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Sobre este blog

'Dones en Xarxa' promueve los derechos de las mujeres y apuesta por su empoderamiento usando las TIC. Cree en el potencial de internet para alcanzar la igualdad efectiva.

La vida en rosa

Sara Berbel

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Si eres mujer y alguien te ofrece un producto rosa… ¡huye! Personalmente nada tengo en contra de ese color ni mi consejo tiene nada que ver con sus propiedades estéticas. Sin embargo, cada vez que el rosa se asocia a las mujeres salimos perdiendo en alguna esfera de nuestra vida.

Cuando nacemos los seres humanos venimos ya con colores diferenciados, no sea que alguien se confunda y tenga la tentación de considerar iguales a niños y niñas. Las niñas inician un periplo de colores rosados y tonos pastel que las acompañará durante toda la infancia y la adolescencia. Esa circunstancia, que parece inocua, tiene en realidad graves consecuencias sobre las vidas femeninas. El pasillo del supermercado identificado de color rosa contiene muñecas, princesas, vestidos de hadas, pelucas, primeros maquillajes, bebés para cuidar, cocinitas, utensilios para el trabajo doméstico y la última novedad ¡una fantástica aspiradora tamaño infantil de un precioso color rosa!

De modo imperceptible para una gran mayoría, se está conduciendo a las niñas a las que serán sus tareas, profesiones y destinos cuando sean adultas. Después nos quejamos del poco número de ingenieras, científicas, tecnólogas e investigadoras en nuestras universidades pero ¿cuántos juguetes de química, física, construcción, diseño, investigación espacial, están en el “pasillo femenino” de color rosa?

Las mujeres escogen, en consecuencia, profesiones relacionadas con el estereotipo de su género, que son todas aquellas relacionadas con el cuidado, la docencia, la salud o la limpieza. Todas muy dignas, por supuesto, e imprescindibles en una sociedad del bienestar pero muy poco valoradas en el mercado laboral, de manera que sus sueldos son inferiores a las ubicadas en las áreas de investigación, ciencia, tecnología, innovación o ingeniería. Si a ello sumamos la masiva contratación femenina a tiempo parcial y su abrumadora dedicación al hogar en trabajos no remunerados nos hallamos ante una enorme brecha salarial (en torno al 24%) y, en el extremo, una lacerante feminización de la pobreza.

Teniendo en cuenta este lamentable panorama, parecería lógico que, en caso de existir productos especialmente femeninos, deberían ser más baratos dado su menor poder adquisitivo. Pues lo que ocurre es exactamente lo contrario. Algunas investigadoras feministas francesas han puesto de manifiesto el fenómeno de la llamada “tasa rosa” que implica un mayor coste para aquellos productos indicados específicamente a las mujeres.

En nuestro país, Alexandra Lores ha descrito una relación de productos comerciales que, siendo idénticos en su forma y estructura, se diferencian en el color: rosa para las mujeres, variado o neutro para los hombres. Y ha descubierto diferencias en los precios que pueden llegar hasta 5 euros. Colonias, geles bebidas, maquinillas de afeitar, desodorantes, camisetas y hasta gorras para cubrirse del sol.

Por último no debemos olvidar los casos en que el rosa acompaña a la banalización, superficialización o mercantilización en procesos graves y decisivos de nuestras vidas, como ocurre con todo el merchandising adjunto al “lazo rosa” del cáncer de mama, que excelentemente ha descrito la ensayista Bárbara Eihrenreich. ¿Se imaginan toda esa parafernalia en torno a un cáncer típicamente masculino como el cáncer de próstata?

Simone de Beauvoir escribió que el opresor no sería tan fuerte si no contara con la complicidad del grupo oprimido. Es la lucha por la igualdad y no el énfasis en la diferencia lo que nos dará libertad. Por ello, seamos rebeldes y mantengamos la alerta ante cualquier llamada al “rosa” porque muy probablemente esconda una discriminación para nosotras.

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