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John Carpenter, contra los neonazis que se apropian de su película 'Están vivos'

Fotograma de la película 'Están vivos'

Ignasi Franch

Hace años que la teoría circula por Internet y resucita periódicamente en forma de vídeos, gifs y memes: la película Están vivos, una obra de culto dentro de la ciencia ficción de los ochenta, sería una metáfora del “control judío del mundo”. Según estas interpretaciones alimentadas desde foros neonazis, con su historia de una infiltración alienígena el guionista y director John Carpenter habría representado el tópico antisemita de una conspiración que domina la economía y los medios de comunicación. Pero tras años de tener que aguantar estas teorías en la red, Carpenter ha respondido.

El filme, estrenado en el año 1988, es un espectáculo de acción con toques satíricos. Un obrero sin techo descubre que una red de alienígenas se ha implantado en el planeta Tierra. A través de unas gafas de sol, el protagonista ve un mundo oculto a los demás. En los billetes se esconde la frase “este es tu Dios”. Un político aparece en televisión con una pancarta que reza “obedece”. Las llamadas a conformarte y consumir, explícitas e implícitas en los paneles publicitarios, son parte de un plan clandestino. Y los ricos y poderosos son extraterrestres que expolian, se enriquecen y señalan a quienes detectan su verdadera naturaleza, como en la mítica fantasía paranoica La invasión de los ladrones de cuerpos.

Carpenter ofreció una evidente metáfora sobre la deshumanización de las élites y la crueldad de las políticas económicas neoliberales. “Ellos viven, nosotros dormimos”, reza un grafiti que aparece en esta película que guiña el ojo al hackeo libertador, a la expresión contracultural.

Por si hiciese falta alguna aclaración, Carpenter resumió sus intenciones en un tuit publicado el 4 de enero: “ESTÁN VIVOS trata de yuppies y capitalismo descontrolado. No tiene nada que ver con el control judío del mundo, lo que es injurioso y falso”.

Ya en una charla en 2013, el realizador había declarado que su filme era un ataque contra el reaganismo, la avaricia y la demolición de la cultura de los sesenta. En aquella ocasión, explicó que los productores intentaron modificar las motivaciones codiciosas de los alienígenas y se resistieron “al hecho de que todo tratase de dinero. Querían que les hiciese caníbales, o algo así”. El filósofo Slavoj Žižek ha afirmado que el resultado es “una de las obras maestras olvidadas del Hollywood izquierdista”.

Contra el optimismo vacío

El realizador había enviado mensajes de malestar antes de la realización de Están vivos. Poco antes del estreno de Golpe en la pequeña China, que tuvo lugar en 1986, declaró en una entrevista: “Tengo la sensación que todo este optimismo y patriotismo es una máscara y oculta problemas profundos del país”. “Me da miedo ver películas que solo nos hacen sentir bien”, afirmó.

Tras el fracaso de Golpe en la pequeña China, Carpenter encadenó dos obras de bajo presupuesto en los que podía gozar de una mayor libertad creativa (las tensiones con productores y estudios han sido una constante en su carrera) y abordar esa preocupación. Con Están vivos ofreció un entretenimiento distendido, tamizado de humor, pero que incluía una advertencia contra el consumismo, la manipulación mediática y el uso del miedo al comunismo como estrategia para neutralizar la disidencia.

A lo largo de la narración, se satirizan los mensajes complacientes del optimismo reaganiano, que negaba cualquier desigualdad estructural y aludía solo al esfuerzo personal. El mismo protagonista piensa inicialmente que su trabajo será recompensado: “Creo en América, sigo las normas”, dice, y recomienda paciencia a su compañero políticamente crispado. Hasta que comprende que unas estructuras de poder profundas, invisibles, subvierten la democracia. El mito de la tierra de las oportunidades se ha convertido en propaganda cínica, en un instrumento de pacificación y adormecimiento. Cuando no funciona la propaganda, aparece una policía represora y violenta.

'Angry white men' contra la desposesión

Están vivos es una fantasía de hombres blancos enfadados, abatidos por la caída de la economía productiva y la desindustrialización. El filme se inicia entre vías del tren y su protagonista, un obrero de la construcción, vagabundea a la búsqueda de un jornal y de un techo. Tiene que vivir en un asentamiento de chabolas y comidas caritativas. Cuando descubre la conspiración extraterrestre, opta por la venganza y la resistencia violenta: dispara a yuppies o policías, asalta bancos y ataca canales de televisión.

Los malvados de la película no son sólo un enemigo de fantasía, sino también los humanos codiciosos. “La Tierra es su Tercer Mundo”, dice un colaboracionista con los colonos. El héroe, en cambio, siente la humillación del engañado, de alguien que vivía una ficción de estabilidad y ha sido desposeído de ella. También se refleja la frustración de quien sabe que nunca llegará a poseer, de ese Frank afroamericano que vive itinerantemente y dice que “quien tiene el oro dicta las normas”.

La cooperación entre ambos personajes ratifica el mensaje. A pesar de que la acción tiende al heroísmo individual, el realizador incluyó un componente social: “Estamos centrados en nuestro propio beneficio”, se lamenta un personaje. No estamos ante hombres blancos que luchan por los privilegios perdidos y flirtean con el supremacismo racial. Carpenter fantaseó con una revolución contra las élites, plural, de operarios blancos, negros e hispanos, de curas concienciados y científicos hackers.

El director optó por un final mixto, amargo. La realidad ha sido mucho más desoladora. “Los ochenta nunca acabaron. El consumismo ha crecido. Todo sigue en marcha. Es por eso por lo que parece profética. Era sólo un lamento en la oscuridad contra el reaganismo y el thatcherismo”, afirmó en una entrevista en 2012.

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