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Al público sí le interesa la memoria histórica (y mucho)

Escena de 'La piedra oscura' // Foto: Marcosgpunto

Paula Corroto

Un encuentro entre dos enemigos en una celda. Uno es Rafael Rodríguez Rapún, del bando republicano, secretario de La Barraca y uno de los grandes amores de Federico García Lorca. El otro es Sebastián, un chaval de 16 años que, sin saber muy bien por qué, lucha junto a los franquistas. A priori, no tienen nada que decirse. Todo es doctrina y protocolo. Sin embargo, poco después, algo ocurre. “Es ese encuentro con alguien que nos pone la vida del revés, pero que nos hace reconciliarnos con nosotros mismos. Es un encuentro con una fuerza opuesta, pero que nos provoca una iluminación sobre lo que somos”, afirma el dramaturgo Alberto Conejero (Jaén, 1978).

Y eso es, al fin y al cabo, La piedra oscura, una de los montajes más exitosos de los últimos tiempos que regresa el 18 de septiembre a la sala Princesa del María Guerrero en Madrid –con todo prácticamente vendido- y que después girará por doce ciudades españolas. Además, Conejero obtuvo este verano el premio Ceres de Teatro al mejor autor dramático por este texto.

Nuestra relación con el otro, la memoria histórica, las ausencias que todos portamos y los amores que no se pudieron vivir son las anclas de esta obra de teatro que Conejero escribió gracias a una beca concedida por el INAEM en 2011 y a una notable investigación entre el material que guardaba la familia de Rodríguez Rapún. Un fondo que el propio dramaturgo está ahora catalogando y en el que ha hallado primeras ediciones de libros dedicados por Lorca, fotografías de ambos, los libros de cuentas de La Barraca y también objetos personales de Rapún como su carné del Atlético de Madrid e imágenes de cuando jugaba en las categorías inferiores de este equipo de fútbol mucho antes de la Guerra Civil. Un hombre con un nombre y una historia que apenas cuenta en la Historia oficial.

Por este motivo, Conejero quiso recuperarlo. Rapún, hijo de un frutero y una criada que, sin embargo, estuvo en el núcleo de la vida cultural española “gracias a las políticas culturales republicanas”, como apunta el autor, murió en el frente justo un año después de ser asesinado el poeta y su figura se diluyó en esa dictadura que quiso borrar a la II República. Como también ocurrió con Sebastián, que pese a ser este un personaje ficticio, remite a todos los sebastianes adolescentes que acabaron batallando en la contienda porque así lo quisieron unos militares enfebrecidos tras el golpe de Estado. A los dos le ponen rostro y voz los actores Daniel Grao y Nacho Sánchez.

La ausencia de Lorca y de los muertos

Por todo el montaje otea Lorca. Incluso desde el propio título de la obra, que fue un texto perdido del poeta -sólo queda la primera escena y el listado de personajes- que versaba sobre la homofobia. Pero él nunca aparece. “Porque la obra plantea un juego de muñecas rusas con las ausencias. El más ausente, pero más presente es Lorca. Y de repente hay gente muy importante en su vida que se va quedando en territorios más al margen de la foto oficial. Pero son los márgenes los que sirven para iluminar una foto”, sostiene Conejero.

Esta, precisamente, fue una de las razones que atrajeron a Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974) para poner en marcha la obra a través de su productora La Zona y presentarla al CDN, que tardó poco en aceptarla. “En cuanto la leí me di cuenta de que si conseguíamos que el público fuera testigo del nacimiento de una amistad muy profunda triunfábamos. Porque es una historia sobre cómo dos personajes antagónicos terminan necesitándose tanto que no se pueden soltar. Y que eso suceda en el tiempo de la escena me parecía my teatral”, indica Messiez, director del montaje.

Y, sin duda, consiguieron el éxito. La obra no cae en el maniqueísmo y aborda los sentimientos más humanos. “El teatro no es el lugar para las certidumbres. Nos permite llegar a los rincones y las contradicciones. Y a mí me interesaba hablar de la gente que quedó sorprendida por la guerra y cómo la bondad no es exclusiva de unos”, reconoce Conejero, pese a que en el texto sí hay “un canto hacia el sistema de la II República y un intento de convivencia que fue arrasado por un Golpe de Estado”.

Porque si bien Lorca es uno de esos ausentes-presentes en la obra, los otros son los muertos que aún yacen en las cunetas y a los que todavía no se les ha dado sepultura. “La piedra oscura no es revanchista sino que habla sobre la necesidad de encuentro, pero tiene un ruego: este país no puede estar ribeteado de muertos en sus cunetas y que los familiares tengan que financiarse ellos mismos las exhumaciones a través de asociaciones. ¡Son nuestros conciudadanos los que están en esas cunetas! No hay que darles una sepultura digna por una cuestión política sino humana”, manifiesta el dramaturgo para quien se hace necesario que “como país aprendamos a mirar juntos al futuro. Y eso solo se puede hacer con ciertos acuerdos sobre nuestro pasado”.

Una petición que también ve lógica Messiez desde su mirada como extranjero y a quien la obra le traía resonancias de la dictadura argentina: “A mí me parece muy raro que pase esto en España. Es algo irresuelto que está ahí. Pero me pasó también con los sms de Bárcenas, era obsceno y yo pensaba que Rajoy iba a dimitir... y sin embargo nada. No lo podía creer”.

¿Otra obra sobre la Guerra Civil?

Tanto Conejero como Messiez saben que habrá quien piense que esta es otra obra más sobre la Guerra Civil. Como si hiciera falta. Que vienen para hacer negocio. Pero ambos se defienden. “Se han hecho películas y obras muy malas de la guerra, pero eso no significa que no se pueda escribir sobre ello. ¿Cómo no vamos a hacerlo si es nuestro país? Quien piense que un país está a salvo de su pasado lo hace con un interés ideológico muy claro. Lo que nos ocurre ahora como país tiene que ver con eso y con la Transición y con muchas historias. Pero yo creo en la madurez artística para poder no utilizar el teatro como una trinchera”, ratifica el dramaturgo a quien se le nota que aprendió de la función del teatro gracias a Juan Mayorga.

Además, como los dos señalan, también ahora es tiempo de significarse “sin que por ello haya que caer en el ostracismo. En mi caso, que soy hijo de la educación pública y la dignificación de las enseñanzas artísticas, eso no me adormila, sino que tengo el mandato de defender eso. Esa es mi preocupación como dramaturgo. Mantenerse a la espalda de lo que está ocurriendo ahora mismo es un acto político”, manifiesta Conejero.

También porque saben los malos tiempos que atraviesa la cultura. Pese al éxito de esta obra, su autor no sabe cuándo volverá a estrenar otra -a Messiez sí se le verá pronto con Los bichos en Temporada Alta- y ambos critican con dureza el IVA cultural. “Es una medida antipatriota y hasta hecha con dolo, para hacer daño. Porque es también para los ciudadanos que tienen que pagar más para ir a ver una función de teatro o cine”, dice Conejero.

Y lo que no aceptan de ningún modo es que esta crisis se conciba como un periodo de creatividad. “Ha habido una mirada romántica hacia el creador, pero yo no necesito la crisis para que se me ocurra la idea. Igual antes con las subvenciones había cierto letargo y el motor no era el deseo de contar sino hacerse con la subvención. Ahora los que estamos en el teatro hacemos teatro porque queremos”, sentencia Messiez. No está de más que esta vez esté apoyado por un teatro público.

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