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Postureo del bueno

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, tras prometer su cargo como diputado.

Ángela Cañal

Hace unos días una amiga, afiliada a Podemos, me explicaba su decisión de abandonar IU, su opción de siempre, en términos sobre todo prácticos: los de Pablo Iglesias, argumentaba, quieren ganar y saben cómo hacerlo. Si eso implica dar marcha atrás en sus promesas de juventud (como la renta básica universal), remodelar sus mensajes, pintar líneas rojas que hasta ahora no conocíamos o exagerar un poquito en sus discursos públicos, sea. Es preferible algo de picardía política y conquistar votos a ser los más puros del cementerio, venía a decir.

Ayer los de Podemos volvieron a dar, en el el estreno del Congreso de los Diputados, un ejemplo de ese estilo efectista y pragmático, cuidadosamente calculado, muy rentable hasta ahora en términos de imagen y estrategia, pero que puede caer en la sobreactuación. El cabreo de Pablo Iglesias contra el PSOE por el acuerdo para la composición de la Mesa de la Cámara -“qué vergüenza, Pepa, qué vergüenza, repetía con voz grave en la SER- sonaba forzado e incluso teatral. Las promesas del cargo trufadas de denuncia social, puño en alto, un poquito demasiado ensayadas. Incluso los abrigos colgados informalmente en el respaldo de los asientos, en lugar de en los percheros de la entrada, como se hace habitualmente, daban qué pensar.

Y sí, también que Carolina Bescansa se presentara en el hemiciclo con su bebé, que pasó de mano en mano para atraer a los fotógrafos. Una decisión respetable en lo personal pero confusa y discutible en lo político, con la que pretendían -han explicado- reivindicar la conciliación familiar y laboral de las mujeres. ¿Postureo? Tal vez, reconocen los simpatizantes morados. Pero por una buena causa.

Hasta el momento, este formato televisivo de los chicos de Pablo Iglesias les ha dado resultado. Un estilo casi siempre de corte populista, pero al mismo tiempo muy reconocible y eso tiene un valor político indudable. El problema es que a veces, como ayer, puede resultar poco creíble, e incluso llegar a ser cargante. Por un lado, por lo transparentes que son sus objetivos tácticos, en ese estado de campaña electoral permanente en el que está Podemos desde que surgió. Y por otro, porque a veces da la impresión de que minusvaloran un poquito a sus propios votantes: sus mensajes son siempre tan simples y precocinados, y los repiten de forma tan machacona, que se diría que están convencidos de que, si no, la gente no se entera.

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