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Regeneración democrática: ¿falla el programa o la estrategia?

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Eduard Jiménez

Hace algunos años tuve la ocasión de colaborar con un gran ayuntamiento en la preparación de un encuentro con los empresarios de las zonas industriales del municipio. Se trataba de plantear compromisos por su parte y de estimular acciones sobre lo que en aquellos tiempos estaba en boca de todos: la cooperación empresarial, la innovación en las empresas, los servicios tecnológicos avanzados o la gestión compartida de servicios urbanos. Los empresarios acudieron masivamente, agradecieron la oportunidad –infrecuente hasta el momento- de ver en persona al alcalde, valoraron positivamente y estuvieron de acuerdo con la importancia de los temas expuestos... y pasaron a detallar una larga lista de anomalías que sucedían en la gestión de sus zonas: mala señalización, falta de conservación urbanística, falta de vigilancia, los eternos problemas de un polígono que se ubica en dos municipios que no se entienden, y un largo etcétera, algunos de cuyos temas se remontaban a bastantes años atrás.

Me ha venido a la cabeza esta situación al examinar la ya larga lista de iniciativas y propuestas de todo tipo en relación a la regeneración democrática. Dicho sea con total humildad: me pasa exactamente lo mismo si reexamino las 10 propuestas que yo mismo formulé en un documento de trabajo para la Fundación Alternativas, que eran las siguientes (corría el año 2009, hace más de 3):

  • La introducción de la transparencia sobre información relevante en la técnica legislativa.
  • La modificación parcial de la Ley General de Subvenciones para que los beneficiarios también rindan cuentas a sus principales.
  • La realización de memorias de rendición de cuentas de los planes nacionales que permitan visualizar las políticas y sus resultados.
  • Nuevas formas de participación y e-democracia.
  • La revitalización de los consejos de participación.
  • Un impulso político e institucional de las conferencias sectoriales.
  • La valorización del presupuesto por programas y el control interno como instrumento de rendición de cuentas.
  • El reforzamiento de las políticas estatales de evaluación y la modernización administrativa.
  • La ampliación del ámbito competencial del Tribunal de Cuentas.
  • La mejora de las regulaciones y sistemas de control internos

Este pretendía ser un programa posibilista y en estos tres años no solamente no ha habido avances sino que en muchos de los aspectos tratados ha habido retrocesos y, en otros, poca cosa más que retórica cuando no engaño.

Surgen ahora, naturalmente, agendas regeneradoras más radicales, que obedecen a que la situación de legitimidad a empeorado ostensiblemente, pero también al hecho que no tiene ningún viso de credibilidad el impulso gradualista. Y en esas estamos, planteando los servicios tecnológicos avanzados en un momento en que no somos capaces ni de garantizar las aceras.

Aquellos que desde antes de estallar la crisis -ahora ya institucional- abogábamos por una profundización de los instrumentos de calidad democrática debiéramos seriamente preguntarnos qué es lo que está fallando. No es en modo alguno satisfactorio únicamente señalar los culpables, ni siquiera suficiente valorar las causas; va llegando la hora que anticipemos cómo va a ser posible que alguno de los puntos críticos que en estos días multitud de analistas (Ortega, Uzquizu, Villoria, Lapuente, etc.) están identificando deje de serlo.

Una posibilidad es que no falle el programa, diríamos la agenda de reformas, sino que es la estrategia la que no avanza porque no consigue influir realmente en actores decisivos (ciudadanía, partidos, dinámica institucional,…) para provocar cambios. Mientras al mismo tiempo va creciendo el impulso de un deseo de catarsis sistémica, de la que seguramente saldrá un heredero con tantos o mayores problemas que el actual.

A mi entender los errores de estrategia se resumen en dos. El primero es de significación o valor de los diversos puntos de la agenda. Ocurre como en la antigua mili: en calidad democrática, la velocidad de un pelotón es la del más lento de sus componentes. De casi nada sirve la transparencia si no hay posibilidades reales de enforcement, el resultado es nulo. Como no sirve de mucho mecanismos de participación en las decisiones si no hay manera humana –a veces, ni divina- de conocer qué resultados produjeron las mismas. En definitiva, la regeneración fallida puede ser tan letal para la calidad democrática como el inmovilismo, y si no examínense los países con sucesivas reformas de ley electoral, por ejemplo. Como afirmaba Morlino, cualquier calidad, también la democrática, nos remite poco o mucho tanto a los procedimientos, como a los contenidos y los resultados de la democracia. Hoy son estos últimos los que están gravemente cuestionados. Necesitamos garantizar ni que sea un mínimo de aquellos principios de answerability y enforcement que permitan recuperar la legitimidad que otorga la responsabilización democrática. Hay que ir a un programa de mínimos porque el de máximos ya lo tenemos y hasta ahora no parece útil ni aplicable.

El segundo error de estrategia es más difícil de superar, creo. Se trata de la ausencia de lo que los expertos en planificación estratégica llaman driving forces, digámosle fuerzas impulsoras. Hasta donde yo atisbo a ver, las fuerzas impulsoras se restringieron durante mucho tiempo al ámbito académico y a algunas pocas voces críticas en la periferia político-institucional. Tuvieron escasísimos resultados de influencia prácticos, para después explosionar en el ámbito ciudadano hace dos años. Y así hasta hoy. Algunos como Subirats señalan, con acierto, que no saldremos de esta crisis de época sin mayor presencia y responsabilización de la ciudadanía; pero la verdad es que a estas alturas necesitaríamos alguna estrategia un poco más sofisticada y certera de qué quiere decir esto.

La otra posibilidad es que no falle el programa o la estrategia, sino que fallen ambos. Y entonces tenemos un grave problema. Algunos investigadores sobre accountability, como Melvin Dubnick, sostienen – en relación a la misma- que existe una distancia tan importante entre aquello que designamos como tal en las ciencias sociales, aquello que es percibido por la población y aquello que es sentido por los propios actores, que explica en buena parte la escasa influencia de los programas y propuestas al uso, distancia que la discusión académica no consigue superar ni siquiera haciéndose obsesiva o esotérica.

La contrareforma democrática está hace tiempo al acecho, y no solamente en nuestro país, y recientemente parece que ya se ha puesto en marcha, como con la reforma local. Se trata, una vez más en la corta historia de las democracias, de que ante tanta irresponsabilidad haya alguien que mande de verdad y nos libre de tantos desmanes, dice la demanda popular instrumentalizada. Es por eso que, contrariamente a lo que piensan muchos, no habrá regeneración democrática sin, y en primer lugar, reeempoderamiento de las instituciones democráticas, como tampoco sin nuevos equilibrios de poder (hacia la ciudadanía, hacia instituciones intermedias) que también deberán ser cuestionables i vigilables.

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