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'Galatea' y el origen del Mal

La escritora y periodista Melisa Tuya

José Cervera

Lo peor del Mal es que la gente que lo hace casi nunca cree estar haciéndolo. Para el asesino, el ladrón, el estafador o hasta el genocida sus acciones tienen una lógica, una estructura, una razón. El Mal siempre tiene un por qué para quien lo practica; siempre es racional y justificado. Incluso las acciones más monstruosas, las decisiones más equivocadas o catastróficas siempre pueden apostillarse con aquel chiste de Los Siete Magníficos: ‘En aquel momento parecía una buena idea’.

Es importante recordad esto, porque en la novela Galatea de la joven autora Melisa Tuya el narrador es al mismo tiempo el Mal; el motor último del caos y el dolor, la causa primigenia del horror. Pero ella, la Mujer sin Nombre, la protagonista absoluta, no lo sabe. Porque para ella el Mal no es el Mal; es la necesaria consecuencia de una razón lógica inapelable. Los monstruos no saben que lo son. Pero pueden poner en marcha revoluciones.

A la autora, Melisa Tuya, le interesa el origen del mal. “Tanto el origen del mal como el del bien -explica. -Me interesa mucho ver bajo qué circunstancias todos podríamos convertirnos en monstruos y las razones por las que elegimos no convertirnos en ellos. También me interesa mucho ver cómo todos reaccionamos ante los monstruos de manera tan diferente. Me refiero a monstruos que conoces de antes, monstruos anónimos y/o cercanos. Todos reaccionamos de manera similar ante una foto de Hitler, pero: ¿qué hubiera pasado si hubiéramos conocido a Hitler por haber sido nuestro sobrino al que cambiamos los pañales? Con Galatea quería seguir los pasos de un protagonista cuyos actos son claramente malvados, pero sin mostrarla como tal ni juzgarla o pontificar, sino desde dentro de su cabeza en la que todo lo que hace tiene lógica, tiene sentido. Me resulta muy divertido ver la reacción de los lectores: son muy variadas, los hay que la odian desde el principio y los que la justifican hasta el final.

 

Tenía muy presente ‘El perfume cuando escribía’, también algunos personajes de Steinbeck. Es curioso que, cuando escribes ciencia ficción, los lectores suelen buscar en tu libro referencia a otros libros de ciencia ficción. En Galatea, aunque sí que se notan algunas de mis lecturas del género (la de Dune es obvia), creo que hay más influencia de otro tipo de literatura. Y también de muchos elementos ajenos a la literatura, por ejemplo en mi caso hay mucha influencia del cine y la televisión: Gattaca, Firefly, Battlestar Galactica... “

Pero el motor de los acontecimientos no es el Mal; paradójicamente lo que pone en movimiento la trama es el amor. El amor a una máquina. “Los seres humanos no solo aman a otros seres humanos, también desarrollan ese sentimiento hacia animales, objetos e incluso intangibles, como la misma idea del amor, su carrera… No me parece descabellado en absoluto acabar amando a una máquina tan evolucionada como los módulos que aparecen en mi libro, sobre todo si esos módulos te han acompañado y servido desde tu infancia. El libro también refleja mi preocupación por tener a la tecnología como niñera de nuestros niños. Ya está pasando de una manera mucho más rudimentaria. Si algún día logramos que nuestros smartphones (ya hoy día hay mucha gente que lamenta más perder su iPhone que la muerte de un familiar) se conviertan en androides de apariencia humana, y el hombre ha soñado con tanta insistencia en ellos que no me cabe duda de que es cuestión de tiempo, muy probablemente les pongamos a cuidar de nuestros hijos. Crecer teniendo a un robot como cuidador probablemente derivará en distintos tipos de vínculos emocionales. Si ese robot, como le sucede a ClaX, evoluciona hacia la autoconciencia y puede corresponderlos, no hay razón para no pensar que se forme una pareja que se ama. Y sería un tipo de amor particular, único. Igual que todas las parejas formadas por humanos tenemos una relación única y distinta.”

También es verdad que ClaX, el robot en cuestión, es excepcional; diferente y especial, pasto de nuestras pesadillas. “Yo soy muy tecnófila, defiendo el avance tecnológico sin caer en temores absurdos a futuros peligros inciertos. Dicho esto, el ser humano puede acabar empleando la tecnología para el bien y para el mal. Somos así y eso no cambiará en miles de años. Pero una cosa es el uso que nosotros le demos a la tecnología y otro que la tecnología por sí sola se rebele, se convierta en una amenaza para el hombre y de forma independiente a él. No sé si eso llegará a pasar, no tengo una bola de cristal. Ya hay expertos que saben mucho más que yo alertando del avance de la inteligencia artificial, pero creo de haber un riesgo real está realmente lejano en el tiempo. Tanto como esas colonias en planetas distantes que muestro en el libro.  En Galatea esa máquina que logra despertar y que toma sus propias decisiones sigue vinculada e influenciada por humanos.”

Lo curioso es que el resultado del amor y sus consecuencias acaba siendo una revolución; la chispa del conflicto personal se transforma en conflicto político. Quizá sea así como arrancan todas las revoluciones, al fin y al cabo: por un detalle, no por una ideología. “Duncan es el único revolucionario real y el único de los personajes principales del libro con el que me apetecería tomar un café. Sí, definitivamente la Historia, con mayúscula, nace de accidentes y de decisiones que muchas veces son personales o están muy influidas por asuntos y relaciones personales. Los libros están llenos de ejemplos.”

Al final el resultado está lejos de ser frío, desapasionado, o incluso necesariamente ‘malo’. “En mi libro hay una exploración de lo que realmente significa ser humano. Si sigues a los dos protagonistas, mi mujer sin nombre y su robot, ambos van evolucionando. Ella va perdiendo humanidad al tiempo que él la gana. Las máquinas a día de hoy son completamente frías por mucho que nosotros proyectemos en ellas calidez, pero también hay seres humanos que nacieron o se hicieron tan poco empáticos como ellas.”

El Mal existe, y seguirá existiendo en el futuro. El amor también existe, y también estará con nosotros mucho tiempo. Galatea nos permite pensar en ello y nos subraya que dentro de muchos años quizá tengamos la tecnología para ser casi como dioses, pero seguiremos siendo humanos falibles y capaces de hacer el Mal. Siempre, claro, con la mejor de las intenciones.

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