The Beatles produjeron alrededor de unas doscientas canciones repartidas en una docena de álbumes. No cabe duda de que allí está la genealogía del pop y que no se han agregado demasiadas ideas desde la simpleza de I want to hold your hand (cuya fecha de edición señala Woody Allen como el fin de la edad contemporánea) hasta el poliédrico álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. El rock sinfónico de los setenta, la música progresiva y las incursiones étnicas de los rastafaris o las aportaciones urbanas del rap son, al fin y al cabo, comentarios al margen de la obra de los Fab Four. Alguien dijo, cuando el marketing musical impuso la breve estela de Oasis, que con una canción de Lennon daba para que los hermanos Gallagher produjeran un álbum completo. Siguiendo esa línea de pensamiento cabría preguntarse de qué usina obtuvo inspiración Lady Gaga para afirmar, como publicó esta semana el periódico El Mercurio de Chile, que para su próximo álbum ya dispone de cincuenta canciones, es decir, en una cuenta rápida, la quinta parte de lo compuesto por los Beatles en toda su carrera. Esta pulsión por la producción desmesurada puede que sea un signo de los tiempos: no se esperan beneficios razonables en bolsa sino que se aguardan dividendos que vayan más allá de lo que la imaginación sea capaz de concebir. Es por ello que en Wall Street se ha instalado un yacimiento creativo que permite ingresar ganancias a futuro, es decir, por operaciones en el aire, cuentas por venir originadas desde la más pura imaginería financiera. La cultura ha recogido el guante o la Zeitgeist y tenemos novelistas que aseguran públicamente tener varias obras en marcha –y contratadas– hasta 2017 y editoriales que inundan el mercado con miles de libros (103.000 títulos en 2011 según la Federación Española de Editores), y uno se pregunta, como en la aquella canción de Silvio Rodríguez, ¿y adónde van?, ¿acaso nunca vuelven a ser algo? Como aquellos doscientos novelistas de Carmen Romero, puede que el medio centenar de canciones de Lady Gaga se queden en unas pocas. Pero más allá de su megalomanía creativa, la versión que interpretó del clásico The Lady is a Tramp, cantada a dúo con Tony Bennet, vale la pena disfrutarla. Como algunas columnas de Millás.