciudades. Era obvio que, sobre todo en las grandes capitales, es imposible impedir un cierto flujo de personal que es indispensable para que la normalidad formal se mantenga. Madrid no se puede quedar sin policías, sin bomberos, sin sanitarios, sin reponedores o farmacéuticos o sin barrenderos y para ello hay que mantener la autorización para que se circule de ida y vuelta al trabajo y mantener un nivel de transporte público para que esta movilidad sea efectiva. Ese “cerco” total del que algunos hablaban resulta ciertamente inconveniente. Ahora sólo queda llamar al civismo, esa virtud ciudadana que hemos visto escasear en estas horas, para que los movimientos se limiten a esos que son los imprescindibles. De ahí una incorporación como es la necesidad de que sean desplazamientos individuales. Eso corta mucho el rollo del paseo y la confusión del estado de cosas.

Luego están las medidas que puede que se hayan quedado cortas, excepto que tengamos una explicación que no alcanzamos a ver, como el mantenimiento de las líneas de largo recorrido, aunque sea con menos frecuencias y pasajes y, como último ejemplo, algunas que nos han dejado pasmados como que se consideren las peluquerías establecimientos de primera necesidad. Seguro que alguien lo aclarará.

Y luego está el meollo de la cuestión y de parte de la discusión que se ha mantenido durante todo el día. Las medidas económicas para solventar el estado de necesidad que se puede causar a las clases trabajadoras, autónomos y afectados por los ERTE han quedado para el martes. Esperemos que no defrauden porque el esfuerzo conjunto de una sociedad no lo pueden pagar siempre los mismos y porque es necesario asegurar que todos vayan a poder soportar el esfuerzo de esta cuarentena impuesta en condiciones dignas.

El segundo motivo de recelo era la instauración de una única autoridad que las comunidades autónomas, sobre todo las históricas, consideran un abuso. Yo lo siento pero el propio espíritu de la anormalidad y de la situación de excepción que vivimos exige que exista un mando coordinado y así lo recoge la propia Constitución en su artículo 126. Es seguro que si nadie mea fuera del tiesto y todo el mundo rema en la misma dirección, no tiene por qué haber imposiciones sino decisiones compartidas y necesarias. La carrera de las últimas horas por afrontar cada uno en su territorio la necesidad insoslayable de frenar los contagios ha sido útil sólo por el tiempo que ha dilapidado el Gobierno de la nación en tomar sus propias decisiones. Hay que reconocer que desde el alcalde de Madrid a las autoridades de Murcia, en muchos lugares se han ido haciendo cosas que han metido a la gente en casa y que, de haber sido por el Gobierno central, hasta esta medianoche el cachondeo hubiera seguido acelerando la transmisión del virus.

Hasta aquí una crónica de urgencia. Tengo un plazo para hacer este trabajo y tengo que cumplirlo. Ha sido corto y apresurado. Es posible que me haya equivocado en alguna apreciación y es seguro que podría haberlo hecho muchísimo mejor si hubiera dispuesto de más tiempo. Pero las circunstancias no son las que deseamos sino las que nos vienen impuestas y esto es algo que todos los responsables políticos, incluido el Gobierno de España, no deben borrarse de la cabeza. Hay que estar y hay que hacer y tiene que ser en el momento oportuno. Equivocarse es una opción pero dar la impresión de que uno está desnortado o dividido es inaceptable.

Los balances y los reproches los haremos cuando todo esto haya terminado, también de los que están aprovechando de forma asquerosa una situación peligrosa para toda la sociedad.

Mientras oigo el gran aplauso a los sanitarios, sólo nos queda demostrar, a nosotros también, que estamos a la altura como sociedad.

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