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Las bailarinas cruzan umbrales

Las bailarinas cruzan umbrales

EFE

Madrid —

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Como los toreros, las bailarinas son de otra pasta. Tesón y disciplina son los pilares en los que se sustenta su arte, una pasión que, en muchas ocasiones, les lleva a sacrificar su maternidad e incluso a salir al escenario con importantes lesiones que desoyen el umbral del dolor.

“Se baila con el corazón, el corazón manda en el baile”, dice a Efe Estilo María Fernández, bailarina del Ballet Nacional de España (BNE), quien asegura que “la ovación del público se saborea mucho más tras duros sacrificios”.

Con cuatro años, María Fernández ponía a bailar a toda su familia y con seis empezó a ir a clases de ballet clásico, pero pronto se sintió atrapada por la danza.

“Desde que vi en la calle a una niña con falda de volantes, quise hacer danza española”, cuenta esta sevillana de 32 años que reconoce que ha tenido que sacrificar muchas cosas hasta llegar a ser bailarina del BNE.

“De niña he jugado muy poco, he pasado muchas horas en el conservatorio, muchas horas de baile y también he tenido que renunciar a más de un 'donut' de chocolate”, desvela.

Otro de los sacrificios de las bailarinas es la maternidad. “Es un decisión muy dura”, dice Fernández, quien explica que “la edad de la maternidad coincide con el punto álgido de la carrera”.

Reconoce que el tema de la maternidad tiene “un punto egoísta”: “A veces se renuncia a los hijos por la carrera profesional, otras veces se hace un paréntesis para ser madre y luego se retoma, pero es complicado conciliar vida laboral y profesional”.

Su día empieza a las siete y media de la mañana con un buen desayuno compuesto de “café con leche y tostadas con jamón y tomate”.

Después, es el momento de calentar músculos. Una hora de ballet y ejercicios aeróbicos para mantener un buen estado físico que permita aguantar seis horas de ensayo diario.

María Fernández aprovecha el descanso para tomar un café o una pieza de fruta, “si hace bueno, mejor al sol como buena andaluza”. Y después, otra vez a ensayar bajo las órdenes de Antonio Najarro, director de Ballet Nacional de España (BNE).

Esta bailarina considera que trabajar bajo las exigentes órdenes de Najarro es un “reto” y “un orgullo”, que lleva al BNE a abanderar el folclore español por todo el mundo, traspasando fronteras culturales.

Y llega el momento de la comida. “Nos traemos la fiambrera, debemos controlar el peso, pero sin obsesión, nuestra dieta debe ser equilibrada, con hidratos de carbono controlados”.

Aún siendo bailarina profesional, todos los días toma clases de baile “para refinar y mantener la técnica”, apunta María Fernández, a cuya agenda se suman también espectáculos, giras y pruebas de vestuario.

Por la tarde, María procura sacar un ratito para mimar su cuerpo. “Las bailarinas también lucimos cuerpo y nos gusta cuidarlo, somos humanas y además de tener músculo, también tenemos celulitis”, dice entre risas.

Tantas horas de ensayo producen un gran desgaste físico, artrosis y contracturas, sobre todo en espalda y pies. “Cuando se baila con bata de cola y mantón de manila se dañan las lumbares, hay que ir al fisioterapeuta muy a menudo”.

Los riesgos en la danza son importantes, es una de las profesiones con la tasa más alta en lesiones en el puesto de trabajo, “pero cuando se levanta el telón se acaban los dolores”, asegura.

Como los toreros, los bailarines tienen mayor resistencia al dolor. “Creo que tenemos el umbral del dolor más alto, bailamos con lesiones y contracturas, tenemos que aguantarnos, el público quiere ver un espectáculo brillante”.

Esta bailarina considera que es peor un tropezón en el escenario que un esguince. “Cuando tropiezas te quieres morir, cuando tienes una lesión te metes en el papel y te olvidas de todo”.

Aunque cada vez es una carrera más dilatada, debido a las exigencias físicas, la mayoría de los bailarines se retiran pronto. “La vida profesional de un bailarín comienza temprano y acaba temprano, creo que intentar alargar la carrera es un error. Cuando termina existen nuevos retos como la enseñanza”.

Acostumbrada a hacer y deshacer maletas, a María Fernández le cuesta estar alejada de su familia. “Siendo muy joven salí de la casa de mis padres, son semanas y meses de gira, echas de menos a la familia”.

Para las bailarinas, el camerino es un pequeño templo, donde alivian tensiones, descargan emociones y también surgen confidencias. “Es como nuestra casa. Aquí guardamos nuestros productos de aseo y de maquillaje, una maleta con ropa de cambio y zapatos destrozados, fotografías, peluches, ramos de flores secas y algún que otro amuleto o estampita”.Carmen Martín.

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