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Carles Capdevila, el factor humano

Josep Carles Rius

El factor decisivo, el que separa el buen periodismo del mal periodismo, el que marca las fronteras de la ética, es el ‘factor humano’. Es la actitud personal de cada periodista la que garantiza, o no, que el periodismo cumpla con su función social. Si hiciéramos historia, veríamos que las mejores y las peores épocas de los periódicos van ligadas a los editores y los directores de cada momento. Es el «factor humano». Tan decisivo en la vida, y en el periodismo.

Los periódicos fueron, y son, un extraordinario instrumento para informar y formar a los ciudadanos. Para ofrecer una visión global y enciclopédica del mundo. Para viajar de la realidad más cercana a la más alejada y descubrir que, pese a la distancia, tienen mucho que ver. Para viajar de la noticia, a su porqué. Han sido, y son, los periódicos una pieza angular de las democracias. Una magnífica herramienta para defender valores colectivos, el progreso, la cohesión social, el bien común. Son tan importantes los periódicos, que la sociedad debería ponerlos en las mejores manos posibles. En el caso del periódico Ara y Carles Capdevila ocurrió así. Pero el poder no se lo puso fácil.

Carles Capdevila dejó la dirección del diario Ara el 24 de noviembre de 2015 a causa del cáncer que un año y medio después le costaría la vida. Convirtió su discurso de despedida ante la redacción en un alegato en favor del periodismo libre e independiente. Y reflexionó sobre su papel como director y su relación con el poder. Este discurso forma parte ya de la historia reciente del periodismo. Es una de las muchas lecciones que nos ha dejado Carles Capdevila.

Pero el ‘factor humano’, el comportamiento personal de los periodistas, también ha sido la principal causa del descrédito del periodismo. La actuación de algunos periodistas ha causado graves daños al ejercicio de la profesión, especialmente cuando son estos profesionales los elegidos para puestos de responsabilidad. Y, desde su posición de poder, acaban convirtiendo las redacciones en dictaduras a su servicio. Es un clásico citar las frases de Ryszard Kapuscinski que “los cínicos no sirven para este oficio” o que “para ser periodista hay que ser buena persona ante todo”. Es verdad, pero a menudo este deseo no se ha cumplido en el acceso a los puestos de dirección de los medios. Y las “buenas personas” y quienes no eran cínicos de las redacciones pagaron las consecuencias.

Carles Capdevila fue una de las excepciones. Fue ‘una buena persona’ al frente de un periódico. Una cualidad que supo transmitir a la redacción, a las páginas del periódico y, finalmente, a los lectores. No debería ser excepcional, pero en la época en que Capdevila fue director, y ahora, muchos responsables de medios de comunicación actúan con la lógica del beneficio inmediato, de la audiencia fácil o de los réditos de la complicidad con el poder. No con la lógica de la ética. Si no con el juego de las influencias. Es entonces cuando los lectores intuyen que su periódico responde solo a intereses propios. A connivencias políticas y económicas, y no a los intereses de la colectividad. Que su periódico ya no forma parte de la prensa entendida como servicio público, donde el beneficio y el legítimo ánimo de lucro están sometidos al interés general y al derecho a saber.

Frente a esta lógica del periodismo y del poder, necesitamos referentes como el de Carles Capdevila. Contribuyó a transformar la sociedad, haciendo visibles a los invisibles, dando voz a aquellas personas que no la tienen. Rompió la tentación del silencio o el olvido de aquellas realidades que, creen muchos responsables de los medios,  no dan ni poder ni audiencia. Y fue honesto, porque situó en el centro de su trabajo la ética, como forma de defender la credibilidad y la responsabilidad frente a los ciudadanos a los que sirve el periodismo. Este es el ‘factor humano’ que hoy le reconoce la sociedad, y el periodismo.

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