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Así se entrenan las jóvenes promesas españolas para la Olimpiada Informática

Los alumnos tienen que pasar un filtro 'online' antes de viajar a Barcelona para competir en la final

Lucía El Asri

Frederik Semmel, Adrián Lowenberg, Cristina Hortalá, Alexander Vidal, Eric Sierra y Gerard Oriols no dedican su tiempo libre (o no solo) a tocar el piano, jugar al ajedrez o pasarse pantallas de videojuegos. La mayor parte no superan los 17 años y su pasatiempo favorito es un poco diferente al del resto de chavales de su edad. Se ha llegado a convertir en una forma de vida y una apuesta de futuro.

Estos jóvenes españoles han logrado materializar el sueño tecnológico que hace más de una década inspiró la trayectoria de un hombre de letras: como el pedagogo Pere Ribera quería, ellos han apostado por el mundo del código. Su decisión es resultado del empeño de un profesional que, cuando descubrió la Olimpiada Internacional de Informática, no dudó en trabajar para que España tuviera la suya y sus chicos compitieran con los de otros países.

Aunque enseñaba Historia del Arte, “tenía claro que la programación tenía que ser curricular”, explica a HojaDeRouter.com Joan Alemany, profesor y una de las personas que actualmente organizan el concurso español. Lo hace desde la Fundación Aula y desde Aula Escuela Europea, en Barcelona, dos instituciones dirigidas en su inicio por el propio Ribera. Aunque en ellas centró su propósito, siempre quiso expandirlo al resto del país. Con eso tuvo menos suerte.

Como explica Alemany, de la primera Olimpiada Informática Española celebrada en 1997 “salió una masa crítica de gente que creía en el proyecto” y que ha seguido apostando por él tras el fallecimiento de su creador. El propio Alemany participó cuando era alumno de la escuela, y por aquel entonces el sistema para clasificarse y competir aún era “muy rudimentario”. “Teníamos una semana para resolver problemas (o crear programas), los guardábamos en un disquete y los enviábamos por correo al concurso”, explica.

Las cosas han cambiado bastante. A sus 15 años, Alexander es uno de los chicos que hoy se entrena para participar en la Olimpiada. Estudia cuarto de la ESO en Pontevedra, el año pasado obtuvo la medalla de plata en el concurso y este año, muy posiblemente, participará por cuarta vez en la edición que tendrá lugar en Barcelona el próximo mes de abril.

Alemany afirma que, más allá del concepto de “frikis de la informática” que suele rondar la cabeza de muchos, los protagonistas de esta historia son personas hábiles en matemáticas que, por alguna razón, han entrado en contacto con el mundo informático “y tienen talento”.

La Olimpiada se basa principalmente en programar y sus pruebas son muy individuales. A diferencia de la época de Alemany, ahora todos los chicos interesados (de primaria, ESO, Bachillerato y ciclos formativos) tienen a su disposición durante todo el año casos prácticos que pueden consultar en la Red. Además, los jóvenes participan en concursos virtuales que no cuentan para clasificarse en la Olimpiada pero que les sirven para aprender, practicar y mejorar.

Más allá de estos ejercicios, quienes tienen previsto presentarse al certamen tienen que enfrentarse a una primera fase 'online', una criba nacional que se hace desde casa. En dos tandas, se seleccionan los 25 mejores participantes para que se vean las caras en una fase final de cuatro o cinco horas en la Universidad Politécnica de Cataluña. Algunos de los seleccionados, sin embargo, se clasifican directamente tras haber ganado otras competiciones locales. De entre todos, los cuatro mejores de la Olimpiada Española de Informática llegarán hasta la cita mundial que este año se celebrará en Rusia.

Los caminos que llevan a los alumnos españoles a este campeonato son muy diversos. Alexander comenzó a interesarse por la programación cuando aún estaba en sexto de primaria, alentado por su padre. Hace ya tanto tiempo que ni se acuerda de sus primeros pasos. “Era bastante pequeño cuando empecé”, se disculpa. Tal vez por eso, porque lo lleva en los genes o porque prácticamente ha crecido pegado a una pantalla, de mayor le gustaría dedicarse a la informática.

Cristina, catalana de 16 años, es una de las pocas chicas que se prepara para el acontecimiento anual. Por desgracia, las niñas aún se animan en menor medida. Como su compañero gallego, se inició en el mundo de los ordenadores cuando era todavía muy pequeña. “Aprendiendo a programar llevo desde sexto de primaria prácticamente”, nos cuenta. Al principio solo tenía que mover una pequeña tortuga por la pantalla. Ahora trabaja con el lenguaje C++, que requiere un esfuerzo considerablemente mayor.

No tiene claro si dedicará profesionalmente a este ámbito, pero sí está segura de que los ordenadores siempre ocuparán un espacio importante en su vida.

A algunos kilómetros de distancia, Adrián y Frederik, ambos de 17 años, suelen reunirse en la capital para aprender juntos y enseñar a chicos más pequeños todo lo que ya saben. A falta de profesores, ellos se consideran suficientes para avanzar de forma autodidacta.

El primero siempre estuvo interesado por la literatura, la política o la historia, pero dice que acabará estudiando alguna ingeniería en Alemania. Los amplios conocimientos técnicos que ya ha adquirido le resultarán muy útiles. Sin embargo, cree que no hace falta ser muy tecnológico o de ciencias para ser hábil en informática. “Esto es como un 'hobby', forma parte de mi día a día pero no quiero que sea una parte principal o única de mi trabajo”, explica. No necesita que se convierta en su sustento porque, para él, es casi como escribir.

Su interés, como el de muchos de estos chicos, se cocinó en casa. Su padre programaba a principios de los 80 y Adrián, desde muy niño, estuvo en contacto con los ordenadores. Comenzó a trastear con un Spectrum, “aunque cuando yo lo usaba era muy viejo, era simple, fácil de entender y podía hacer cosas básicas”. Le resultó más fácil que empezar con Windows. Por aquel entonces, nos cuenta, tendría unos 9 años.

Audodidactas y privilegiados

A diferencia del entrenamiento de la fase internacional, para el que los alumnos privilegiados pasan una semana de ejercicios intensos en Barcelona con ayuda de profesores especializados, en la Olimpiada nacional la preparación depende de la situación de cada uno de los chicos y especialmente de la geografía.

En algunos casos son alumnos experimentados o exalumnos los que ayudan a sus compañeros. Gerard es uno de ellos, un exolímpico que ha ganado dos medallas de oro españolas, participó en la internacional de Taiwán en 2014 y ahora se encarga de preparar a otros chavales de Barcelona. “Solemos dedicarle una hora y media semanal durante todo el año y el formato de la clase varía según el día”, nos comenta. “Se explican nuevos conceptos, estructuras de datos o algoritmos y luego se ponen problemas para practicar”.

Los alumnos que viven en las inmediaciones de Barcelona tienen suerte. Dado que allí se originó todo, se reúnen casi de forma excepcional y “por tradición”, normalmente los lunes después de clase. “Quieras o no, cuando tienes un entrenamiento en la escuela con profesor, como si fuera baloncesto, obtienes resultados y hace que quieras entrenar más”, afirma Alemany. Sin embargo, el profesor admite que les cuesta mucho llegar al resto de España y fomentar la informática al mismo nivel en otras regiones.

Esta situación hace que los jóvenes de otros puntos del país se vean obligados a prepararse a distancia, de forma individual o juntándose entre varios. Utilizan material 'online' y se comunican mediante un foro común donde pueden preguntar sus dudas para que los más expertos las respondan. Adrián lamenta que en su colegio madrileño (aunque de origen alemán) la informática sea algo bastante secundario. Él se prepara en su tiempo libre, “programando y toqueteando por la Red”.

Le interesa mucho el sector, quiere saber de dónde viene todo y cómo funciona, ve vídeos, consulta tutoriales... “Nunca he tenido un aprendizaje formal en una clase, así que la preparación para la Olimpiada ha sido por mí mismo, como autodidacta”. No obstante, lo más gratificante para él es trabajar con otros chicos, porque se aburre cuando está solo y se atasca en algún problema: “Se es más productivo porque dos piensan más que uno”.

Por eso la mayor parte del tiempo no está solo, y aunque intenta resolver los desafíos por sí mismo, también suele comentarlos con Frederik. Reconoce que antes entrenaba más porque “cuando tienes una base ya no necesitas tanto tiempo” y la preparación se convierte en “un pasatiempo mental más”. Esa es, asegura, la filosofía de la Olimpiada: “No se requiere que la gente estudie, sino que piense”.

Su compañero reconoce que no entrena mucho. “De vez en cuando resuelvo algún problema, más o menos una vez al mes. La mejor táctica es intentar hacerlo más rápido y más elegante que Adrián, aunque suele fallar”, admite entre risas.

El joven gallego Alexander también se entrena solo, aunque para él no supone un problema. Considera que la ayuda de terceros puede ser muy útil en los comienzos, pero después “se puede aprender en internet perfectamente”. La independencia hace que la organización y las horas dedicadas dependan de la decisión de cada alumno, aunque los chicos que ya han competido a nivel nacional y están acostumbrados a las pruebas le echan más ganas porque “ven más factible llegar a la internacional”, indica Alemany.

Independientemente de la dedicación, la táctica es casi siempre la misma. Se basa en desarrollar un programa que pueda desempeñar una función lo más rápido posible. “La gracia está en que el alumno descubra su falta de conocimiento para que puedas explicarle qué debe hacer para continuar”, explica el profesor. Es un método que se basa en fallar para aprender técnicas que pueden ser de ayuda en el futuro.

A Cristina los problemas le motivan porque suelen ser muy coloquiales y hacen referencia al día a día. “Los enunciados son bastante graciosos”, comenta. Paradójicamente, a ella (y a más de uno) le suele resultar más fácil resolverlos con papel y lápiz, dibujando esquemas antes de pasar a la pantalla.

Desconocimiento y falta de apoyo

Tanto los más jóvenes como los más experimentados saben que los obstáculos son y seguirán siendo muchos en el futuro. Entre otras cosas, suelen tener problemas para encontrar financiación para los viajes, entrenamientos y diversas jornadas en las que se ponen en contacto alumnos de todo el territorio. Para Adrián, esto es lo más criticable del evento, además de la falta de publicidad que hace que sea un acontecimiento poco conocido.

Alemany está de acuerdo. “Este no deja de ser un concurso de alto nivel” y necesitan encontrar más apoyos. También cree que falta formación entre el profesorado. Los docentes españoles “son muy buenos, pero a veces no están preparados para ciertas cosas”. Si no entienden bien la programación, tampoco pueden enseñarla como deberían.

Otro de los retos está en hacer que más alumnos se interesen por la informática, por las clases y por los concursos, puesto que aún son muy pocos los que saben de la existencia de la Olimpiada y muchos se topan con ella casi por casualidad. Sobre todo consideran necesario atraer a más chicas, que suelen ser 2 o 3 de los 25 alumnos que participan en el desafío español.

Según Cristina, en las clases normales ellas son igual de buenas, pero tal vez no les seduzca la idea de asistir a jornadas extraescolares donde la mayoría son chicos, mucho menos si tienen en la cabeza los estereotipos de siempre.

Son cuestiones que la Olimpiada Informática tendrá que resolver si quiere seguir siendo referente, inspiración para que muchos niños y niñas descubran una pasión por la informática que puede convertirse en su futuro.

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Las imágenes que aparecen en este artículo son propiedad de la Olimpiada Informática y la Fundación Aula

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